Tras un año y medio marcado por el coronavirus, el proceso de vacunación ha arrojado algo de esperanza en la vida de los españoles. Poco a poco construimos una nueva normalidad, y las vacaciones son unas de las grandes protagonistas.
Queremos viajar, da igual si es turismo rural, si alquilamos una furgoneta camperizada para recorrer el norte del país, o si cogemos un avión para visitar otros países. Lo importante es huir de esa rutina que nos ha atrapado durante tanto tiempo. Y cuando por fin llegamos a nuestro destino, deshacemos las maletas y nos disponemos a disfrutar de ese merecido tiempo libre, de golpe y porrazo nos asalta una preocupación: engordar.
Han sido varios los hospitales que han alertado de un aumento de problemas relacionados con la alimentación este último año, especialmente en la población joven. Entre ellos, la unidad psiquiátrica del Hospital Universitario Infanta Leonor, el Hospital Clínico San Carlos, y el Hospital Ramon y Cajal, informando que los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) se habían cuadriplicado en 2020. Y es que no sólo hemos vivido una situación crítica respecto a nuestra salud física, sino que también se nos ha bombardeado con un sinfín de recomendaciones, titulares de noticias, vídeos de YouTube y post de Instagram con un mensaje común: que la gente estaba engordando durante la pandemia.
Cuando por fin finalizó el estado de alarma, han sido muchas las personas que han comenzado a realizar dietas hipocalóricas sacadas de YouTube, Instagram o TikTok. Para empezar, estas rutinas de alimentación no son individualizadas. En otras palabras, no tienen en cuenta tus necesidades nutricionales, si tienes algún desbalance hormonal, si necesitas una cantidad de hidratos de carbono, proteínas o grasas diferente, o si sufres alguna intolerancia. Y para seguir, a menudo son dietas con tan pocas calorías que serían deficitarias hasta para un niño pequeño.
Nuestro cuerpo necesita energía, y esa energía es la comida. Restringir la alimentación de una forma totalmente rígida puede ayudarte a perder unos pocos kilos, pero rápidamente te estancarás, sentirás una ansiedad desbordante que derivará en atracones continuos, y pondrás en peligro tu salud física y mental.
A las dietas hipocalóricas se suma la demonización de los ultraprocesados, alimentos con ingredientes de baja calidad, pero gran palatabilidad por su alto contenido en azúcares y grasas saturadas. No son la mejor opción nutricional, todos lo sabemos, pero tampoco pasa nada por consumirlos de forma esporádica.
El problema es cuando convertimos nuestra alimentación en una cuestión de todo o nada, y cuando un día, ya sea un cumpleaños, una barbacoa o unas vacaciones, nos saltamos esa estricta rutina, la culpabilidad nos destroza.
Acaba el estado de alarma, te apuntas al gimnasio y comienzas a cuidar tu alimentación. Adelgazas 2, 5 o 10 kilos, y ver como la cifra de la báscula va bajando te da un subidón de autoestima. Da igual que tengas más energía, que ya no te canses al subir escaleras, o que lleves meses sin ponerte malo porque tu sistema inmune está a tope. Lo que importa es el peso y que has tenido que comprar ropa de una talla menos de ropa.
Esta situación parece exagerada, pero desgraciadamente es muy común cuando una persona comienza a “cuidar su salud”, y utilizo comillas porque en realidad lo que estamos cuidando es nuestra estética, ya que otorgamos más importancia a ésta que a los indicadores psicológicos o físicos de que vamos por el buen camino.
Y si esto sucede cuando cambiamos nuestros hábitos de forma flexible y saludable, parémonos un segundo a pensar en cómo viven la pérdida de peso aquellas personas que comienzan a realizar ejercicio de forma extrema o a cumplir dietas tremendamente restrictivas. En estos casos las únicas consecuencias positivas de adelgazar son “estéticas”. Se ven más delgadas, su ropa talla menos y la gente les piropea por haber perdido peso, pero por dentro se sienten cansadas constantemente, tienen frío, se les cae el pelo, están irritables constantemente y son incapaces de mantener la concentración.
La obsesión por nuestra “salud” (como hemos dicho es en realidad una obsesión por nuestra apariencia) puede aumentar todavía más cuando estamos de vacaciones. ¿Por qué?
Todos estos factores se suman como si de los ingredientes de una receta se tratasen, dando como resultado culpabilidad, ansiedad, baja autoestima y conductas dañinas respecto a nuestro cuerpo.
La culpabilidad asociada a la alimentación puede ser muy peligrosa y difícil de eliminar, ya que vivimos en una sociedad que criminaliza la gordura bajo la excusa de la salud. Esto se pone de manifiesto en las redes sociales de forma totalmente tangible. Si una influencer con sobrepeso sube una fotografía comiéndose una tostada con aguacate, habrá comentarios acusándole de hacer apología de la obesidad, recomendándole cuidarse por salud, o diciendo que su físico es enfermizo. En cambio, si una persona con infrapeso ("delgado") o normopeso (en "su peso") sube una fotografía comiéndose una pizza familiar con cuatro quesos, chorizo y bacon, sus seguidores le dirán que ojalá ser como ella o que ojalá tener una pareja como ella.
Ignorar esta faceta gordófoba de la sociedad puede ser difícil, pero que sea difícil no significa que sea imposible, y algunas recomendaciones para lograrlo son: