Dismorfia del selfie por los filtros: “Me da bajón cuando veo una foto que han hecho mis amigos”
La dismorfia del selfie es un fenómeno psicológico muy común en la era de los filtros
Ni eres tan guapo como en los selfies, ni tan feo como te ves en las fotos grupales: te explicamos por qué ves tu imagen tan distorsionada
¿Qué hacer si no te reconoces en el espejo? Una psicóloga da varias pautas para gestionarlo
Estás de cañas, sacas el móvil, abres Instagram y subes un selfie a tus stories con un buen filtro que suaviza tu piel, borra tus ojeras, agranda tus ojos y afila tu nariz. A los cinco minutos uno de tus amigos hace una foto grupal. La envía al grupo de WhatsApp. Pero, un momento… ¿Por qué sales tan mal si hace un momento estabas espectacular en tu móvil?
Siento ser yo quien te lo diga, pero no eres tan guapo como en los selfies de Instagram (ni tampoco lo son esos influencers con los que te comparas). Eso sí, tampoco eres idéntico a las fotografías grupales a traición. Hay un punto medio que las cámaras no pueden captar, y que algunos espejos distorsionan un poquito.
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¿Por qué no me reconozco en las fotos?
Seguro que te has preguntado cómo te ven los demás, ya que, dependiendo del móvil, del ángulo de la fotografía, de la luz del día o incluso del momento del mes te ves completamente diferente. ¿Por qué pasa esto?
Para empezar, muy pocas personas tienen una simetría facial perfecta. Sin embargo, en las relaciones cara a cara esta asimetría apenas se nota gracias a nuestra expresividad facial. En otras palabras, los movimientos de la boca al hablar, de los ojos al sonreír o de la frente al enfadarnos disimulan las diferencias entre nuestro lado derecho e izquierdo. Pero cuando nos hacen una fotografía es más fácil percibir esa falta de simetría, lo que puede resultarnos chocante.
En segundo lugar, las personas no somos estatuas. Nuestro rostro tiene 24 pares de músculos que se pueden combinar de formas casi infinitas para dar lugar a las diferentes expresiones faciales. Así que es muy probable que en la foto hayas cerrado un poco un ojo derecho, sonrías tanto que los labios se vuelven muy finos, o la frente se te haya arrugado. Todos estos rasgos son esporádicos, pero a veces la cámara los capta distorsionando la visión que tenemos de nosotros mismos.
A esto se suma la diferencia en el ángulo de la fotografía, la exposición, el contraste o las tonalidades del móvil. Tu cuando miras a alguien, le ves en conjunto y normalmente de frente, ya que le miras al rostro. Sin embargo, el móvil puede captarnos desde abajo ensanchando la mandíbula o desde arriba agrandando la frente.
Finalmente, tendemos a ser más autoexigentes con nuestro aspecto en las fotografías grupales. Nuestros amigos salen igual de guapos que siempre, pero cuando llegas a tu cara le encuentras más de cien defectos. ¿El resultado? Un bajón de autoestima.
La dismorfia del selfie
A la imagen que capta la cámara se suma la comparación con ese ideal que hemos creado gracias a los filtros, y es que algunas redes sociales como Instagram han incorporado efectos que a veces pueden ser muy divertidos —por ejemplo, cambiar tu cara y la de tu gato— y otras veces un pelín peligrosos.
Cada vez más personas crean filtros que distorsionan por completo nuestra autoimagen. Difuminan totalmente el rostro y añaden un efecto granulado para que no se note tanto. También disimulan las ojeras y unifican el tono de nuestra piel, añadiendo cierto bronceado y rubor rojizo que da sensación de mejor aspecto. En ocasiones más extremas, también cambian nuestras facciones haciendo los ojos más grandes y brillantes, la nariz más afinada, los labios más gruesos y la barbilla más delgada.
Este tipo de efectos son un arma de doble filo: los usas por hacer la gracia y darte un subidón de autoestima, pero llega un momento en el que eres incapaz de hacerte una foto sin el filtro porque te ves fatal, dando lugar a lo que se conoce como dismorfia del selfie.
Esto es lo que le sucede a Miriam, una joven de 25 años que es incapaz de subir fotografías que no ha hecho ella o filtrado a su antojo. “Me instalé una aplicación tipo Photoshop pero para el móvil que recomendó una influencer, y empecé a editar mi cara, a añadirme maquillaje de pega y en las fotos de cuerpo entero me hacía más delgada aunque yo soy delgada de por sí”, confiesa. “Ahora con Instagram no me hace falta. Me hago las fotos desde stories, la guardo en el móvil y la subo, porque me ahorro todo el tema de filtrarla”.
Al preguntarle por esa diferencia entre su yo real y su yo en redes sociales, reconoce sentir una gran disonancia. “Lo primero que hago por la mañana es maquillarme porque si no me siento mal el resto del día”, relata. “Y luego cuando quedo con amigos me gusta ser yo quien hace la foto para poder filtrarla o subir en la que mejor salgo. Real que me da bajón cuando veo una foto que han hecho mis amigos. A veces hasta he llorado, aunque para algunos sea una reacción exagerada”.
Aceptar nuestro rostro: una utopía en la era de Instagram
No podemos ni debemos demonizar las redes sociales, ya que sus beneficios superan con creces a sus desventajas, pero debemos reconocer sus riesgos, sobre todo en nuestra autoestima.
Por mucho que te gusten los filtros, es importante dejarlos de lado y reaprender a aceptar nuestro rostro tal y como es, sin efectos y sin disimular lo que Instagram ha convertido en una imperfección. Pero, ¿cómo?
- Mírate al espejo para acostumbrarte a tus facciones.
- Hazte los selfies desde la cámara del móvil eliminando el filtro de belleza que a veces viene activado.
- Deja que tus amigos te hagan fotos y las suban.
- Sube tú las fotos que te han hecho tus amigos.
- Si te pasan una foto grupal, no edites tu cuerpo ni tu cara. Aunque luego no subas la foto, es importante que te veas tal y cómo eres.