Maider tenía 14 años cuando su primera pareja seria la convenció para mantener relaciones sexuales por primera vez. Han pasado más de diez años y todavía recuerda aquel momento, “y no precisamente porque fuese especial ni bonito”, confiesa, “no era lo que yo imaginaba”.
“Llevaba meses diciéndome que si éramos novios teníamos que hacerlo y me metía mucha presión. Yo quería esperar porque no estaba preparada, y me acuerdo que estábamos ya acabando el curso y me empezó a dejar caer que en verano se acostaría con una chica de su pueblo si yo no quería”, recuerda. “Sé que fui imbécil y que tenía que haberle dicho que muy bien por él, mandarle a paseo y seguir con mi vida, pero era una relación que me tenía anulada”.
Su expareja ejercía un control absoluto sobre ella. Miraba su móvil, se enfadaba si era amable con sus amigos de toda la vida, le acusaba de tontear con compañeros de clase y logró poner a Maider en contra de sus amigas con la excusa de que eran unas envidiosas y estaban celosas de la relación.
Toda la vida social de la joven se reducía a su pareja. “Qué deprimente”, exclama al rememorar su adolescencia. “Le veía jugar a videojuegos. A veces salíamos con sus amigos, pero yo no podía hablar porque me decía que tonteaba. Básicamente tenía que estar callada, pero sin ser muy seria porque si no me decía que era una borde. Y el otro plan era ir a mi casa cuando no estaban mis padres para gorronear todo. Mis padres me preguntaban si había invitado a diez personas porque una sola no podía comer ni beber tanto”, explica.
Sin embargo, lo que marcó un antes y un después fue esa primera relación sexual. “Yo no había hecho nada, y lo recuerdo todo horrible. Primero fue sexo oral, pero yo a él, porque a él le daba asco comerme a mí. Y cuando ya empezó la penetración, como yo estaba muy nerviosa me dolía, pero en vez de parar o hacer otras cosas, siguió. Después de mucho rato me dijo que le cortaba el rollo mi cara. Era cara de que me dolía. Y su solución fue intentarlo de otra forma para no vérmela”, relata. La pareja de Maider le presionó para realizar sexo anal sin preservativo hasta que él eyaculó. “Me dio un abrazo, porque no me besaba si le había hecho sexo oral porque le daba asco, y se puso a jugar a la Xbox”.
La primera relación sexual suele ser muy importante para los jóvenes y es habitual tener expectativas muy altas que no se cumplen. La inexperiencia, los nervios y la falta de comunicación suelen convertir esta experiencia en un momento incómodo. Si además se produce una relación sexual violenta, las secuelas para la víctima pueden ser muy difíciles de gestionar.
Una relación sexual violenta es aquella en la que una de las partes no se siente cómoda. Algunas señales para identificar si te encuentras en una situación así son:
Pasaron tres años hasta que Maider y su expareja lo dejaron definitivamente, y durante ese tiempo las relaciones sexuales fueron igual que la primera. “Después de aquello yo me quedé muy mal, pero cuando lo dejaba me hacía sentir culpable y volvíamos”, una dinámica muy habitual en la violencia de género.
“Me decía que iba a cambiar, que me cuidaría como me merecía y que yo era para él todo. Luego volvía a sentirme fatal. Dicen que un maltratador te hace sentir especial, pero yo ahora lo pienso y lo único que hacía era hundirme y hacerme sentir pesada, necesitada, tonta, poco especial… Todas eran mejores que yo, pero aun así él necesitaba estar conmigo”.
Con 17 años Maider dejó definitivamente a su expareja y cortó toda comunicación. Se reencontraron alguna vez más, pero en todo momento las conversaciones fueron frías. “No es que me diese miedo volver a caer, es que él me generaba muchísimo rechazo después de todo. Es como si le hubiese visto tal y como era, y sentía mucho asco”, explica.
Tras poner fin a la relación de maltrato, la joven comenzó la universidad y aunque en ningún momento volvió a sufrir violencia de género en pareja, sí que tuvo nuevas malas experiencias sexuales que avivaron los fantasmas del pasado. “No sé si es mala suerte o si es algo que pasa mucho, pero he estado con chicos que bien podrían haberme sustituido por una muñeca hinchable”, confiesa.
“De todos los chicos con los que he estado, son más de la mitad los que me han hecho sentir violentada sexualmente. Tíos que se corren y ya se acaba todo, tíos que se intentan quitar el condón, tíos que de repente te sueltan un comentario súper ofensivo sobre tu cuerpo o sobre el aspecto de tu vagina, tíos que se enfadan si no haces lo que ellos quieren. Al final das las gracias si por lo menos te tratan bien, y eso es muy triste”, a lo que añade que si de por sí este tipo de situaciones son desagradables para cualquier mujer, en su caso las ha vivido con mucho malestar al recordarle su relación de violencia de género. “Con más de un chico he llorado en medio del sexo. Luego pedía perdón, pero ahora me doy cuenta de que los que me tenían que haber pedido perdón eran ellos por tratarme así”, reflexiona.
“Desde los 14 hasta los 22 años he odiado el sexo. Oía a mis amigas hablar de sexo y de los orgasmos que tenían, y yo me sentía como si hubiese algo mal en mí. Realmente pensaba que mi primer novio había roto algo dentro de mí psicológica o físicamente, no lo sé, como si tuviese un trauma que era imposible olvidar”.
Esa sensación cambió cuando comenzó a explorar su cuerpo, a hablar abiertamente de su problema con amigas y, sobre todo, “cuando dejé de tolerar el egoísmo de los chicos con los que me acostaba”, añade la joven que actualmente tiene 26 años y trabaja como profesora, asegurándose de que la violencia de género no tiene cabida en su aula.
La violencia de género es como un iceberg. Apenas sobresale una pequeña parte, y pese a ser visible, a día de hoy sigue siendo minimizada o invisibilizada por personas que consideran el maltrato una invención ideológica.
Esa punta del iceberg de la que hablamos está formada por delitos sexuales, agresiones o feminicidios a manos de un desconocido, de la expareja o de la pareja actual. Se trata de lo que hasta hace unos años era considerado violencia de género. Ahora sabemos que hay otras formas de maltratar y que no solo duelen los golpes.
En el límite que separa lo visible de lo invisible se encuentran las amenazas, los insultos, los gritos, y por debajo de la línea del agua nos encontramos con el abuso psicológico, una forma de violencia que afecta a una de cada cuatro adolescentes, según el informe 'No es amor', elaborado por la ONG Save The Children.
¿Y qué ocurre si buceamos un poco más abajo? Que nos encontramos con un sistema social plagado de micromachismos que acaban invadiendo el sistema educativo, los medios de comunicación, el arte, la política, el sistema sanitario y, en definitiva, nuestro día a día.
Hoy, 25 de noviembre, se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer con un objetivo único: derribar el iceberg desde los cimientos más arraigados hasta sus partes más visibles.