Durante las dos semanas que ha durado la Cumbre del Clima en Madrid, jóvenes activistas contra el cambio climático y el calentamiento global han protestado diariamente, demandando a los gobiernos que pongan la ciencia por delante de los intereses políticos. Durante la última jornada de la cumbre, activistas y manifestantes han protestado junto a Extinction Rebellion, en el marco de una campaña de desobediencia civil. Esta cumbre se ha llevado a cabo también en un contexto de acciones protesta diarias por parte de Greenpeace. Mientras, los diferentes representantes políticos han intentado proponer la implementación de políticas y el cierre de nuevos acuerdos para enfrentarse conjuntamente a la emergencia climática. Pero ¿Realmente se han conseguido progresos en la Cumbre más allá del efecto movilizador y de conciencia mundial de Greta? La profesora de Responsabilidad Social de EAE Business School, Bethlem Boronat, analiza las preguntas con o sin respuesta de esta Cumbre y da algunas claves de la misma.
Si miramos al problema de fondo, no es tanto un problema de incentivos como un problema de cambio de modelo productivo. En los países de la Europa Occidental, donde hay más concienciación (o más presión social), sí que parece que se van a tomar medidas orientadas no solo a la reducción de emisiones como tal sino medidas de transformación de cómo se produce y cómo se llevan al mercado los productos. Es lo que se ha llamado el Green Deal. Pero incluso dentro de la Unión Europea no va a ser fácil poner en marcha estas medidas porque los países del Este de Europa, principalmente Polonia, aspiran a un modelo productivo clásico que implica altas emisiones, y para ellos supone un gran esfuerzo económico realizar esa transformación que exigen al resto de países de la Unión en forma de inversión. Si en Europa no es fácil, en el resto de países en desarrollo aún más, ya que el modelo actual implica unos altos requerimientos de emisiones para producir alto crecimiento económico.
Los países desarrollados, que han sido los grandes culpables de la situación medioambiental actual, deberían hacer un sobreesfuerzo económico para ayudar a los países en desarrollo a crecer desde un modelo sostenible, en lugar de que lo hagan desde el modelo clásico. Eso implicaría no solo un esfuerzo económico de los países desarrollados sino un compromiso, por ejemplo, a aceptar productos a mayor precio y no esperar mano de obra y productos a precio de saldo. Es decir, no podemos esperar seguir comprando baratísimo a China y a la vez exigiéndoles altos estándares medioambientales y producción sostenible, que, a día de hoy, supone un coste mayor. Los países occidentales, deberían no solo apoyar económicamente la transformación sino entender que con esta transformación deben modificarse también las expectativas y los modelos de consumo.
Uno de los problemas es la dificultad de poner en marcha medidas de forma global. Un ejemplo es el mercado de emisiones de carbono. En Europa, después de varios años, se ha conseguido que funcione de manera más o menos ajustada, pero aplicar este mismo formato al resto del mundo es extremadamente complicado. El mercado de emisiones de carbono lo que hace es ceder unos derechos de emisión limitados con un coste por cantidad de carbono emitida a cada país, que luego este subasta entre su industria. De esta manera se consigue una reducción paulatina (solo puedes emitir lo que compras) y permite ver «monetariamente» lo que implica emitir CO2. E incluso aquellos países que logran emitir por debajo de lo establecido pueden «vender» sus derechos de emisión.
China sigue dependiendo industrialmente mucho del carbón, y aunque ha hecho intentos internos de activar este tipo de mercados de emisiones, no lo ha hecho por cantidad de emisiones sino por intensidad (CO2 emitido por unidad de PIB) y, a fin de cuentas, no ha supuesto realmente un avance. Volviendo al modelo productivo, a día de hoy, no todos los países sienten que puedan adoptar los mismos compromisos de reducción de emisiones, en parte porque sus clientes, los países desarrollados, siguen pidiendo productos a bajo coste, por lo que ese posible mercado de derechos de emisión acabaría siendo desequilibrado, hasta el punto de que se pudieran dar casos en los que todo lo que un país fuera capaz de ahorrar podría comprarlo otro país para seguir emitiendo, lo que no tendría efecto ninguno en el entorno a fin de cuentas.
