A María Luisa se lo dijeron el 29 de noviembre de 2001 a la una de la tarde. Fue un momento en el que sintió que el mundo se le "caía encima" y que también marcó un punto de inflexión: tras escuchar "tienes cáncer de mama", empieza "una nueva vida que ya nunca será la que tuviste".
"No tiene que ser mejor ni peor, pero será distinta. Siempre está la vida antes de ese día, el día D en que te dan la noticia, y la del día después", dice la paciente y presidenta de la Asociación Rosae en una entrevista que concede a Efe con motivo del Día Mundial del Cáncer de Mama que se celebra mañana martes.
Hacía solo dos días que había cumplido 31 años. "Es un momento duro, bastante duro. Es muy difícil no llorar en ese momento", prosigue. Realmente lo tenía que haber sabido el mismo día de su cumpleaños. Tenía consulta con su ginecólogo para quitarse los puntos de la biopsia. Al entrar por la puerta, lo primero que dijo fue: "Doctor, felicíteme". El médico así lo hizo y la citó para dos días después porque "veía uno de los puntos poco seco".
Y allá que fue dos días después: "Nos dijo 'sentaos', yo iba con mi esposo". Y a continuación: "Pues nada, María Luisa, ya tengo las pruebas y son positivas: es cáncer de mama".
"Ahí llegan las lágrimas -dice sin poder contener la emoción-, el derrumbarme y un silencio absoluto que él respetó". "Me dejó expresar, sacar lo que necesitaba en ese momento", continúa. Fue también cuando le reconoció que lo de los puntos fue solo una excusa para evitar marcar para siempre el día de su cumpleaños con esa noticia.
En el fondo, ella lo sabía: "De joven tuve un sueño que iba a tener cáncer de mama", explica. El verano que ella tenía 30 años estaba en la playa con su marido y se notó un bulto en la mama izquierda. Tenía mastopatía fibroquística y estaba acostumbrada a que en los momentos de ovulación o con la menstruación sus mamas cambiaran. "Pero el bulto apareció repentinamente, no desaparecía y estaba como más duro".
"Entonces ese sueño reapareció". La gente de su alrededor le aconsejaba no hacer caso a esas cosas. Pero ella "tenía muy asumido que iba a ser". Como así fue. El mazazo de la confirmación dio paso a su vez a una especie de "alivio". "Cuando te sientan en la silla y te dicen 'Tienes cáncer de mama', al mismo tiempo notas cómo se te cae todo el mundo encima, pero por otro te dices: 'Uf, qué descanso'".
Porque para ella lo peor de todo es el tiempo que pasa desde que se nota algo raro en la mama hasta el diagnóstico. "Ese momento en que empiezas a darle vueltas, si será bueno, si será malo, hasta que decides ir al médico, que te explore, que te diga que te va a hacer una eco o una mamografía... Ese proceso es el peor porque es el que más estrés causa, el que más sentimiento de tristeza, de miedo, de no saber a qué pozo vas a caer".
Pero "una vez que el profesional te dice: 'Tienes cáncer de mama', el ansia que tenemos todo ser humano de vivir te da fuerzas para decir: bueno, ¿y ahora qué tengo qué hacer? ¿Qué tratamientos me van a dar? ¿Me van a operar? ¿Me van a dar quimio? ¿Se me va a caer el pelo? Las preocupaciones son otras".
O así le pasó a ella: "Cuando se me pasó ese llanto exagerado, o necesario, o lo que fuese, le dije: 'venga, ya quiero datos, quiero saber si tiene buen pronóstico, si lo hemos pillado a tiempo, si me vas a operar", rememora.
Fue su oncólogo el que le dijo el tipo que tenía. "Porque hay que recordar que el cáncer de mama tiene nombre y apellidos y no todos son lo mismo", subraya. El suyo, que "no existía en la catalogación de entonces", era lo que hoy se llama un luminal A, un tumor hormonal con receptores hormonales positivos intraductal muy inicial.
"Me informó al 100 % de cuál era el mío, mi pronóstico, en qué estadio estaba. Al ser tan joven le dije que si era factible quería conservar la mama, y así fue, aunque entonces casi siempre se quitaba", agradece.
Para tratarlo recibió quimio neoadyuvante, primero con tres ciclos, con "la gran suerte de que funcionó muy bien y con el primer ciclo el tumor ya había desaparecido"; después la operaron, le dieron otros tres ciclos, 34 sesiones de radioterapia y 5 años de terapia hormonal.
"Ahora mismo -prosigue- estoy sin ningún tipo de tratamiento, sigo con mis revisiones anuales en oncología y ginecología, que por cierto pasé ayer y está todo bien". El tiempo le ha enseñado a ir ya más tranquila a las revisiones: "Siempre cura las heridas, aunque no olvidas nunca que puede aparecer en cualquier momento. De hecho, yo no digo que estoy curada. Digamos que la enfermedad no está activa pero, ¿curada? No me siento curada. ¿Enferma? Tampoco".
"Siento que estoy diagnosticada de cáncer de mama y que mi cuerpo me está permitiendo de momento vivir muy bien, pero eso no quiere decir que un día diga: hasta aquí has llegado". Efectos secundarios siempre quedan, en su caso dolores articulares, de huesos, pérdida de memoria o calambres en extremidades.
María Luisa está hoy "de bajón" porque, aunque el pronóstico de este cáncer es muy bueno y la tasa de supervivencia supera el 90 % a 5 años, ha perdido dos compañeras en una semana.
Quiere aprovechar la entrevista para animar a todas las personas que estén en esta situación a acudir a la asociación de pacientes más cercana, también a los hombres -que padecen este tipo de tumores aunque con una incidencia menor al 1 %-, que parece que "les cuesta más". "Por favor, acudid a una asociación, la más cercana que tengáis. Vais a vivir la enfermedad de una manera distinta. Nadie os va a quitar el dolor, pero vais a estar acompañadas" por otras personas que saben lo que es.
La presidenta de Rosae lamenta que la covid se haya "cargado por completo la humanización del sistema sanitario". "La pandemia ya está controlada y el resto de patologías, en este caso el cáncer de mama, queremos nuestro espacio sanitario ya. Es muy urgente recuperar la normalidad en la atención primaria y hospitalaria".
Solo existe un día en el que la paciente conoce el diagnóstico. "Yo solo recibí la noticia el 29 de noviembre de 2001 a la una de la tarde. Eso no se olvida nunca", sentencia.
Aunque a partir de ese instante su vida cambió por completo, para ella fue a mejor: "He dado importancia a lo que de verdad la tiene. Mi mente estaba en otras cuestiones personales y profesionales que no son las importantes y quizá me hizo centrarme".
"Y no soy la única. El cáncer de mama nos viene en un momento en el que tenemos que parar y reconfigurar nuestra mente y nuestro cuerpo y prepararnos para seguir viviendo de una manera que, en muchas ocasiones, es mucho mejor", concluye.