El rápido desarrollo de vacunas contra el virus SARS-CoV-2 es un logro sin precedentes. Obvio, aunque hay voces que hablan de una guerra de vacunas más bursátil que sanitaria. Es un problema de comunicación obvio, porque se intenta dar información al instante y los cambios de eficacia no ayudan a que los ciudadanos sientan seguridad ante las vacunas que llegarán. A finales de 2021, incluso españolas. Por el momento, la incertidumbre ha provocado que el Gobierno haya tenido que destacar que no se pondrá una vacuna sin que la Agencia Europea del Medicamento de su luz verde. Todos reconocen, no obstante, que los plazos se han adelantado.
Una vez que las vacunas se produzcan en masa, tendrán que distribuirse a casi toda la población para evitar muertes y permitir una pronta recuperación económica. La necesidad de vacunar a un gran número de personas en un período corto de tiempo, y posiblemente con dosis de vacuna insuficientes para cubrir la mayoría, crea en sí mismo un nuevo desafío para los gobiernos y las autoridades sanitarias: qué grupos de población (por edad u otros criterios) deben ser objetivo prioritario y qué secuencia se debe seguir, si es que se debe seguir alguna, para lograr el número mínimo de muertes. Y ahí está ahora el debate. Los Gobiernos apuestan por vacunar a los mayores que viven en residencias y a las personas con más mortalidad, pero ahora un análisis matemático considera que esa postura no es la que salvará a más gente.
Por ello, cobra relevancia un estudio realizado por tres investigadores de la Universidad de Khalifa, quje sin embargo, dan una clave para elegir al grupo etario que tendría que recibir la vacuna prioritariamente: los jóvenes. Los resultados muestran sin ambigüedades cómo la planificación de la vacunación por grupos prioritarios puede lograr reducciones drásticas en el total de muertes (más del 70% en algunos casos) en comparación con la ausencia de priorización. Los resultados también indican en todos los casos, para todos los valores de efectividad y cobertura de la vacuna evaluados, que los criterios de prioridad de vacunación grupal no deben ser aquellos con mayor mortalidad sino aquellos con el mayor número de interacciones diarias entre personas.
Sorprendentemente, los resultados del estudio muestran en todos los casos que la priorización de los grupos con la mayor mortalidad pero menos interacciones sociales, puede conducir a un número significativamente mayor de muertes totales finales, incluso mayor como si no se establecieran prioridades de grupo en absoluto. La explicación, claramente mostrada por el modelo mecanicista, es que la vacunación evita infecciones que reducen la mortalidad no solo del propio grupo vacunado sino también de las proyecciones de infecciones secundarias y posteriores infligidas al resto de la población por los vacunados en ese grupo. Precisamente este efecto de amplificación (naturaleza exponencial de la curva) parece provocar la mayor reducción en el total de muertes si se vacunan primero los grupos con más interacciones.
En esta línea, si se entrega la vacuna a las personas con mayor número de interacciones nos encontramos con un grupo prioritario joven dentro de los trabajadores de la salud, de la hostelería e incluso los niños que han podido volver a sus escuelas tras la pandemia.
En sintonía con la defensa de este estudio están trabajadores como José, de 47 años y una salud envidiable, pero pasa 8 horas al día de cara al público. “Vivimos en contacto directo. No hay ni mampara”, cuenta a Informativos Telecinco, explicando los riesgos a los que se expone cada día en su tienda de alimentación.
Por su edad e historial médico, trabajadores como él van a ser de los últimos en vacunarse, pese a que estudios como este abogan justo por lo contrario.
“Para abortar ese despegue exponencial de la curva es mucho mejor si vacunásemos a aquellas personas que, independientemente de su edad, tengan más interacciones con otras personas”, señala Jorge Rodríguez, investigador de la Universidad Khalifa Abu Dhabi.