Gaslighting, victimismo y tortura psicológica: la importancia de identificar el chantaje emocional para superarlo

  • Los chantajistas emocionales suelen darse en cierto tipo de perfiles: maltratadores, narcisistas, caprichosos desde la cuna, personas con TLP

  • Técnicas de manipulación como el gaslighting o el 'efecto silencio' son parte del ciclo de la violencia

En el jardín de nuestra vida a veces crecen malas hierbas con una apariencia angelical, y hasta garrapatas psicológicas: chupan, chupan y chupan hasta que nos dejan secos, sin argumentos ni herramientas para contener el asedio.

Todos hemos conocido o padecido como a vampiros emocionales de distinta ralea, personas versadas en el arte de la manipulación que juegan con la culpa y la amenaza para conseguir lo que quieren de nosotros: dinero, afecto, protección, casito. Abundan en los entornos de trabajo (los malos jefes están acostumbrados a este tipo de presión basada en confundir lo profesional con lo personal), y si das una patada en el suelo brotarán veinte o treinta relaciones tóxicas construidas alrededor de técnicas de manipulación como el gaslighting, la amenaza y el victimismo persuasivo.

Te contamos cómo puedes identificar el chantaje emocional y qué tienes que hacer para pararlo en seco.

¿Cómo se comportan los chantajistas emocionales?

El chantajista emocional se conduce por el principio de dominación: quiere conseguir algo de nosotros (material o inmaterial, con la propia satisfacción sádica y a veces inconsciente que obtiene de la víctima). Para ello explora, acota e identifica nuestros puntos débiles. Todos los tenemos: quizá seas una persona empática que odia los conflictos; a lo mejor tiendes a complacer a otros, o eres crédulo, o simplemente te sientes confusa respecto a tu relación de pareja. De este tipo de cosas se aprovechan.

Al chantajista solo le hace falta presionar de ciertas formas para solazarse en esas habitaciones que ha abierto en tu interior. Es un arte detestable y sutil: generalmente la persona manipulada no siente que le están dando gato por liebre en el terreno emocional. En ocasiones solo se identifica la culpa por haber caído en el chantaje, pero no el proceso que se ha seguido, y ya es demasiado tarde.

Si me dejas, me haré daño (autocastigo, crean falsa culpa en la víctima). ¿Vas a salir así vestida? (pasivo agresividad). He podido ponerte los cuernos y no lo he hecho (hipótesis de castigo). Hazme caso, quiero lo mejor para ti, esto lo hago por tu bien (persuasión). Yo creo que no me quieres lo suficiente (demanda de afecto dominante).

Una de las peores técnicas es la del silencio, o la ‘agresión pasiva’: anular al otro negándole la palabra y la comunicación, la forma más fundamental de respeto en una relación. Esta técnica crea, a su vez, una proyección psicológica pervertida en la víctima, hasta volverla loca. La ley del hielo.

El chantaje emocional es un arte despreciable que escala y se hace fuerte en las relaciones de maltrato y el ciclo de la violencia, hasta anular completamente a una de las partes.

Tema aparte son los motivos de la persona chantajista emocional para actuar de la forma en que lo hace. Muchos psicólogos lo atribuyen a cierto tipo de perfil: narcisistas furiosos, maltratadores en potencia, personas con trastorno límite de personalidad; muchos de ellos humanos inseguros, con baja autoestima, cuya forma de nivelar su complejo de inferioridad es hacerse fuerte transfiriendo de forma siniestra su vulnerabilidad. Yo soy débil, pero puedo conseguir que el otro sea más débil que yo. La biología hasta se parece: huésped simbionte (novio tóxico, jefa déspota, amigo que te pide dinero demasiado a menudo) que abreva de un animal moribundo para crecer, y hasta se mira en el espejo y sonríe enseñando todos los dientes.

Técnicas contra el chantaje emocional

Lo peor del chantaje emocional es que sus efectos funciona por adición: cuando un manipulador sabe cómo controlarnos, nos debilita progresivamente, y cada vez le cuesta menos conseguir lo que desea, en parte porque la víctima se ha cansado de pelear). El chantajista emocional reafirma su personalidad demandando afecto por principio debido. Quieren acólitos y creyentes hacia sí mismos, sin voluntad.

La única respuesta posible al chantaje emocional es el trabajo con nuestra autoestima y aprender a poner límites muy claros al abuso. El otro paso es cortar ese vínculo, lo más recomendable si la relación dominante-dominado se ha larvado hasta extremos dolorosos. Las víctimas pueden acabar viviendo ‘psicológicamente’ en el simulacro de realidad que el manipulador ha creado para ambos, una caverna de Platón torturante: sombras que parecen lo único sólido y cierto a la vista.

El segundo paso es aprender a dejar de tener miedo a las supuestas consecuencias que el manipulador emocional promete llevar a cabo. Ante una amenaza o una técnica para generar culpa en nosotros hay que responder cortando por lo sano. Un ‘te voy a acabar dejando si sigues así’ podría responderse con una frase sencilla, taxativa y muy fría: ‘Ese es tu problema. Yo no estoy haciendo nada malo. Piénsatelo y me dices.’ ‘Creo que he hecho lo correcto, no siempre llevas la razón’. ‘Si estás en ese punto, adelante, yo no te voy a retener si no estás a gusto’.

Hay que mostrarle a estas garrapatas emocionales que no nos sentimos culpables, que nuestro punto de vista es diferente al suyo, que no vamos a aceptar estas amenazas o estas culpas ficticias que están infiltrando en nosotros.

En el fondo, el chantaje emocional puede ser el propio talón de Aquiles del manipulador: cuando comprende que su técnica de terror no está funcionando, recrudecerá la intensidad, tratará de hacernos sentir mal, se victimizará de forma extrema. Su crítica sutil a algún detalle de nuestra personalidad se volverá virulenta, momento en el que es mucho más fácil identificar su estrategia, ya que roza el ridículo. Lo que antes era sutil ahora es una caricatura, y no hay mejor manera de pararle los pies a alguien que perdiéndole el respeto y haciéndoselo notar.

Cabeza fría y trabajo en tu seguridad. Si no, tendrás al monstruo metido hasta la cocina.