Todos conocemos a una persona que tolera fatal las emociones desagradables (y si no la conoces, es que eres tú). Antes de un examen estás con la ansiedad por las nubes y su consejo es “no estés nervioso, si no es para tanto”. Te deja tu novio y no puedes parar de llorar y nuevamente de su boca sale un “no te pongas así, si no es para tanto”. Hay un apocalipsis zombie y pierdes a toda tu familia y, cómo no, te dice “no estés triste, si no es para tanto”. Nada es para tanto en su mundo de luz y multicolor en el que sólo hay cabida para la felicidad, la ilusión y las expectativas positivas. Pero, ¿es esto sano?
Como decía la famosa canción de la película 'La Vida de Brian', siempre hay que mirar el lado bueno de la vida… O no. Y es que a veces el optimismo puede convertirse en un arma de doble filo.
Son muchos los profesionales de la salud mental que defienden la existencia de un problema común a la mayoría de problemas psicológicos: la tendencia a evitar el malestar. Etiquetamos las emociones y nuestras vivencias en dos categorías opuestas, una buena y otra mala, e invalidamos cualquier reacción que no encaje con la alegría y la positividad tóxica.
Paradójicamente, esta eterna búsqueda del bienestar desemboca en frustración, tristeza, ansiedad, estrés y obsesiones incontrolables.
Todos tendemos a evitar el malestar; al fin y al cabo es una reacción que está en nuestra naturaleza. No nos gusta estar tristes, no nos gusta tener ansiedad ni nos gusta ponernos rojos del enfado. Sin embargo, las personas con un pensamiento de positividad tóxica son más proclives a esta tendencia psicológica. En consecuencia, pueden sufrir más problemas mentales a largo plazo.
Una forma de proteger nuestra salud mental es convertir la positividad tóxica en un optimismo más realista, y el primer paso para lograrlo es aprender a diferenciarlos.
Algunas creencias características de la positividad tóxica son:
Como acabamos de ver, la positividad tóxica nos conduce a una vida de alegría fingida en la que no sólo debemos evitar el sufrimiento, sino que tampoco podemos pedir ayuda porque implica reconocer nuestras vulnerabilidades.
El optimismo realista entiende las emociones como una paleta de colores en la que no sólo hay alegría, amor y esperanza, sino también frustración, dolor, rabia o ansiedad.
En pocas palabras, sustituye los pensamientos inalcanzables y dañinos de la positividad tóxica por una forma de ver la vida más flexible.