Cuando hablamos de salud mental, las etiquetas pasan a un segundo plano. Lo realmente importante no es el nombre de lo que nos pasa, sino cómo nos sentimos y cómo afrontamos la situación que estamos viviendo. Sin embargo, la confusión entre términos puede hacernos creer que sufrimos algo cuando en realidad nuestro problema es totalmente diferente. Esto sucede muy a menudo al hablar de ataques de pánico y de episodios de ansiedad.
El pánico y la ansiedad son emociones intensas que van asociadas al miedo, la incertidumbre y el nerviosismo. Cuando se vuelven patológicas, hablamos de ‘episodio’, ‘ataque’ o ‘trastorno’. En otras palabras, no pasa nada por sentir pánico o ansiedad en algún momento, son emociones como cualquier otra. El problema surge cuando se convierten en algo constante y desproporcionado. Pero, ¿hay alguna diferencia entre ellas?
Un ataque de pánico es un episodio de miedo muy intenso que suele durar entre diez minutos y una hora. Se caracteriza por síntomas generalmente fisiológicos. Es decir, sensaciones corporales que pueden ser muy desagradables y angustiosas. Por ejemplo, palpitaciones, sudores, temblores, dificultad para respirar, dolor en el pecho o en la tripa, náuseas, mareos e incluso desmayos, escalofríos, sensación de hormigueo, desrealización y despersonalización. También es habitual el miedo a perder el control y morir o sufrir un paro cardíaco.
Los ataques de pánico pueden producirse en muchos contextos y no siempre son algo preocupante. Por ejemplo, una persona que va a ponerse la vacuna contra el coronavirus puede ponerse muy nerviosa y tener palpitaciones, náuseas, mareo y llegar a desmayarse al ver la aguja. Al ser una situación aislada, no implica mayor importancia. Sin embargo, si quien sufriese ataques de pánico asociados a las agujas fuese una persona con diabetes que a diario tiene que administrarse insulina, entonces sí sería recomendable acudir a un profesional.
Por otro lado, los ataques de pánico se dan en diferentes trastornos psicológicos y el objetivo principal de la terapia suele ser perder el miedo a esos síntomas físicos y aprender que si bien son desagradables, no son peligrosos.
Los episodios de ansiedad suelen ser menos intensos y más duraderos, y se caracterizan por la preocupación más que por el miedo.
Si un ataque de pánico abarca muchos síntomas físicos, un episodio de ansiedad implica aspectos más cognitivos. Es decir, alteraciones en el pensamiento, la atención, el razonamiento, la toma de decisiones o la memoria, por ejemplo.
Una persona con un episodio de ansiedad puede pensar que no vale para nada, que sus amigos fingen simpatía pero en realidad la odian, que su pareja está con ella por pena, y que nunca encontrará trabajo. Como vemos, hay una distorsión de la realidad que provoca mucho malestar, culpabilidad y baja autoestima.
Los episodios de ansiedad también pueden aparecer a lo largo de nuestra vida de forma aislada. Por ejemplo, tras una ruptura, cuando fallece un ser querido, en época de exámenes o mismamente cuando estábamos confinados a raíz del coronavirus.
Como antes mencionamos, el pánico y la ansiedad son emociones que forman parte de nuestro día a día. No podemos estar felices constantemente, también hay momentos de tristeza, de miedo, de ira o de incertidumbre. Pero entonces, ¿cuándo hay que preocuparse?
Las tres señales de alarma para pedir ayuda si sufres pánico o ansiedad son: