Las Navidades no solo son una fecha de alegría, regalos y tiempo en familia (con mascarilla y gel hidroalcohólico de por medio, eso sí). También se caracteriza por los excesos. Tus padres ponen sobre la mesa cinco tipos de turrón diferentes, esos polvorones que tanto te gustan, entremeses de todos los sabores y un plato contundente, y cuando estás a rebosar te miran ojipláticos y sueltan: "¡Pero si no has comido nada!".
Como vemos, comer poco no es sinónimo ni de Nochebuena ni de Nochevieja, y aunque para muchas personas cualquier excusa sirve para ponerse las botas, hay quienes lo pasan fatal en estas cenas navideñas.
Durante todo el año, la sociedad nos suele bombardear esporádicamente con la importancia de adelgazar. A comienzos de año, vemos decenas de panfletos de gimnasios en los que la gordura se criminaliza al extremo. Pasan los meses y en abril ya empezamos a leer las dos palabras más temidas de cualquier ser humano: operación bikini. Y si tienes sobrepeso y te pones un bikini, o bien te juzgan, o bien te aplauden como si acabases de salvar a un niño de morir ahogado... No hay termino medio.
Tras el estrés psicológico que supone el verano, muchas personas convierten septiembre en una especie de ‘año nuevo’, y uno de sus propósitos es adelgazar. El problema llega cuando tres meses después, diciembre llama a la puerta.
La Navidad tiene los tres ingredientes perfectos para que los problemas alimenticios se manifiesten con fuerza:
Si esta situación es habitual todos los años, en 2020 todavía más. El coronavirus ha alterado drásticamente nuestro estilo de vida y la ansiedad, el confinamiento y el teletrabajo han provocado que muchas personas ganen varios kilos. En otras palabras, la ropa que usamos en las Navidades del año pasado puede no valernos ya... ¡Y no pasa nada!
Los trastornos de la conducta alimenticia son un espectro muy amplio. Algunas personas tienen un diagnóstico que requiere tratamiento médico y psicológico urgente, pero otras comienzan a tontear con la obsesión hacia la comida de forma muy sutil. Por ejemplo, haciendo dietas cada dos por tres, pesándose todos los días y sufriendo un bajón al ganar 100 gramos, o rechazando planes porque implican comer cosas ‘no saludables’. Estos tres ejemplos que acabamos de ver son el primer escalón de una escalera hacia la anorexia, la bulimia o el trastorno por atracón.
En Navidad, estas conductas de riesgo se vuelven más habituales. Por eso es importante ser conscientes de nuestra relación con la comida.
Para Marta, de 25 años, las cenas navideñas son todo menos alegría. “Le he pedido a mis padres que no compren muchos ultraprocesados este año”, confiesa. Al preguntarle el motivo, explica que se siente culpable al comer turrón de más, al cenar algo fuera de lo habitual dos días seguidos o al no ir al gimnasio. “El turrón está prohibido”.
Conce, de 21 años, ha rechazado dos cenas navideñas. No es por miedo al coronavirus, sino porque siente pánico de engordar en diciembre. “Tengo una aplicación en la que apunto todo lo que como para saber si estoy en déficit calórico, y cuando ceno o como fuera pues no sé lo que estoy metiéndome en el cuerpo. Como me da bastante pánico engordar después de siete meses haciendo ejercicio y comiendo bien, paso de ir a las cenas de amigos”, relata.
“El 26 de diciembre suelo hacer ejercicio a full y me quito de comer”, comparte Diego, de 27 años. Se trata de una rutina que sigue todos los años. “Hay veces que no como porque me siento culpable de los excesos, pero en realidad sí tengo hambre. Le digo a mis padres que me duele la tripa de cenar mucho el día antes, pero lo hago por no ganar grasa ni perder músculo”.
Si pensar en sentarte frente a un plato esta noche te supone un quebradero de cabeza, hay algunas recomendaciones para gestionar las cenas de Nochebuena y Nochevieja de la mejor manera posible:
Si un día te alimentas solo a base de lechuga, no vas a adelgazar. Como mucho perderás agua y la báscula reflejará un kilo o dos menos, pero seguirás teniendo la misma grasa y los mismos músculos (y un déficit de azúcar que probablemente te causará mareos, pero esa es otra cuestión).
Siguiendo este ejemplo, el hecho de comer un día de forma excesiva tampoco va a hacer que engordes, porque es algo esporádico y no un hábito. Así que intenta disfrutar de las cenas de navidad interpretándolas como un día especial con tu familia.
Nuestro cuerpo es muy inteligente, y cuando comemos nos manda una señal de saciedad. En el lado opuesto, si tienes hambre te dirá que tienes que comer. Estos estímulos internos son más importantes que las imposiciones de la sociedad o los filtros de Instagram.
En vez de escuchar a ese influencer que te dice que ayunes después de Navidad o de recolectar folletos de dietas hipocalóricas, atiende a tu cuerpo.
Las Navidades son duras para cualquiera, pero si tienes problemas de alimentación todavía más. Por eso es tan importante buscar apoyo social.
Puedes hablar de esto con tu familia o, si no son muy empáticos, con una o dos personas con las que tengas un buen vínculo. Explícales cómo te sientes en las cenas navideñas y pídeles que eviten ciertos comentarios. Por ejemplo, las alusiones al peso. Cualquier frase sobre lo que ha engordado o adelgazado una persona está fuera de lugar, aunque para algunos parezca un halago.
Y, por otro lado, lo ideal es evitar también comentarios sobre las calorías que tienen determinados alimentos. ¡Eso de “el 1 de enero a dieta” sobra!
¿Contar calorías es siempre malo? No tiene por qué, y por eso algunos nutricionistas se lo recomiendan a sus pacientes para fomentar el conocimiento sobre la alimentación saludable, o si tienen un problema de salud que les obliga a llevar una dieta concreta. Pero ojo, porque es un hábito que debe recomendar un experto y que no vale para todo el mundo.
En otras palabras, pesar todo lo que te llevas a la boca y contar calorías porque tu influencer favorito lo hace o porque has visto una aplicación de etiquetado de alimentos que te mola, no es sano. Puede generar una obsesión muy peligrosa y es mejor evitarlo, sobre todo en fechas en las que las comidas son más copiosas o calóricas.
Que un alimento tenga más calorías, no lo convierte en malo. Los frutos secos, por ejemplo, tienen un valor nutricional altísimo, pero también aportan muchas calorías a nuestro cuerpo. ¿Significa eso que debamos eliminarlos de nuestra dieta? En absoluto (salvo si eres alérgico). Por otro lado, un alimento poco calórico no es necesariamente bueno.
Este pensamiento es habitual en quienes etiquetan los alimentos en dos categorías: buenos o malos, comida real o ultraprocesados, alimentos aptos o basura, y un largo etcétera. La realidad es que todo tiene su función, incluso el helado más calórico del mundo o el plato de lombarda que nunca falla en Navidad.
Sí, la comida es la gasolina que mantiene nuestro cuerpo con vida y habrá platos que nos nutrirán, como una fuente de berenjenas rellenas. Sin embargo, habrá veces en las que comamos cosas porque nos da placer, como esa pizza cuatro quesos que se te antoja un sábado, o porque nos recuerdan momentos felices, como esas castañas asadas que señalan la llegada del otoño.
Intenta ver a la comida como una fuente de energía, pero también de bienestar, de buenos momentos y de nexo con nuestros seres queridos. Las cenas navideñas no son tus enemigas.