El azote del coronavirus en la salud mental se ha hecho especialmente palpable en los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA), un grupo de problemas psicológicos multicausales. Es decir, dependen de múltiples causas, entre ellas la presión social, las redes sociales o la cultura de la delgadez imperante a día de hoy.
Además, la pandemia ha sido un factor de riesgo añadido, provocando el auge de estos trastornos en numerosos centros del país. Uno de ellos es el Complejo Hospitalario de Salamanca en el que Laura Hernández trabaja como enfermera especialista en Salud Mental. Desde hace tres años se encuentra en la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria, viviendo en primera persona cómo las secuelas de la covid-19 derivaban en otra epidemia más silenciosa: la de la salud mental.
Uno de los Trastornos de la Conducta Alimentaria que más se ha visto afectados por la pandemia es el trastorno por atracón. Según la fundación ANAR (Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo), los trastornos de alimentación aumentaron un 826,3% durante las primeras salidas después del confinamiento entre adolescentes. Pero... ¿En qué consiste? ¿Cuál es su diferencia con otros TCA y por qué nos debería preocupar más? ¿Cómo se puede salir del bucle de consumir grandes cantidades de comida de forma rápida? En Yasss hemos hablado con ella para que nos ayude a resolver algunas de las dudas más frecuentes.
“El trastorno por atracón consiste en el consumo rápido y descontrolado de grandes cantidades de comida (llamadas atracones) una o varias veces a la semana sin llevar a cabo conductas destinadas a compensar la ingesta como los vómitos o el ejercicio físico, lo que diferencia este cuadro de otros problemas alimentarios como la bulimia nerviosa”, explica Laura Hernández. “Además, aparecen ideas obsesivas hacia la alimentación y de culpa tras los atracones, lo que suele desembocar en intentos de restricción alimentaria posterior que aumentan el riesgo de que en la siguiente ingesta se pierda el control y se llegue a producir el atracón, perpetuando el problema”.
Se trata, además, de un problema tremendamente frecuente: “En contra de lo que se pudiera pensar, es el más común de todos los trastornos alimentarios. A pesar de ello, generalmente se encuentra invisibilizado a nivel social, ya que tendemos a responsabilizar a la persona al considerar la falta de control con dejadez, entendiendo que el trastorno es una elección voluntaria del paciente”.
Al estigma social se suma la dificultad para diagnosticar un problema tan normalizado, según relata la experta. “Es común que los pacientes que llevan muchos años con el problema hayan intentado realizar múltiples dietas a lo largo de su vida”, muchas de ellas consideradas milagrosas, pero en realidad “se basan en importantes restricciones dietéticas. Como ya hemos comentado anteriormente, la restricción alimentaria se relaciona frecuentemente con una pérdida de control alimentario posterior, recuperando rápidamente el peso perdido, lo que genera sentimiento de frustración e ideas de minusvalía en la persona”.
En la vasta mayoría de TCA hay una gran diferencia por géneros. Por ejemplo, en la anorexia o en la bulimia nerviosa, afectan a diez mujeres por cada hombre según el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Sin embargo, esto no sucede en el trastorno por atracón: “Datos anteriores a la pandemia indicaban que hasta un 1,6% de las mujeres frente a un 0,8% de los hombres sufrían el trastorno, siendo las diferencias entre géneros mucho menos ostensibles que las que aparecen en otros trastornos de la conducta alimentaria”.
Con respecto a la edad, Hernández explica que el trastorno por atracón suele aparecer durante la adolescencia o la veintena, “aunque los pacientes que acuden a consulta suelen tener una edad superior que los que padecen otros problemas de la conducta alimentaria como la anorexia y la bulimia nerviosa”. ¿El motivo por el que tardan más en pedir ayuda? La invisibilización del problema, ya que “es frecuente que los pacientes pasen años ‘dando tumbos’ entre diferentes profesionales (médicos, dietistas, etc.) hasta que identifican el problema alimentario como el principal”.
Por otro lado, en casos de adolescentes o jóvenes, “son los propios pacientes quienes suelen pedir ayuda”, ya que el sufrimiento derivado es insostenible haciendo necesaria la atención profesional.
