La comparecencia de Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados para explicar las medidas económicas por el coronavirus dejóimágenes históricas. Una de ellas ocurría nada más comenzar, con un hemiciclo semivacío que apenas tenía una veintena de escaños ocupados. Otra era la de algunos diputados con guantes. Pero la que marcará este día donde todo un Congreso mostró por fin una sola voz fue la de Valentina, una operaria del Congreso que se ha encargado de desinfectar cuidadosamente el atril de las intervenciones, además de los micrófonos y la barandilla, para evitar así cualquier tipo de contagio por el Covid-19. Y ha recibido el aplauso del reconocimiento de todos. Porque es Valentina el ejemplo del trabajo bien hecho, de la lucha en el día a día por hacer las cosas bien. De forma eficiente.
La función de esta trabajadora, que iba con guantes y mascarilla de seguridad, ha sido muy comentada en las redes sociales. El propio Gabriel Rufián subía un vídeo a su cuenta de Twitter agradeciendo la labor de Valentina desde su escaño.
Porque apareció Valentina con la cara cubierta por una mascarilla y sus manos enfundadas en guantes, y con un paño limpió la tribuna de oradores del hemiciclo vacío. Hasta el Congreso de los Diputados es ya parte de esta distopía del coronavirus.
Un Congreso fantasma como las ciudades de España. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, llegaba antes de las 9.00 horas sin periodistas que le preguntaran, sin apenas personas a las que saludar. Sin ruido. Sin bullicio. Mejor así.
Cuando accedió al hemiciclo se encontró con el silencio. Pocas imágenes tan potentes para medir el tamaño de la crisis del coronavirus que este hemiciclo vacío y tan triste, en el que en sus mejores días caben 350 diputados más los senadores. Cinco ministros han acompañado al presidente, pero se han sentado lejos de él. Carmen Calvo, Fernando Grande-Marlaska, José Luis Ábalos, Margarita Robles y Salvador Illa, el núcleo duro del Gobierno en esta crisis, han ocupado ellos solos la bancada azul. No han ido los ministros de Unidas Podemos. Esperaban a Sánchez seis parlamentarios del PSOE ubicados en filas intermedias de su zona, separados entre ellos por dos o más escaños. Todos, Adriana Lastra al frente, fueron desde sus domicilios madrileños, ya que a los residentes en otras provincias se les ha prohibido moverse a la capital.
En el sector central del hemiciclo, Gabriel Rufián completamente solo, casi como Aitor Esteban una hilera debajo. Por arriba, dispersos, Tomás Guitarte (Teruel Existe) o Íñigo Errejón (Más País). Separados estaban los diputados del PP y los tres de Vox, alguno con guantes y mascarilla.
Y en la Mesa, con la debida distancia de seguridad, la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, y cuatro integrantes más. Dos letrados fuera de plano, así como el secretario general de la Cámara y la taquígrafa, un ujier y dos fotógrafos, han completado el escaso pasaje de una sesión histórica. Unas 40 personas. 40.
Sánchez comenzó a hablar después de que Batet dedicara unas emocionadas palabras al personal sanitario y al de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, y en general a todos los que están trabajando estos días de enorme presión psicológica. Las primeras cinco palabras del presidente no se oyeron en las televisiones, un fugaz error técnico que ha sido como un amago de distopía; sólo faltaba que en un Congreso sin diputados compareciera un presidente sin palabras. Pero ha sido justo lo contrario. El presidente ha dado una intervención inicial de algo más de una hora. El debate ha durado más de cinco.
Fue pasadas las 10.00 horas cuando irrumpió por primera vez Valentina Cepeda. Desinfectó los micrófonos, el atril y los agarradores de las escalerillas, y volvió a su sitio. Más de 70 empleados del Congreso han acudido este miércoles a la Cámara. Intervino Pablo Casado y Valentina limpió otra vez; intervino Iván Espinosa de los Monteros y Valentina allí fue; y así cada vez que alguien esparcía al hablar microscópicas gotitas de saliva que a saber qué son.
Sánchez fue el primero en felicitarla, luego Pablo Echenique y poco más tarde Rufián. Valentina, quizá sin saberlo, ya era famosa. Una veterana trabajadora en el Congreso se ha convertido este miércoles en una persona admirada por toda España.
En las películas sobre distopías hay héroes pequeños y héroes grandes. Valentina puede que sea ambas cosas, como el ujier que dejaba el vaso lleno de agua después de cada intervención; o la taquígrafa, sola en su mesita; o como el realizador que ha dado señal a todas las televisiones. Al Congreso no han ido periodistas por seguridad.
Ha circulado el pleno con una calma inusual y con un grado de respaldo al Gobierno aún más inusual. Hasta Vox ha apoyado algunas medidas, aunque su portavoz no ha escatimado críticas, especialmente en el segundo turno. Más allá del estado de alarma y de la movilización de 200.000 millones de euros para que la economía española no se descomponga por completo, ha prevalecido en el Congreso un lenguaje preocupante, pues la situación lo es. Durante el debate se ha conocido el aumento de contagios y el aumento de muertes por coronavirus.
Guerra, batalla, resistencia, sudor, lágrimas, víctimas, salir unidos, victoria... Han sido palabras muy usadas este miércoles en el Congreso. Sacrificio, enemigo, unidad, otras. Obviamente, se dan circunstancias personales tristes. Gabriel Rufián ha reconocido que lleva días sin ver a su hijo, y seguramente estará así muchos más, ha vaticinado. Joan Baldoví se ha acordado de su nieto Manel. El Congreso debatirá el día 25 si se prorroga el estado de alarma.
Este virus no entiende de territorios ni de ideologías, ha repetido Sánchez. La enfermedad del COVID-19 ha alterado por completo la vida de todos. Esta distopía será coyuntural, sin duda, pero la historia la recordará siempre. Igual que recordará que un 18 de marzo de 2020 un Congreso casi vacío escuchó a un presidente explicar un estado de alarma. Y los que lo vivimos, aunque en la distancia, recordaremos para siempre a Valentina.