En julio de 2019 Luis firmó su primer contrato laboral como periodista. Durante más de dos eternos años, el pontevedrés de 29 años dio todo de sí en el trabajo hasta que su salud mental dijo basta. ¿Por qué llegó a ese punto? Por el miedo a la precariedad que asfixia a los jóvenes españoles.
“Empiezas respondiendo mensajes más tarde de tu hora y haciéndole un favor a un compañero. Después haces parte de su trabajo porque alguien tiene que hacerlo. Te autoconvences de que tus jefes se darán cuenta de que tú eres el que siempre salva el culo a todos y, en realidad, a la empresa. Aguantas y aguantas, pero ese reconocimiento nunca llega”, reflexiona Luis. “Un día te vas más tarde. Un mes después estás trabajando el fin de semana”.
El trabajo ocupa cada vez más espacio de su vida, como si fuese un virus que arrasa con todo, y mientras tanto, las secuelas van evidenciándose. “Tus relaciones se enfrían. Tu novia se enfada y con razón. Tus amigos te dicen que no puedes seguir así. Tus padres se preocupan, pero a la vez te insisten porque hay que dar gracias de tener un trabajo. Y uno se rompe”. Al deterioro de las relaciones se suma el sufrimiento psicológico.
“Ahora mismo no puedo más, pero aguanto porque me da miedo quedarme en paro, y es duro decirlo en voz alta, pero más duro es aguantar así dos años”. ¿Qué ocurre tras sufrir ese estrés constante? Luis lo explica: “La salud mental se resiente porque tu vida es trabajar, y sí, voy a terapia por ansiedad, porque estoy triste, porque tengo síntomas depresivos, porque siempre estoy pensando en el trabajo, pero cada lunes vuelvo a empezar. No acaba porque no puedo perder el trabajo”.
Desgraciadamente su situación no es algo aislado. Miles de jóvenes se enfrentan a diario a trabajos precarios o a condiciones laborales abusivas.
Otros muchos gozan de un entorno laboral ideal, pero por miedo a perder esa gran oportunidad acaban realizando más tareas de las que les corresponden. Nadie les frena y poco a poco abarcan más hasta sentirse desbordados y, sobre todo, menospreciados. ¿Qué hacer para poner fin a esta situación?
Es muy difícil desconectar completamente al salir del trabajo, sobre todo en un contexto social que nos presiona para ser productivos y dar todo de nosotros a nivel laboral a costa de nuestra salud mental.
A esto se suma el auge del teletrabajo. Nuestra casa es nuestra oficina, lo que hace todavía más difícil poner límites y desconectar. ¿Qué podemos hacer para lograrlo?
1. Toma perspectiva. Karl Marx afirmó en su día que el trabajo dignifica el hombre. A día de hoy hay una frase más certera para los jóvenes trabajadores: No vas a heredar la empresa. Esta frase puede parecer obvia, pero es importante recordar que somos solo un engranaje más de la empresa y que no está en nuestra mano sacarla a flote en solitario ni mucho menos arreglar los errores de otros. Debes realizar las tareas por las que fuiste contratado, que figuran en tu contrato y que son remuneradas.
2. Utiliza el modo ‘no molestar’. Si tienes un móvil de empresa y otro personal, apaga el móvil de empresa en cuanto salgas por la puerta del trabajo. En cambio, si utilizas el móvil personal para el trabajo (como hacemos la mayoría), utiliza el modo ‘no molestar’ a partir de cierta hora. Otra opción es silenciar a compañeros, jefes o al grupo del trabajo y, por supuesto, desactivar las notificaciones del email del trabajo.
3. No pasa nada por ser un poco borde y decir que no. Si has acostumbrado a tus compañeros o a tus jefes a dar más de ti de lo que por contrato debes dar, toca desacostumbrarles. No es un proceso fácil y probablemente se resistan, se quejen o te suelten alguna mala contestación. Mantente en tus trece de forma firme, pero educada.
5. Aprende a delegar. Es importante no asumir toda la responsabilidad de nuestra empresa y para ello debemos delegar. Es decir, trabajar en equipo y permitir que otros hagan su parte. ¿Se harían las cosas mejor si sólo te encargases tú? Puede ser. ¿Es recomendable reducir la necesidad de perfección en beneficio de nuestra salud mental? Por supuesto.
6. Cambia la manera de comunicarte. En vez de decirle a un compañero “nunca haces nada”, puedes decir “me gusta trabajar en equipo. No tengo ni tiempo ni suficientes herramientas para hacer esto porque tengo demasiada carga laboral. Como tú tienes más disponibilidad y esta tarea está pensada para tu puesto, me parece importante que te encargues tú. Si no te parece bien, podemos hablarlo con el jefe/responsable/coordinador del equipo para que nos ayude a encontrar un equilibrio”. ¿Qué cambia entre las dos frases? Que explicas claramente lo que sientes, lo que no estás dispuesto a hacer y lo que ocurrirá si la otra persona no respeta tus límites.
Crear límites coherentes y realistas es duro al principio, pero beneficioso a largo plazo. Te cuidarás a ti y también podrás disfrutar de tu tiempo libre dedicándolo a planes o personas que realmente te importan.