El uso de mascarillas como medida de prevención esencial contra la pandemia de coronavirus ha rescatado la enfermedad cutánea por excelencia de la adolescencia: el acné. Los dermatólogos están comprobando un aumento en sus consultas de casos de una afección caracterizada por los granos y las espinillas.
"Lo que estamos viendo es que aparece más acné y estado seborreicos, como la dermatitis seborreica, porque la mascarilla genera una oclusión de la zona. Por el exceso de vapor de agua generada por la exhalación de aire, se produce un ambiente que es muy propicio para los gérmenes que producen inflamación de la glándula sebácea”, explica José Luis Martínez-Amo, miembro de la Academia Española de Dermatología y Venereología, a la agencia SINC.
Según el dermatólogo, al haber menos probabilidad de que se limpie la zona cuando se lleva la mascarilla, hay más tendencia a la producción de sebo y a que quede retenido, se produzca inflamación y, posteriormente, brotes de acné. “Con la mascarilla da menos el sol en la cara, que es un antiinflamatorio natural, por eso en verano estos procesos suelen mejorar, algo que no ocurre ahora”, alega el experto. A esto se suma un mayor estrés por la pandemia, que influye negativamente en estas afecciones de la piel.
Julián Conejo-Mir, catedrático de Dermatología de la Universidad de Sevilla, explica a SINC que los cuadros de acné pueden agravarse por mascarillas que producen mucha fricción sobre las mejillas y la zona central del rostro, o por las que son muy compactas o de material plástico o sintético que no permiten la evaporación a través de la piel. Además, reutilizarlas más veces de lo recomendado puede provocar sobreinfecciones bacterianas.
Entre el 80% y el 85% de la población ha sufrido acné en algún momento de su vida, principalmente, durante su adolescencia. Y, aunque siempre se ha considerado como una enfermedad transitoria de la piel –conocida como acné vulgar–, un equipo de investigadores de Hungría propone que, en el caso del acné adolescente, se reclasifique como un estado inflamatorio natural.
¿Qué implica que deje de ser una enfermedad? “El cambio más importante de pensar que el acné sea una inflamación natural en lugar de una enfermedad es que las investigaciones dermatológicas deberían centrarse en revelar los mecanismos de resolución espontánea en lugar de la iniciación”, explican a SINC Andrea Szegedi y Zsolt Dajnoki, investigadores del departamento de Dermatología de la Universidad de Debrecen (Hungría) y dos de los científicos que han planteado la nueva clasificación en un artículo publicado en la revista 'Trends in Immunology'.
En comparación con otras enfermedades de la piel, el acné es único. Por ejemplo, hasta en el 50% de los casos desaparece de forma espontánea, a diferencia de la psoriasis o la rosácea, que son dolencias crónicas pero intermitentes. Su alta incidencia también se sale de lo habitual, frente al solo 2% de la población que padece psoriasis, o al 10% que sufre rosácea. Tampoco es común que se focalice en un grupo muy concreto de pacientes, los adolescentes, y en regiones específicas de la piel, ricas en glándulas sebáceas.
Esta nueva visión choca con lo establecido en las últimas décadas. De hecho, si buscamos en la Clasificación Internacional de Enfermedades (la ICD-11 es su última versión en inglés), el acné y sus trastornos relacionados aparecen en una categoría propia dentro de las enfermedades de la piel. La última versión de la clasificación realizada por expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) recibió más de 10.000 propuestas de revisión y ha tardado en elaborarse más de una década. Aunque se presentó en la Asamblea Mundial de la Salud celebrada en mayo de 2019 para que fuera adoptada por los Estados miembros, hasta el 1 enero de 2022 no entrará en vigor.
Los expertos consultados por SINC que no han participado en la posible reclasificación del acné coinciden en seguir denominándola como una enfermedad de la piel. Es el caso de José Luis Martínez-Amo. “Es acné es una enfermedad multifactorial en la mayoría de los casos exclusivamente cutánea”, indica el dermatólogo y puntualiza que puede ser inflamatorio “pero también puede no serlo”. Entre las causas que influyen en su aparición destaca un trastorno en la capa más superficial de la piel (el estrato córneo) que provoca una obstrucción del poro y la formación de espinillas.
También interviene el mencionado exceso de sebo producido en las glándulas sebáceas y la consiguiente inflamación del folículo y, por último, una infección por la bacteria Cutibacterium acnes (anteriormente denominada Propionibacterium acnes). “El sobrecrecimiento bacteriano de este microorganismo favorece la infección y la inflamación de las lesiones”, señala el dermatólogo.
La genética también puede jugar un rol decisivo en la aparición de las espinillas y explicaría, en parte, por qué unas personas se libran de ellas y otras no. En una investigación publicada en Journal of the European Academy of Dermatology and Venereology, los científicos analizaron la compleja arquitectura genética del acné. “Los genes predisponen a desarrollar acné severo aunque pueden no causarlo por sí solos”, matiza a SINC Alexander Navarini, jefe de Dermatología del Hospital Universitario de Basilea (Suiza) y autor principal de la investigación.
Los científicos han descubierto que esta molesta dolencia podría tener algo bueno porque, según el experto, una predisposición genética a sufrir acné podría protegernos de padecer otras enfermedades de la piel –como la displasia ectodérmica recesiva–. El sistema inmunitario también podría beneficiarse de este problema cutáneo puesto que algunas cepas de la bacteria C. acnes asociadas a la dolencia son capaces de activar a un tipo de glóbulos blancos (las células T), que nos ayudan a combatir infecciones y otras enfermedades.
Además, si nos centramos en el sistema inmunitario de la piel, según los científicos húngaros las modificaciones en la microbiota por los cambios hormonales de la adolescencia, junto al aumento de la producción de sebo, suponen todo un desafío para el escudo protector de la piel. Pero, además de ser un reto, los científicos creen que es una prueba necesaria para que este sistema se desarrolle completamente. De hecho, en su opinión, estos cambios ocurren en cualquier persona, desarrollen o no acné.
Los adolescentes no son los únicos que sufren este problema cutáneo. “El acné que se presenta en la edad adulta, sobre todo en la mujer fértil, es de influencia hormonal y por ello es imprescindible la consulta al dermatólogo para que, según la historia clínica paute un tratamiento u otro”, aconseja Martínez-Amo. Otros casos menos comunes serían el acné esteroideo, que puede surgir “en pacientes deportistas que se hormonan”, declara el dermatólogo, el acné por cosméticos o maquillajes o incluso por exceso de sol.
En cuanto al tratamiento, está el famoso roacután. Según Martínez-Amo, el descubrimiento de los retinoides orales supuso un antes y un después para el tratamiento de los pacientes, ya que curan el acné en un 80% de los casos y son la única terapia que actúa sobre todas las fases del problema. También hay tratamientos más novedosos como el empleo de diferentes fuentes de luz, peelings o diferentes sustancias “pero siempre de menor utilidad que los retinoides orales”, compara el especialista.
Sea cual sea el tratamiento elegido, las terapias actuales se diseñan a la medida de cada paciente y se enfocan en los factores que originan el acné, es decir, a la eliminación de las espinillas, el exceso de sebo, la inflamación o la infección. “Cuantos más factores controle el tratamiento, más efectivo resultará”, sostiene el dermatólogo. En cualquier caso, los expertos recalcan que este dependerá de la intensidad y la extensión de las lesiones, teniendo en cuenta el impacto que tenga en la vida del paciente. Una investigación con participantes de Reino Unido y publicada en The British Journal of Dermatology demostró que una persona con acné en el primer año tras el diagnóstico presentaba un riesgo un 63% mayor de sufrir depresión en comparación con personas sin espinillas.
“Vivir con acné puede ser difícil ya que las lesiones pueden ser dolorosas y a menudo son muy visibles”, declara a SINC Isabelle Vallerand, epidemióloga clínica, dermatóloga de la Universidad de Calgary (Canadá) y autora principal del estudio. “A pesar de que el acné es una afección cutánea común, desafortunadamente sigue existiendo el estigma asociado”, se lamenta.
Lo esperanzador de la investigación es que, pasado el primer año tras el diagnóstico, el mayor riesgo de sufrir depresión empezaba a disminuir, equilibrándose a los cinco años con las personas que no tenían el problema cutáneo. “Esto puede ser un reflejo de un tratamiento que funciona o de que se elimine el acné con el tiempo”, baraja la experta.