Dadas las circunstancias y la urgencia medioambiental en la que ya estamos sumidos, la COP debería establecer medidas muy duras en la gestión de residuos de los países. Creo que es un punto en el que países desarrollados y en desarrollo podrían actuar de forma parecida y que podría encontrar cierto consenso. Habría que avanzar en el tema de las emisiones, endureciendo los límites máximos y estableciendo límites de compra de derechos para que el mercado no se pervierta. Pero también habría que plantear ese mercado como un paso intermedio hacia un establecimiento sin condiciones de las reducciones de emisiones. Para ello, los países que disponen de un mayor avance en el modelo de producción sostenible deberían comprometerse económicamente a apoyar la transformación de los países que aún dependen fuertemente de los combustibles fósiles y de las emisiones de carbono. Y creo también que todos los países firmantes deberían comprometerse en la educación de su población para que comprendan la situación del planeta y entiendan que papel tienen para evitar el desastre climático y a qué van a tener que renunciar, en especial, en los países más desarrollados.
Por supuesto, debería acordarse algún sistema de protección de la masa forestal y de la biodiversidad. En este sentido, deberían establecerse medidas enfocadas a la racionalización de la industria agroalimentaria (deforestación, agotamiento de terrenos, sobre producción…) y a la recuperación de variedades agrícolas que se dejaron de producir por poca rentabilidad y que han supuesto un empobrecimiento de la biodiversidad. Y, fundamental, una política de compromiso global y transnacional de protección de los océanos, tanto a efectos de residuos como a efectos de sobreexplotación pesquera.
Creo que Colombia ha dado un buen ejemplo de por dónde tienen que ir las medidas en Latinoamérica. El continente posee una riqueza forestal y de biodiversidad que el mundo no puede permitirse perder. Por un lado, los países deben entender que sin esa riqueza no va a haber crecimiento económico, que crecer a costa de ella, que es lo que está sucediendo a día de hoy, por ejemplo en el Amazonas, es tremendamente cortoplacista y sobre todo, arriesgado. Es fundamental que todos los países se comprometan a proteger su riqueza natural. Pero también que el resto de países que se nutren de ella (es decir, aquellos países a los que se exporta lo que se esquilma) dejen de generar la demanda que conduce a la sobre explotación. Bolsonaro le dijo hace unos días a Macron que el Amazonas no forma parte del Patrimonio de la Humanidad, y ese es un error enorme. El Amazonas, es patrimonio de todos, y por tanto, todos somos responsables de su sobreexplotación y por tanto de su cuidado y protección, no solo Brasil o Venezuela. Obviamente, los países de los que forma parte tienen una especial responsabilidad por la parte que les toca, pero todos tenemos responsabilidad por seguir exigiendo aquellos materiales que allí se producen. En el caso de Argentina, por ejemplo, la ganadería intensiva supone un problema medioambiental, pero el primer paso es racionalizar el consumo de carne, y no solo en la Argentina, sino en todo el mundo. Pero es difícil convencer a un país, en el modelo de crecimiento actual, de que reduzca la producción de uno de los pilares de su economía. Y encontrar solución para eso es un problema que no afecta solo a Argentina, sino que requiere de compromisos globales.
Sean cuáles sean los acuerdos que se logren, y parece claro que no van a ser acuerdos de máximos, me parece interesante el compromiso europeo a través del Green Deal, pero habrá que ver cómo se implanta y cruzar los dedos para que no se quede en un documento de buenas intenciones, sino que Europa sirva de laboratorio para que acuerdos similares puedan desarrollarse en otras zonas, contribuyendo a una mejor gestión de las emisiones, los recursos y a una mayor implicación institucional.
Esta COP ha servido para algo importante: mostrar que hay un colectivo de ciudadanos presionando y concienciados. A lo mejor porcentualmente no son una mayoría, pero es un grupo cada vez mayor. Y lo mejor, más joven. Creo que para lo que ha servido esta COP es para que este grupo de nuevos ciudadanos concienciados se empoderen. Volver a ver que, un año más, apenas se hace nada para salvar el planeta va a ser un acicate para que la ciudadanía demande, y si demanda y muestra disposición al cambio, entonces puede que ese nuevo modelo de producción necesario para frenar el desastre se tenga que imponer por la propia demanda de un nuevo modelo de consumo puesto en marcha y soportado por los propios consumidores que sean los que vayan a reclamar el cambio con su propia acción. Ya que parece que desde arriba los cambios no van a ser trascendentales, quizás esta COP sea el inicio de unos cambios desde abajo que obliguen a modificar la forma en la que vivimos y nos relacionamos con el planeta.