¿Eres de los que piensan que una relación de pareja es siempre como al principio? Si la respuesta es sí, lamento ser yo quien te decepcione, pero mejor que lo descubras cuanto antes. El amor no es lineal. En realidad se parece más a una montaña rusa con subidas, caídas que dan vértigo y momentos de estabilidad y calma. En otras palabras, cualquier relación va a atravesar diferentes etapas.
Lo primero de lo que debemos hablar es del conocido ‘enamoramiento’. Todos lo hemos vivido pero, ¿qué es exactamente?
Se trata de un estado psicológico de encaprichamiento y fascinación absoluta hacia una persona. Todo nos gusta. Todo nos atrae. Si pudiéramos, pasaríamos 24 horas al día hablando por WhatsApp con él o ella. En resumidas cuentas, nos convertimos en seres monotemáticos con nuestros amigos porque sólo tenemos una cosa en la cabeza: nuestro crush.
De la mano del enamoramiento va el erotismo, que sería su correlato biológico (es decir, su manifestación física). Se caracteriza por un aumento de la frecuencia y amplitud de la respiración, relajación muscular y liberación de diferentes hormonas implicadas en la respuesta sexual.
Tanto el estado de enamoramiento como el de erotismo no pueden durar siempre. ¿La razón? Por un lado, nuestra vida no se reduce a la pareja. Aunque al principio nos centremos en ella, poco a poco reajustamos nuestras relaciones sociales y nuestro tiempo para dedicárselo a más cosas que el amor. Por otro lado, si nos pasásemos meses excitados y liberando hormonas como si fuesen caramelos en la cabalgata de los Reyes Magos, acabaríamos agotados. Nuestro cuerpo tiene que descansar.
Pero esto no significa que el amor se acabe, y es importante señalarlo porque hay personas que se asustan cuando desaparece el estado de encaprichamiento inicial. Creen que ya no hay amor, cuando en realidad está consolidándose la relación a través de cinco etapas.
Es la primera fase de una relación y aparece de la mano del enamoramiento.
Si bien nuestra relación principal es la afectivo-sexual, aprendemos que no pasa nada por no dedicarle todo nuestro tiempo. Volvemos a quedar con amigos y familiares, retomamos hobbies que estaban un poco olvidados, y atendemos a obligaciones académicas y laborales.
La luna de miel nos enseña que la relación funciona bien, sobre todo si mantenemos nuestra autonomía. En otras palabras, descubrimos que para que haya amor no tenemos que estar esforzándonos todo el rato.
Por otro lado, la relación se basa en las semejanzas con nuestra pareja. Mismos gustos musicales, mismas ideas de futuro, mismos dramas, mismos miedos… Resaltamos todo lo que se parece e ignoramos las diferencias.
Pronto descubrimos que hay algunas cosas en las que vamos a discrepar con nuestra pareja. Esta discrepancia asusta un poco, porque nos hace plantearnos si la relación de verdad merece la pena.
¡Ojo! Hay diferencias que son totalmente saludables, pero en algunos casos son irreconciliables. Por ejemplo, el ideal de una relación o los planes de futuro. Si tu pareja quiere una relación cerrada y tú una abierta, te sentirás bastante confuso. Lo mismo sucede si a largo plazo quiere irse a trabajar fuera del país, pero tú quieres vivir en tu ciudad y detestas viajar.
Como acabamos de ver, hay diferencias que no provocan ningún conflicto, pero otras son más complejas de gestionar. Es ahí cuando aparece la tercera fase (y la más desagradable): la de las discusiones.
Parece que los problemas surgen solos. ¿Cómo es posible que estando tan bien antes, ahora no paréis de discutir? Resulta desmotivador y muchas parejas deciden poner punto y final a la relación en esta etapa.
Pese a ser un momento muy duro, la fase del conflicto puede ayudarnos a fortalecer la relación y también a conocernos mejor a nosotros mismos. ¿Cómo?
Tras el conflicto, llega la solución (o soluciones). Poco a poco comenzáis a trabajar por la relación de forma productiva. Es decir, sin echaros cosas en cara, sin responsabilizaros mutuamente por los problemas y sin faltaros al respeto. Os comunicáis de forma empática y abierta, compartís vuestras inseguridades y poco a poco vais resolviendo vuestras diferencias.
En esta fase la relación se convierte en algo supraordenado. Esto significa que, manteniendo vuestra independencia, os convertís en algo más que dos personas juntas. Sois una pareja.
La estabilidad se caracteriza por la confianza, el respeto mutuo y un mayor conocimiento de la otra persona.
¿Recuerdas la fase de la luna de miel? Todo parecía perfecto, pero todavía desconocías las inseguridades de tu pareja, las diferencias que podrían provocar conflictos y la forma de resolver los problemas amorosos. Ahora ya lo sabes.
En esta etapa pueden volver a surgir conflictos. Al fin y al cabo, somos humanos y en todas las relaciones, incluidas las más sanas, hay problemas o malas rachas. Sin embargo, sabéis cómo resolverlos. Habéis aprendido estrategias durante las fases anteriores y poco a poco tardaréis menos tiempo en reconciliaros tras una bronca y además no lo pasaréis tan mal.