¿Alguna vez te has puesto a reflexionar sobre la muerte justo antes de dormir? Con las luces apagadas, te imaginas lo que supone desaparecer de la faz de La Tierra. Dejar de existir, morir. Este proceso tan natural como inevitable es sin duda uno de los grandes miedos del ser humano, convirtiéndose en una fobia para muchas personas.
"La primera vez que me di cuenta de que me iba a morir algún día tenía 12 años", recuerda Alicia, de 25 años. "Estaba a punto de dormirme con todas las luces apagadas y me imaginé mi vida pasando como una película hasta llegar a la vejez. Pensé en lo que sería morir y no fui capaz de imaginarme un cielo ni un más allá. Me imaginaba una escena en negro en la que yo ya no existía, sin ser consciente de esa no existencia. Me agobió mucho y me fui a dormir con mi madre".
Con el tiempo, Alicia evitó pensar y hablar de la muerte, pero cuando alguien cercano fallecía, ese miedo resurgía con más fuerza. "Me acuerdo que cuando murió un tío abuelo, estuve una semana sin apenas dormir. Esa sensación de vacío al pensar en la muerte me inundaba, sobre todo por las noches porque era cuando tenía la mente en blanco".
Aunque este miedo no repercute en su día a día, Alicia tiene claro que la situación es desproporcionada. "Yo de normal estoy bien, pero no sé lidiar con la muerte. Cuando falleció el abuelo de mi novio fui incapaz de darle el apoyo que necesitaba porque me pasé días llorando", relata. "Obviamente no muere gente a diario en mi entorno, y menos mal, pero cuando hay alguna situación que me recuerda a la muerte lo paso mal. Películas, publicaciones de Instagram o Facebook, noticias en Twitter… Si tienen que ver con la muerte, me amarga el día. Y otras veces me pongo a pensar sobre la muerte en la cama sin que haya pasado nada, y no puedo evitar llorar a lo bestia".
El miedo a la muerte ha sido estudiado por filósofos y psicólogos desde el origen de la humanidad. Hasta el mismísimo Sigmund Freud dejó en sus escritos alguna reflexión sobre lo que llamó 'pulsión de muerte'. Según el padre del psicoanálisis, los seres humanos tenemos cierta tendencia a la autodestrucción, pero la reprimimos. Si bien Freud fue uno de los primeros en hablar sobre el miedo a la muerte, sus ideas hoy en día parecen un poco descabelladas –tal vez porque consumía cocaína frecuentemente con Nietzsche, y si combinamos ambas mentes solo pueden salir teorías incomprensibles–.
Dejando de lado teorías del siglo pasado, algo está claro: es natural temer la muerte. Para los ateos, es el último capítulo de la vida. Un punto y final a partir del cual no hay recuerdos, no hay conciencia, no hay emociones y no hay nada. Para los creyentes, supone un punto de inflexión, pero también es un recordatorio de su fe al preguntarse "¿Y si no hay nada más?" de forma inevitable.
Sin embargo, no es sano que nos aterre hasta el punto de querer llorar, de paralizarnos o de obsesionarnos con el tema. Entonces, ¿por qué algunas personas tienen una relación tan mala con la muerte?
Pensar en la muerte nos genera incomodidad porque nos han educado para que así sea. Se trata de un tema tabú. Muestra de ello es que nuestros padres se inventasen historias de lo más inverosímiles para no confesarnos que un familiar o nuestra mascota había fallecido.
Crecemos pensando que la muerte es algo horrible y aterrador, pero que debemos vivir de forma íntima y privada. A nadie le da reparo confesar que le asustan las alturas o las inyecciones, pero el miedo a la muerte se digiere en silencio. No hablar de este miedo tiene dos consecuencias muy negativas: no lo normalizamos y no lo aprendemos a gestionar.
El único momento de nuestra vida en el que hablar de la muerte está bien visto es cuando está a punto de suceder. Todos hemos visto a nuestros abuelos hablando con el médico o a familiares con enfermedades terminales recibiendo apoyo psicológico. Es entonces cuando por fin comparten ese miedo, y toda la incertidumbre comienza a desaparecer. No es magia. Tampoco es un efecto secundario de estar a las puertas de la muerte. Es lo que sucede cuando por fin expresamos lo que sentimos.
Hablemos de la muerte. Plantémosle cara para que pierda su poder. Reconozcamos en voz alta que nos aterra no saber si existe una vida extra. Será entonces cuando por fin podamos respirar aliviados.