Si algo se ha demostrado desde que, a principios del mes de septiembre, los colegios volvieron a abrir sus puertas tras un largo parón de la educación presencial, es que los niños y los centros educativos están cumpliendo los protocolos anti-covid con una estricta rigurosidad.
El reto era difícil: controlar la expansión del virus en unas aulas donde la cercanía, el contacto y la estrechez de los lazos es casi una asignatura más y donde la movilidad natural de los niños parecía imposible de frenar. A dos meses vista, se ha conseguido y, si el esfuerzo de los alumnos y maestros ha sido muy notable dentro de una clase ordinaria, ¿cómo lo ha sido en las clases de integración y educación especial?
Informativos Telecinco ha entrevistado a Daniel de Los Santos López, escritor de teatro infantil cuya obra, ‘La casa de las brujas’, acaba de publicar y maestro de música de una unidad de educación especial de un colegio público de Castilla La Mancha. En dicha aula tiene cuatro alumnos: todos ellos, con discapacidad psíquica y otros diagnósticos como TEA, TDH o carencias auditivas.
En cuanto a los protocolos aplicados aquí contra el covid, son los mismos que en cualquier otra clase: “Los alumnos usan mascarilla, gel y hacen cinco lavados de manos al día y, ahora, entran por una puerta distinta al resto del alumnado del centro, al ser un grupo de mayor riesgo. También hacen el recreo en su propio espacio, pero todos los recreos del colegio se han divido por grupos. La única excepción es que estamos buscando mascarillas transparentes para que los alumnos con déficit auditivo puedan leernos los labios, algo fundamental para ellos a la hora de comunicarse”, cuenta este maestro, sobre las normativas técnicas que deben cumplir sus cuatro alumnos, iguales a las de la generalidad.
Sin embargo, lo que sí ha cambiado de forma muy considerable es la manera de trabajar con ellos. Como bien apunta el docente, en la educación especial y a nivel global, el desarrollo emocional es “el doble de importante” para el desarrollo cognitivo y, ahora, que todos deben guardar las distancias de seguridad, crear ese vínculo es “mucho más complicado”:
“Hay que tener en cuenta que los alumnos de educación especial o de integración funcionan con unos agarres emocionales muy intensos porque, si se encuentran bien emocionalmente, pueden avanzar mucho; pero, si no están bien, pueden incluso retroceder. Cuando yo he trabajado en este tipo de aulas, me he pasado la mañana chocando y dando abrazos y eso les genera a ellos una estabilidad óptima para avanzar. Eso es para mí lo que más ha cambiado, la distancia, que a ellos les afecta mucho más. Las clases son mucho más impersonales y, por ello, la habilidad del maestro se tiene que redoblar”.
Además de esta distancia entre maestro y alumno, hay otra que también se ha hecho notar: la distancia con el resto de los alumnos y las salidas a la calle, al “mundo de verdad”: “Nosotros preparamos mucho a los alumnos para la vida, para que tengan autonomía personal. Aquí, les llevamos a comprar al supermercado, al teatro, para que paguen su entrada y hagan sus cálculos y, en otros centros, van a empresas, visitan invernaderos y, en definitiva, a que se desenvuelvan en la sociedad y no sólo en clase, sino ponerles en la situación real. Sin salir, ese trabajo es mucho más difícil de realizar”.
Por tanto, la idea misma de la integración ha quedado mermada con la llegada del coronavirus, pues ni este grupo burbuja se relaciona con el resto del colegio como antes, ni viceversa: “Los demás alumnos también pierden porque no toman conciencia de que somos una pluralidad”, recalca López, siendo consciente de que, por contra, este 2020 les está enseñando a todos, pequeños y adultos, el valor de la empatía, la responsabilidad y de la protección a los demás.