El cáncer renal o cáncer de riñón es una de las enfermedades más desconocidas por los españoles a pesar de su alta incidencia: en nuestro país se detectan cada año alrededor de 7.300 casos nuevos y se producen más de 2.100 muertes por esta causa. Además, según datos de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), es probable que durante 2020 se diagnostiquen alrededor de 1.300 casos más que en 2019. Se trata de una de esas enfermedades en las que la detección temprana es clave: un 25 por ciento de los pacientes son diagnosticados cuando el tumor ya está avanzado, y el diagnóstico precoz aumenta en un 95 por ciento la supervivencia. Conoce los síntomas del cáncer renal y sus características.
Tal y como explica la SEOM, los riñones son órganos excretores básicos para el funcionamiento de nuestro organismo. El cáncer de células renales (también llamado cáncer de riñón) tiene lugar cuando aparecen células malignas o cancerosas que se originan en la corteza renal, es decir, en el revestimiento de los túbulos del riñón.
El cáncer de células renales es responsable de un 2-3 por ciento de todos los tumores malignos en los adultos y es dos veces más frecuente en hombres que en mujeres. También afecta en mayor medida a la raza caucasiana que a la afroamericana. En cuanto a la edad en la que suele aparecer, la mayor parte de los casos se diagnostican a partir de los 50 años, aunque puede desarrollarse a cualquier edad. Es importante el hecho de que la existencia de antecedentes familiares es, en este caso, poco relevante: el cáncer renal se presenta más frecuentemente de forma esporádica y solo en un 5 por ciento de los casos forma parte de un síndrome hereditario.
Con todo, existen ciertos hábitos que se relacionan con la aparición de este tipo de cáncer, como el tabaquismo, la obesidad, la exposición a ciertos químicos (cadmio, asbestos y petróleo), la enfermedad quística renal y el uso abusivo de analgésicos como la aspirina y la fenacetina.
En cuanto a los síntomas del cáncer renal, esta enfermedad se asocia con signos muy variados, lo que dificulta el diagnóstico. De hecho, tal y como recuerda la Asociación, muchos pacientes no experimentan síntoma alguno hasta que la enfermedad se ha extendido a otros órganos. Muchos casos (hasta un 40 por ciento) son diagnosticados a través de pruebas como ecografias o TAC programadas por otros motivos.
Algunos síntomas reconocibles por el paciente son la presencia de sangre en la orina o de dolor en el costado. En cuanto a la presencia de sangre en la orina, aunque aparece en más de la mitad de los casos, puede resultar invisible y percibirse únicamente realizando un análisis de orina. Otros síntomas posibles son la anemia (descenso en cifras de hemoglobina), la fiebre y la pérdida de peso.
En caso de ser diagnosticado, el tratamiento del cáncer renal depende de distintos factores, especialmente el estadio de la enfermedad (se distinguen fases de la I a la IV), la edad del paciente y su estado general de salud. En estados avanzados, cuando existe metástasis, los niveles de hemoglobina, neutrófilos, plaquetas y calcio en sangre, conjuntamente con el estado general y el tiempo transcurrido desde el diagnóstico, son factores que clasifican a los pacientes en tres grupos de riesgo pronóstico: buen pronóstico, intermedio y mal pronóstico.
Así, para los estadios I y II se utilizan tratamientos como la nefrectomía radical o parcial con o sin linfadenectomía (extracción de los ganglios linfáticos), la crioablación (congelación) o ablación por radiofrecuencia. En estadio III, es posible utilizar nefrectomía radical con linfadenectomía regional y, en estadio IV, nefrectomía citorreductiva.
En cuanto a la metástasis, existen tratamientos como la inmunoterapia, antiangiogénicos, inhibidores mTOR, quimioterapia, radioterapia paliativa o bifosfonatos. Además, cuando la enfermedad se encuentra localizada en el riñón y puede ser potencialmente curada, puede plantearse la cirugía en los estadios I, II y III, extirpando en todo o en parte el riñón.
En otras ocasiones, cuando no es posible la cirugía, existe la posibilidad de recurrir a la llamada embolización arterial para reducir el tumor, entre otros tratamientos. Consiste en insertar un catéter o tubo delgado en el vaso sanguíneo principal que fluye hacia el riñón. Por esta vía se inyectan pequeños trozos de una esponja gelatinosa que impide el flujo de sangre al riñón, evitando también que las células cancerosas reciban las sustancias necesarias para crecer.