Aunque Laura informa que los síntomas no varían mucho en función de la edad, sí que se encuentran ciertas diferencias en otros aspectos. “Lo que sí puede marcar la diferencia en población joven son sus circunstancias vitales y las herramientas cognitivas y emocionales con las que cuentan. Por ejemplo, es habitual que los problemas alimentarios se presenten en jóvenes que salen fuera a estudiar y dejan de contar con el control externo que ejercía la familia respeto a la alimentación y demás hábitos. En definitiva, la soledad, horarios de estudio o de trabajo que alteren los biorritmos, problemas de autoestima o imagen corporal..., pueden precipitar y mantener el cuadro alimentario”, lo que implica un gran riesgo durante la etapa universitaria en la cual gozamos de más autonomía.
“Respecto a la evolución”, señala, “los pacientes jóvenes suelen tener un mejor pronóstico, dado que llevan menos años padeciendo el trastorno. En muchas ocasiones la reeducación alimentaria y la implantación de hábitos adecuados respeto a las rutinas, el sueño, el ejercicio físico, etc., son la base fundamental del tratamiento. También en algunos casos el trabajo psicoterapéutico y el empleo de psicofármacos resultan esenciales para poder manejar el problema alimentario. De esta forma, un enfoque multidisciplinar como el que se sigue en las unidades especializadas suele ser ‘clave del éxito’ del tratamiento”.
El trastorno por atracón es un círculo vicioso de restricción, culpabilidad y ansiedad hacia la comida que deriva en nuevos atracones, lo que a su vez genera más malestar y, como veníamos vaticinando, esta serpiente que se muerde la cola se ha visto azuzada por el coronavirus.
“Previamente a la aparición de la pandemia en nuestras vidas, la prevalencia de este trastorno en la población general se estimaba entre el 1 y el 4%. Tras la llegada de la covid-19 y como consecuencia de esta, datos preliminares hablan de que la incidencia de los trastornos alimentarios se habría triplicado”, relata la especialista. ¿Las causas? Varias, pero alguna con más peso que otra como veremos a continuación.
“El confinamiento parece una de las principales causas de este aumento. Los primeros estudios reflejan que la ansiedad que apareció tras la implantación repentina de medidas restrictivas, los problemas laborales o familiares, el aburrimiento, el miedo al contagio, etc., podrían justificar que gran parte de la población se refugiase o aumentase el consumo de alimentos ricos en calorías, dentro de un patrón de ‘alimentación emocional’. De hecho, en las unidades especializadas identificamos el confinamiento como ‘evento gatillo’, es decir, la circunstancia que ‘encendió la mecha’ del problema entre la población vulnerable”, señala.
Laura también explica que el miedo al desabastecimiento provocó una acumulación excesiva al comienzo de la pandemia. “En los primeros días y primeras semanas de confinamiento, casi la totalidad de la población realizó grandes compras en los supermercados”, compras que incluían alimentos hipercalóricos, snacks y ultraprocesados. “Además, se viralizaron las hoy llamadas ‘recetas pandémicas’, preparaciones generalmente muy calóricas, que un gran porcentaje de la población preparó como medio de entretenimiento y socialización: bizcochos, pan, etc.”.
La experta afirma que todos estos factores provocaron que muchas personas encontrasen en la comida, sobre todo en la más hipercalórica, una alternativa “rápida y placentera para manejar las emociones que la situación despertó”.
Laura Hernández explica que la alimentación emocional es uno de los factores influyentes en el trastorno por atracón. Es “un patrón alimentario que consiste en emplear la comida como medio para manejar las emociones negativas”. ¿Y cuáles son los alimentos a los que más recurrimos para acallar el malestar?, cabría preguntarse. “Generalmente existe predilección hacia alimentos de alta densidad calórica (bollería, dulces, fritos, etc.) cuya composición favorece la pérdida de control sobre lo que se está ingiriendo”.
“Este patrón alimentario puede dar paso con facilidad a la aparición de un trastorno por atracón, dado que con frecuencia aparecen ideas de culpa que favorecen el inicio de dietas restrictivas, que a su vez amplifican el riesgo de que en las siguientes ingestas se vuelva a perder el control. Las personas se ven inmersas en un ‘bucle’ del cual, con frecuencia, no son capaces de salir”, alerta.
¿Se puede salir de este bucle? Hernández explica que “en la mayoría de ocasiones, la simple implantación de hábitos dietéticos saludables es suficiente para reconducir la conducta y, por ende, mejorar el desequilibrio emocional que lleva asociado”.
