La historia de Luda Merino, una chica que estuvo 15 años sin sentir dolor, frío o hambre por un trauma del pasado
Luda, una joven de 20 años, ha compartido en Twitter cómo durante 15 años vivió sin sentir dolor
La disociación puede alterar nuestra memoria, nuestras emociones y nuestra capacidad de sentir dolor: “Cuando estoy sensible y triste, soy capaz de bloquearlo”
Marina Pinilla, psicóloga, analiza los diferentes síntomas disociativos y la causa más frecuente
“¿Os imagináis caeros por las escaleras, pegaros un golpe monumental y que no os duela? Así estuve yo hasta los 15 años”. Parece la sinopsis de una película, pero es la historia real de Luda Merino, una estudiante de animación y modelado 3D de 20 años que ha relatado en Twitter cómo las experiencias traumáticas que vivió en su infancia le hicieron bloquear el dolor durante la mayor parte de su vida.
Su hilo ha sido compartido más de cinco mil veces y acumula casi diecisiete mil me gusta, y no es para menos, ya que con naturalidad ha explicado lo que le sucede a muchas personas con síntomas disociativos (más abajo te explicamos qué son).
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La historia de Luda (20 años)
Luda nació en Siberia y fue adoptada cuando tenía 3 años. En ese momento, su madre se dio cuenta de que la pequeña no lloraba. “Podía gritar de ira, pillarme una pataleta, ponerme mimosona, pero nunca lloraba. Lo raro es que incluso cuando me caía, con escasos 3 años, y me dejaba la cara contra el suelo, tampoco lloraba. En su lugar, me quedaba con la mirada perdida un rato”, explica en su Twitter.
Daba igual que tuviese heridas en los pies porque los zapatos le hacían daño, que se le cayese un diente por darse un golpe, que le diesen un balonazo o que se hiciese una brecha en la cabeza. Nunca se quejaba.
Hace poco, Luda se preguntó por qué el dolor no había formado parte de su vida. Fue entonces cuando reflexionó sobre su estancia en el orfanato. “Cuando a un niño (un bebé, más bien) no se le atiende bien, le duele algo y no acude nadie, y eso pasa a menudo, el cerebro del niño desconecta. Literalmente bloquea el dolor. Por eso también en los orfanatos muchos niños no lloran”.
En otras palabras, la joven aprendió desde bebé que no servía de nada llorar, que no recibiría la atención de un adulto y que la reacción más útil era bloquear el dolor. "Total, los niños lloran para que un adulto les atienda. Si no va nadie, ¿para qué hacerlo? Si se prolonga mucho tiempo es cuando desconectan. Y no solo del dolor. Frío, fatiga, hambre... Tampoco sentía eso de niña", prosigue Luda en el hilo.
“A día de hoy sigo sin sentir hambre. Aún tengo resquicios de aquello. Cuando estoy sensible y "triste", soy capaz de bloquearlo. Así, en dos segundos. ¿Y no sentir dolor no es peligroso? Lo es, y mucho”, afirma. “El dolor nos avisa de que algo no va bien en el cuerpo. igual que el frío, la fatiga o el hambre. No sentirlos es literalmente un peligro”.
Su problema fue normalizado en casa, y por eso se mantuvo durante quince años. “Decían «ay, que niña más 'fuerte' que tenemos». Era muchísimo más complicado que eso, pero ellos no lo sabían. No fue lo único que me pasaba, en general vine con muchas "rarezas" de Rusia, pero sí que fue una de las más llamativas. A los 13 años aprendí a hacerlo a voluntad. Aprendí a bloquear el dolor a voluntad”.
El dolor nos avisa de que algo no va bien en el cuerpo. igual que el frío, la fatiga o el hambre. No sentirlos es literalmente un peligro
A día de hoy, Luda es capaz de sentir dolor, aunque reconoce que puede minimizarlo, pero ya no lo bloquea. El proceso no ha sido fácil, y es que ha tenido que aprender a quejarse, pero en comparación con otros casos, la mejoría es increíble. “A la mayoría de niños les desaparece antes. A otros les dura más. Conozco a un hombre de más de 30 años que aún lo tiene.”
¿Qué es la disociación?
La disociación es un fenómeno psicológico caracterizado por una ruptura del flujo normal de nuestra conciencia, memoria, identidad, emoción, percepción, control motor o comportamiento. En otras palabras, dejas de pensar, de sentir o de actuar como normalmente lo haces.
Hay diferentes síntomas disociativos. Uno de ellos es el que acompañó a Luda durante quince años: la analgesia, es decir, la incapacidad de sentir dolor. Otros son:
- La amnesia o pérdida de memoria.
- Los estados crepusculares. La persona se encuentra confusa, desorientada y es incapaz de reaccionar. Actúa automáticamente, como si fuese sonámbula, pero sin estar dormida.
- La hipoacusia, que consiste en una pérdida de la audición. Es como si te pusieses unos tapones y no pudieses escuchar los sonidos o las voces.
- La despersonalización. Te sientes como un observador externo. Lo que piensas, sientes o haces no parece propio de ti. Es como si lo hiciese otra persona y tú lo vieses desde fuera.
- La desrealización. Todo lo que te rodea parece artificial o falso, como si estuvieses en medio de un sueño.
Existen otros síntomas disociativos y todos tienen algo en común: pueden ser muy angustiosos. Sin embargo, no son necesariamente algo patológico. Todos podemos experimentar algún tipo de disociación, por ejemplo, en un momento muy estresante, y eso no significa que tengamos un trastorno o que algo funcione mal en nuestro cerebro.
¿Por qué nos disociamos?
Existen muchas explicaciones de la disociación, pero actualmente la más aceptada es la que la relaciona con el estrés. Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM), “las experiencias traumáticas simples o reiteradas son antecedentes frecuentes” de los síntomas disociativos.
Dichas experiencias traumáticas pueden ser muy diversas. Por ejemplo, haber sido criado los primeros años de vida sin cuidados afectivos como en el caso de Luda. Pero también pueden provocar disociación la violencia de género en la pareja, el bullying escolar, el acoso laboral, sufrir un intento de agresión sexual, ser maltratado por parte de los padres o ser víctima de violencia institucional.
En estos casos, es importante el reprocesamiento del trauma, que significa en palabras sencillas hablar de lo ocurrido para poderlo procesar. Cuando reprimimos una situación traumática y la vivimos con culpa, es más probable que surjan síntomas disociativos. Por eso es importante abrirnos en un entorno seguro. Dicho entorno puede ser la terapia psicológica, pero también nuestra pareja, amigos, algún profesor o un miembro de la familia con el que tengamos confianza.