La conducta suicida constituye un grave problema social y de salud pública en todo el mundo. Cada año fallecen más de 700 000 personas por suicidios en todo el planeta y el número de casos no mortales es unas 20 veces mayor. Junto a la pérdida de vidas humanas, los suicidios tienen un impacto enorme sobre otras personas del entorno familiar, social, laboral o académico de las víctimas, así como sobre el conjunto de la sociedad.
La tasa de mortalidad por suicidio en España es algo inferior a la de la mayoría de los países europeos. En el sur de Europa hay menos muertes por esta causa. Además, la recogida de datos sobre defunciones por causas externas es todavía mejorable y desigual entre países.
Según la información más reciente publicada por el Instituto Nacional de Estadística, en 2020 el suicidio se mantuvo como la primera causa de muerte externa, con 3 941 fallecimientos, un 7,4 % más que en 2019, un frío dato estadístico que esconde dramas que afectan a personas iguales que nuestros hijos e hijas, parejas, madres y padres u otros seres queridos.
Los suicidios no son fruto del destino o de la mala suerte sino que, como muchos otros problemas de salud pública, se deben a un conjunto de determinantes que conocemos en parte. La mortalidad por suicidio es mucho mayor en España entre los hombres en comparación con las mujeres y aumenta con la edad, de manera que los hombres de edad avanzada sufren una mortalidad por suicidio más elevada. En cambio, los casos no mortales atendidos por los servicios de urgencias o los ingresos hospitalarios incluyen una mayor proporción de mujeres, seguramente porque los hombres que se suicidan tienden a emplear métodos más violentos y letales.
El suicidio no se debe a una sola causa, sino a una combinación de determinantes individuales, interpersonales, comunitarios y socioculturales. Además de la edad y el género, son factores individuales de riesgo para el suicidio la depresión y otros trastornos mentales, el consumo de alcohol y otras drogas, las enfermedades crónicas, haber sufrido alguna forma de violencia en el pasado o haberla ejercido sobre otras personas, y haber llevado a cabo una conducta suicida anteriormente.
Los factores interpersonales incluyen las relaciones violentas o conflictivas con otras personas, el aislamiento y la falta de apoyo social, los casos de suicidio entre familiares y allegados, y las dificultades económicas y laborales.
Por último, los factores comunitarios y sociales asociados al suicidio incluyen la dificultad para recibir una atención sanitaria adecuada, un fácil acceso a los medios para cometer un suicidio –como armas de fuego, medicamentos y otros productos tóxicos o lugares desde los que resulta fácil precipitarse al vacío o al paso de vehículos– y la estigmatización asociada a los trastornos mentales y los servicios de salud mental.
Los suicidios pueden y deben prevenirse, y para ello es necesario adoptar un conjunto de medidas que afectan a toda la sociedad y no solamente a las personas afectadas o a los servicios sanitarios.
En primer lugar, es necesario seguir desarrollando estructuras de apoyo que aseguren que todas las personas puedan atender sus necesidades económicas y de vivienda básicas, especialmente en contextos de crisis.
Es muy importante también fortalecer la detección y el tratamiento adecuado de las personas que padecen trastornos mentales, evitando el estigma que todavía les acompaña y asegurando una atención de calidad sin sesgos de género ni barreras para quienes sufren dificultades sociales.
Se necesita también crear un entorno protector con políticas de reducción del consumo excesivo de alcohol y medidas que limiten el acceso a los medios utilizados para el suicidio como la protección de lugares desde los que es posible acceder a vías férreas o saltar al vacío.
Otras estrategias esenciales incluyen la detección y el apoyo asistencial de las personas en riesgo de suicidio en las que participen los servicios de salud mental, atención primaria y otros servicios de salud, educación y bienestar social.
Afortunadamente, gracias a la contribución de organizaciones de supervivientes al suicidio y de numerosos expertos vamos superando la creencia de que es mejor no hablar sobre el suicidio en los medios por temor a contagiarlo. Hoy sabemos que no es posible adoptar estrategias de prevención del suicidio si antes no hablamos de él para conocerlo.
También se han publicado recomendaciones para que el tratamiento del suicidio en los medios de comunicación evite el sensacionalismo y ayude a la prevención, que los profesionales de la información van conociendo y difundiendo.
A nivel individual también podemos ayudar a prevenir el suicidio aprendiendo a identificar los signos de alarma que indican que una persona de nuestro entorno puede estar en riesgo:
Ante cualquiera de esos signos de alarma conviene mostrar nuestro apoyo y escuchar a la persona afectada sin juzgarla y preguntándole francamente si está pensando en la posibilidad del suicidio. Nunca se debe infravalorar el hecho de que una persona explique que está pensando suicidarse.
En caso de que así sea, es conveniente contactar son los servicios telefónicos de atención sanitaria, retirar cualquier objeto que pudiera ser usado para llevar a cabo una conducta suicida y mantenerse junto a la persona afectada en un lugar tranquilo y seguro.