El primer paso es, explica, “entender que la alimentación es un biorritmo, como lo es el sueño. Por esta razón, el mantenimiento de horarios y número ingestas es clave para que el sistema ‘funcione’ correctamente y sean las sensaciones de hambre y saciedad las que las regulen”. El siguiente paso es que “el paciente conozca y emplee otras herramientas más adecuadas para manejar un estado emocional negativo, como pueden ser aquellas relacionadas con la distracción o el mindfulness”.
Muchas personas se habrán visto identificadas con el patrón de alimentación emocional, y es que pese a ser un factor clave del trastorno por atracón y otros TCA, también puede afectar a población general. Es por ello que le hemos preguntado a Laura Hernández cuál es la fina línea que separa los atracones esporádicos y la necesidad de acudir a una Unidad de TCA.
“En el campo de los trastornos alimentarios, como en cualquier problema de salud mental, son los manuales de diagnóstico los que marcan las líneas entre lo que se considera sano y patológico”, siendo el principal manual en el campo de la psicología y la psiquiatría el 'Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders', popularmente conocido como DSM. Se trata de un libro que contiene descripciones, síntomas e información fundamental para poder diagnosticar trastornos mentales.
“En el caso del trastorno por atracón el DSM es muy claro en identificar los criterios que considera patológicos: por un lado, la existencia de, como mínimo, un atracón semanal en los últimos tres meses, entendido como la ingesta en un periodo de dos horas, de una cantidad de comida muy superior a la que ingeriría una persona media en el mismo tiempo. Por otro lado, tiene que aparecer falta de sensación de control durante la ingesta y de malestar tras los atracones, tanto físico como psicológico”, enuncia la enfermera, recalcando que este diagnóstico no depende del peso, sino de cómo se vive el problema alimentario en el día a día.
Pero, ¿qué ocurre cuando te das cuenta de que cumples estos criterios? Según nos informa Laura, los pacientes que llegan a las Unidades de TCA sospechan que su relación con la comida es problemática porque “han identificado, al menos, dificultades para el control de la ingesta y sentimientos negativos relacionados con la misma”. Sin embargo, con frecuencia son otros especialistas (endocrinos, pediatras, atención primaria…) quienes detectan que algo va mal cuando el paciente acude a ellos por otros motivos.
Al hablar de Trastornos de la Conducta Alimentaria es inevitable reflexionar sobre el poder de las redes sociales como uno de los posibles causantes. Algunos afirman que son totalmente contraproducentes en población de riesgo, otros consideran que son inofensivas, pero, ¿hasta qué punto existe influencia en el trastorno por atracón?
Laura nos explica que si bien no lo considera una de las causas de aparición, sí que cree que se trata de un factor importante a tener en consideración. “Con frecuencia este tipo de plataformas emplean un mensaje agresivo hacia el consumo de alimentos cuya composición no se rija por unos patrones estrictos. Este tipo de pautas en población vulnerable puede acrecentar la obsesividad alimentaria, dado que existe un foco continuo acerca de las ingestas, calificándolas de aptas o no aptas. Además, la sensación de culpa que aparece en la persona tras no haber alcanzado los cánones ‘exigidos’ por estas aplicaciones, puede generar ideas de desesperanza acerca de su capacidad de autocontrol, aumentando el riesgo de terminar realizando una sobreingesta o un atracón”.
Otra creencia sobre el trastorno por atracón que se ha demostrado falsa es su relación con el peso. “Suele asociarse automáticamente el trastorno por atracón con la obesidad. Es evidente que este problema alimentario puede justificar algunos casos de obesidad, aunque el trastorno se puede producir también en personas normopeso. De hecho, la mayoría de personas que padecen obesidad no realizan atracones de manera recurrente”, recalca.
Por otro lado, “la gravedad del trastorno por atracón no se relaciona con el peso del paciente, sino con la coexistencia del cuadro alimentario con otros problemas de salud mental. Como hemos identificado anteriormente, el peso no es un criterio diagnóstico del trastorno”.
Finalmente, Laura Hernández señala el error que cometemos al culpabilizar a las personas que padecen este trastorno, responsabilizándolas por un problema multicausal. “Los pacientes que padecen un trastorno por atracón no son personas que no tengan ‘fuerza de voluntad’ o que vivan despreocupados por su imagen corporal, sino todo lo contrario. El trastorno por atracón produce gran sufrimiento en la persona y potencia la falta de autoestima y los sentimientos de minusvalía respecto a los demás”, puntualiza la enfermera especialista en TCA.