¿Cuándo fue la primera vez que te sentiste avergonzado de tu cuerpo? Tal vez en aquella clase de educación física en la que un compañero hizo un comentario dañino o quizá fue la primera vez que viste una revista recopilando consejos para ser “delgado, atractivo y feliz”.
Con el tiempo crecemos y normalizamos esas inseguridades, interiorizándolas en nuestro vocabulario diario. Sin embargo, cuando son los jóvenes quienes sienten lo que nosotros mismos les hemos enseñado a sentir nos llevamos las manos a la cabeza. Nos resulta inverosímil que una revista para adolescentes hable de la operación bikini o que una influencer cuyo público mayoritario son menores de edad diga que una talla L es enorme, pero nosotros somos los primeros que inculcamos a los más jóvenes una filosofía tóxica sobre el físico.
Esta filosofía va instaurándose en los adolescentes poco a poco cuando escuchan a sus padres comentar “lo gorda que se ha puesto la vecina”, cuando su mejor amigo suelta “esa no tiene curvas, le falta un cocido” o cuando en su serie favorita todos los personajes son delgados y sin un solo ápice de acné pese a interpretar a adolescentes en plena pubertad. Y como si de un reloj de arena se tratase, cada grano va acumulándose deteriorando la autoestima de un menor víctima de una sociedad que ejerce un culto desmesurado al físico y es, por supuesto, una sociedad gordófoba
Desgraciadamente, cada vez sufrimos las consecuencias de la obsesión con la belleza y la delgadez de forma más temprana, tal y como criticó el canal de televisión catalán 3/24 a comienzos de año. En uno de sus reportajes semanales, preguntaron a varios estudiantes de primaria por sus propósitos para 2021. La sorpresa fue que todas las niñas de la clase confesaron un mismo objetivo: adelgazar.
Sara, profesora de las niñas, compartió su preocupación en Twitter. “Hemos hecho una dinámica de cuatro propósitos de año nuevo con alumnos de sexto y todas las niñas han puesto en un adelgazar. Niñas de 11 años”, explicaba en su Twitter. “Por favor, necesito ideas de talleres/dinámicas /lo que sea para potenciar y mejorar su autoestima”.
“Sé que todo es por influencias de las redes sociales, Instagram y TikTok, pero de verdad que me preocupa que tan pequeñas tengan todos estos complejos e inseguridades”, reflexionaba Sara, abriendo la puerta a un debate que psicólogos infantojuveniles llevan tiempo discutiendo: ¿Dónde marcamos el límite en las redes sociales cuando los usuarios son menores?
El límite de edad para utilizar plataformas como Instagram o TikTok es de 13 años, pero esta medida no suele cumplirse. Sin supervisión de sus padres, son muchos los menores que hacen un uso indebido de las redes sociales, topándose con un contenido que muchos adultos desconocen: el de las cuentas pro-ana y pro-mía.
Bajo estos pseudónimos que hacen referencia a los trastornos de anorexia y bulimia, usuarias que normalmente tienen entre 10 y 18 años comparten sus trucos para adelgazar sin que sus padres o amigos se enteren.
Beber café con sal para vomitar, esconderse la comida o apuntar en una agenda el peso diario son algunos de los tips estrella, y a los consejos se suman multitud de fotografías de chicas excesivamente delgadas, apoyo mutuo para perder peso de forma insalubre entre las jóvenes, y comentarios despectivos hacia sus propios cuerpos.
Siguiendo las reglas que rigen Instagram y TikTok, estos perfiles deberían ser bloqueados y aunque existe una opción que te permite denunciar este tipo de contenido, suele ser en vano o en el mejor de los casos eliminan el perfil y días después vuelven a crear otro nuevo.
A nivel legal algunos países han decretado penalizar las páginas que hacen apología de la anorexia y la bulimia, así como investigar y sancionar a aquellas plataformas o servicios digitales que pese a saber de la existencia de este tipo de contenido, no lo eliminan. Uno de dichos países es España, ya que desde marzo de 2019 se modificó el Código de Consumo suponiendo el incumplimiento de este decreto de ley una sanción de 100.000 euros.
Pero al margen de los aspectos legales que rigen las redes sociales, es evidente la necesidad de proteger la salud mental de los más pequeños y para ello, el primer paso es actuar como un ejemplo. Si queremos romper el círculo vicioso de la obsesión hacia el físico, los adultos debemos evitar juzgar el cuerpo de los demás (y el nuestro), entre o no dentro de los cánones establecidos.
Como dice la creencia popular, los niños son esponjas que absorben todo lo que ven y escuchan, y en el caso de los adolescentes este aprendizaje por imitación cobra mucha más importancia cuando entran en juego las redes sociales. Seguir a un influencer que hace un vídeo sobre lo que come en un día puede parecer inofensivo, pero inevitablemente provoca comparaciones. Lo mismo sucede con las publicaciones de Instagram o los vídeos de TikTok.
Está en nuestra mano evitar que niñas de 11 años tengan como aspiración vital adelgazar y no lo conseguiremos si somos los primeros que asociamos la delgadez al éxito, el atractivo o la felicidad.