Recordemos que, de manera general, la fibra es la parte comestible de las plantas que resiste la digestión y absorción en el intestino delgado humano y llega hasta el intestino grueso. Una vez allí, puede ser parcial o completamente hidrolizada por la flora intestinal. La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) establece una ingesta recomendada de entre 25 y 30 gramos de fibra dietética al día para obtener los efectos beneficiosos que se derivan de su consumo.
La fibra dietética es un componente imprescindible para nuestra salud intestinal. El consumo de fibra se suele asociar con efectos laxantes y nadie duda de su utilidad contra el estreñimiento. Pero ¿es verdad que la fibra se puede utilizar en caso de diarreas? No todas las fibras son iguales y, por tanto, no producen los mismos efectos en nuestro organismo después de su consumo. Comenzaremos por distinguirlas.
Podemos distinguir dos tipos de fibra si la clasificamos en función de su comportamiento en contacto con el agua: la soluble y la insoluble. La mayoría de las plantas contienen tanto fibra soluble como insoluble, pero en diferentes cantidades.
Las fibras insolubles son capaces de retener el agua en el intestino grueso, lo que hace que aumente el volumen de las heces. De este modo, se reduce el tiempo de tránsito y aumenta la frecuencia de las deposiciones. Por eso, se recomienda para el estreñimiento, pero no para la diarrea.
En este caso, para establecer un símil, podríamos imaginar que la fibra insoluble hace la función de una escoba, empujando todo lo que se ha almacenado en el intestino grueso, incluida el agua.
Las heces con elevado contenido en agua son más blandas y fáciles de evacuar, siendo esta la razón por la que las fibras insolubles se utilizan en el tratamiento y prevención del estreñimiento. Por esto, en caso de diarrea, en la que las heces ya son muy acuosas, la fibra insoluble estaría contraindicada.
Este tipo de fibra está formada principalmente por celulosas y ligninas. Se encuentra típicamente en los cereales integrales como el arroz, el trigo o el maíz. Aunque el proceso de refinación del grano elimina la capa exterior, lo que reduce su contenido en fibra. Algunos frutos secos (almendras, nueces de macadamia y pistachos) y frutas especialmente maduras, como los plátanos y las guayabas, también se consideran buenas fuentes de fibra insoluble.
Por su parte, la fibra soluble es capaz de absorber el agua principalmente en el estómago y en el intestino delgado. De esta forma, consigue formar soluciones viscosas de gran volumen y formar geles (de ahí que a veces nos sintamos saciados).
Este aumento de consistencia nos ayuda a controlar el paso de la glucosa a la sangre después de una comida y, por otra parte, mejorar los niveles plasmáticos de colesterol. Además, la mayoría del agua retenida por esta fibra se libera en el intestino grueso, lo que permite que sea absorbida por este.
Este tipo de fibra incluye sustancias como pectinas, gomas, mucílagos, alginatos y oligosacáridos. Podemos encontrarla en grandes cantidades en la mayoría de frutas, hortalizas, legumbres y en algunos cereales como la avena y la cebada. Frutas como las manzanas y los cítricos u hortalizas como las zanahorias y el brócoli también tienen mucha fibra soluble.
Ya hemos visto cómo la capacidad de la fibra de retener o no el agua condiciona un gran número de efectos fisiológicos. Pero hay más, ya que parte de los beneficios de su consumo también vienen determinados por el nivel de fermentación que experimenta por parte de las bacterias de nuestro colon.
Es decir, cuando la fibra soluble llega al intestino grueso de forma inalterada es fermentada por las bacterias beneficiosas que habitan en nuestro colon. Esto favorece el crecimiento de esas bacterias e impide el desarrollo de otras patógenas.
Además, durante la fermentación de la fibra soluble se generan ácidos grasos de cadena corta (como butirato, acetato y propionato) que se absorben rápidamente en el colon acompañados de sodio y agua.
El butirato es la fuente de energía principal para nuestro intestino grueso y reduce el metabolismo de las células potencialmente cancerosas del colon. La producción y absorción del butirato facilita la absorción de agua en el colon, ayudando a mantener la función de barrera intestinal.
Esta es la principal razón por la que el consumo de fibra soluble es especialmente recomendable en situaciones de diarrea aguda, ya que durante estos periodos existe una gran pérdida de microorganismos beneficiosos para nuestra salud intestinal y agua.
Se ha demostrado en varios estudios que el consumo de preparados a base de fibras solubles consigue reducir tanto la duración como la intensidad de las diarreas asociadas a la nutrición artificial en adultos hospitalizados.
La diarrea en pacientes con alimentación artificial se atribuye a múltiples factores, entre los que se incluyen el uso continuado de medicamentos, infecciones y factores relacionados con la técnica de administración de esta alimentación, entre otros.
También se ha visto que la adición de fibra soluble en leches de fórmula reduce de manera significativa y notable la duración de la excreción de heces líquidas en bebés cuando la diarrea se produce por el uso continuado de medicamentos.
Pero recordemos que estos efectos solo se han comprobado con preparados a base de fibras solubles utilizados en hospitales, no con el consumo de alimentos ricos en fibra soluble como las frutas, hortalizas o legumbres, ya que estos productos vegetales contienen también fibra insoluble en diferentes concentraciones. Además, no debemos aplicar esta teoría a otras enfermedades asociadas a diarreas frecuentes como el síndrome de colon irritable, gastroenteritis, etc. Al menos hasta que la ciencia demuestre su efectividad.