Cuando pensamos en la vida de un influencer, es inevitable evocar una imagen idealizada. Eventos con luces de neón y otros famosillos del sector, cenas en restaurantes a cambio de un par de stories, marcas que les amueblan esa casa nueva con la que nosotros ni podemos soñar… Pero a la hora de la verdad, lo que se esconde detrás de los likes y los followersfollowers dista mucho de lo que dicta ese estereotipo que hemos creado.
Si la mítica telenovela que veían nuestras padres o abuelos se volviese a emitir, está claro que se llamaría 'Los influencers también lloran' (el lugar de 'Los ricos también lloran'). Y es que esos seres sobrenaturales que se esconden detrás de los filtros no son otra cosa que personas de carne y hueso. Algunas saltaron a la fama gracias a un golpe de suerte; estar en el momento y lugar exacto. Otras se lo han currado a base de sudor y lágrimas. Sea como sea, superar un determinado número de seguidores en Instagram no te da la clave para la felicidad, pero en algunos casos te la quita.
Convertir tu ocio en un trabajo no es sencillo. Para la gran mayoría, ir de cañas y subir una foto con nuestros amigos es un simple acto de postureo. Para un influencer puede ser trabajo. Lo mismo sucede con los viajes, salir de compras, planificar una mudanza o hasta celebrar tu aniversario de pareja. Delimitar esa fina línea que separa la vida personal de lo que exponemos en redes pasa se convierte en un desiderátum, una aspiración que siempre están intentando lograr.
Y es que no es oro todo lo que reluce y detrás de la vida de algunos influencers como Lady Marrdita, una de sus clientas, se esconde una gestión muy complicada de la salud mental: gestionar las crisis personales cuando estás en el ojo público, rechazar colaboraciones que si bien son muy jugosas, entran con contradicción con tus valores personales, o lidiar con los momentos de fama desbordante sin que se te suba a la cabeza, pero también con esos meses sin proyectos, sin aumentar seguidores y sin saber cómo innovar.
A la cara oculta del universo influencer se suma la parte más visible, los haters. Todos conocemos su labor, e incluso alguna vez hemos sido uno de ellos.
Cuando uno se sitúa detrás de una pantalla, cree que todo lo que hace es inofensivo. ¿Un comentario hiriente? ¡Tampoco es para tanto! Pero esa persona que a diario tiene que leer comentarios sobre su peso, sobre si lo ha dejado con su pareja y sobre lo malo que es su contenido, acaba temblando al ponerse frente a una cámara.
Después se le criminaliza por edulcorar su vida y utilizar filtros, cuando son los propios haters quienes critican hasta el más mínimo detalle si se muestra tal y como es. Si sube una foto sin maquillar, “parece enferma, no es la imagen que debería dar”. Si sube una foto muy maquillada, “es artificial, es un mal ejemplo para las niñas que le siguen”. Si sube una foto en bikini después de comerse una hamburguesa XXL, “se le marcan las estrías y tiene celulitis, fijo que el resto de fotos está retocada”. Si adelgaza 10 kilos y lo cuenta en stories, “se le marcan las costillas, fijo que tiene anorexia”. Y así con todo hasta el infinito y más allá (o hasta que la influencer no puede más y desborda, exponiéndose a que la llamen exagerada o insinúen que sólo busca atención).
Marta Parella tiene 33 años y después dedicar más de una década a su anterior trabajo, decidió hacer un cambio de rumbo en su vida y centrarse en el coaching. “Tú dime dónde quieres llegar y yo te ayudo” es su lema, y su target que se sienten perdidos en el océano que es internet.
“Tuve una cuenta hace 5 años que me generó mucha frustración, estrés, me comparaba”, confiesa a Yasss. “Crecí hasta tener 25.000 seguidores y decidí cerrarla y parar del todo porque me estaba afectando a mi salud mental, no supe gestionarlo bien”. Y en ese punto de inflexión, Marta aprendió todo lo que ahora comparte. “Pensé, si yo en su momento hubiese tenido esto en mi poder, lo habría gestionado mucho mejor. Y ahí decidí aportar mi experiencia en redes y mis conocimientos de coaching a quien lo necesitase”.
Pero, ¿quién lo necesita? “Acompaño a cualquier persona que tenga una red social, sea mayor o menor, a saber gestionarla bien. Esto significa que uno siente sus redes como algo que disfruta y no como una carga. Podemos trabajar muchos ámbitos, hay creadores de contenido con miles de seguidores que se bloquean, otros que quieren dedicarle menos tiempo y no lo consiguen…”, nos explica. Según podemos ver en su web, una sesión de una hora de coaching cuesta 80 euros y, un pack de 4 sesiones, 280 euros.
En cuanto a lo que más trabaja con ellos, Marta cuenta que es el impacto de las redes sociales en la autoestima y la gestión del tiempo. “Nos pasamos horas enganchados a la pantalla, y a veces cuesta desconectar, muchos me piden trabajar este objetivo. Y en cuanto a la autoestima, cuando mides tus éxitos en likes, seguidores, reproducciones, haces que el valor de tu trabajo dependa de los demás”, reflexiona, “te vuelves dependiente de la aprobación externa y eso poco a poco va minando el amor propio”.
Pero esto no es algo exclusivo de los influencers. ¿Quién no ha sentido un poco de bajón porque un selfie no ha tenido apenas likes? ¿Quién no ha tenido una bronca con su pareja, con sus amigos o con su madre porque no podía dejar el móvil de lado durante una cena? A esas personas, Marta les aconseja tomar una decisión firme. “Aconsejo dejar por escrito esto, en modo lista, de qué cosas si quieren mostrar de su vida y qué cosas no”, así como poner límites al tiempo que dedicamos a las redes sociales. “Un tip que me encanta es hacer ayunos de redes sociales, puede ser un día de no colgar historias, unas horas sin mirar ninguna red ni contestar mensajes...”, recomienda.
Exponer nuestra vida en redes sociales no tiene por qué ser algo negativo según Marta, pero es fundamental pactar límites y que nuestro entorno próximo nos apoye. “Aquí es importante pedir permiso, hablar las cosas, para evitar molestar”, explica, “por ejemplo, si saldrán los niños en las redes o no, o si los amigos quieren salir en tus redes o no”.
De lo contrario, surgirán conflictos que inevitablemente repercutirán no sólo a la vida personal, sino también laboral. Y es que no debemos olvidar que a menudo la vida del influencer se idealiza. “Hasta ahora hemos visto mucho contenido perfecto, vidas perfectas, viajes perfectos, no hay fallo en la vida de un influencer”, nos plantea la coach. “Por suerte, creo que eso está cambiando. Ahora empezamos a ver más la realidad, pero aún son pocos los que se atreven a salir sin filtros, mostrar los fallos o los días de bajón”.
Esta idealización inevitablemente tiene repercusiones. “Los jóvenes lo ven como un trabajo fácil donde ganas mucho dinero rápido sin mucho esfuerzo, pero hay que estar preparado para ello, ya que la salud mental puede verse afectada si no se consiguen los ideales que uno esperaba”.
Y en el terreno de la salud mental, Marta tiene claras sus competencias y límites. “Es muy común trabajar conjuntamente con un psicólogo y me ha pasado tener que derivar y seguir las sesiones en otro momento”, afirma. “Los influencers son personas, con vidas personales, familias más o menos estructuradas, problemas de salud, ruptura de parejas, sufren estrés ansiedad, y justamente al ser público lo sabemos todos, y eso genera más presión a la persona”.