Que el sexo es saludable es algo que, a estas alturas, casi nadie pone en duda. Y con razón. Es bueno para el corazón, ayuda a generar sustancias que nos hacen sentir más felices, te hace parecer y sentirte más joven, reduce el riesgo de padecer enfermedades (entre ellas, distintos tipos de cáncer), favorece el descanso... Sin embargo, también es cierto que determinadas conductas asociadas a la práctica sexual pueden derivar en una patología que interfiera en la vida de quien la sufre. La adicción al sexo existe, si bien se trata de un trastorno de difícil categorización y definición, y es por ello que no se trata de una cuestión pacífica a nivel académico. Sin embargo, existen ciertas señales de alarma que pueden indicar la presencia de esta enfermedad. ¿Cuál es la línea que separa el simple disfrute de la obsesión por el sexo? ¿Cuándo podemos hablar propiamente de una adicción al sexo y cuáles son sus síntomas?
Tal y como explica el estudio piloto 'Psicopatología y Personalidad en la Adicción al sexo', publicado en Dialnet y desarrollado por especialistas del Hospital Universitario Dexeus de Barcelona, la adicción al sexo se caracteriza por una frecuencia e intensidad elevadas de fantasías y conductas sexuales, un elevado deseo sexual y conductas sexuales de riesgo que se relacionan con elementos impulsivos o compulsivos, y que provocan malestar en la persona. Sin embargo, existe una histórica controversia y ambigüedad sobre este trastorno.
La adicción al sexo suele iniciarse en la adolescencia y adultez temprana, y su pronta identificación es importante de cara a un tratamiento eficaz. Tal y como recoge este estudio, publicado por la Revista de Psicología INFAD, si se toman los resultados del cuestionario de adicción al sexo al que hace referencia el estudio, aparecen cuatro factores que se repiten en gran parte de los casos y que, además, resultan fiables y válidos en la evaluación de este cuadro clínico. Así, determinados signos pueden indicarnos que existe un problema o una tendencia que debemos vigilar de cerca. Son los siguientes:
Además, otros estudios hablan sobre síntomas más concretos, como fantasías sexuales recurrentes e intensas y deseo sexual apremiante, cantidad de tiempo excesiva invertida en fantasías y deseos sexuales, así como en la planificación y realización de conductas sexuales; fantasías, deseos y conductas sexuales repetidas en respuesta a estados de ánimo disfóricos (p.ej., ansiedad, depresión, aburrimiento, irritabilidad); fantasías, deseos y conductas sexuales repetidas en respuesta a situaciones vitales estresantes; intentos persistentes, pero infructuosos, para controlar o reducir significativamente las fantasías, deseos y conductas sexuales; o implicación repetida en conductas sexuales ignorando el riesgo físico, psíquico o emocional que pueda suponer para sí mismo o para otras personas.
Por último, la frecuencia o intensidad de las fantasías, deseos y conductas sexuales provocan malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad de la personas. También es frecuente que las fantasías, deseos y conductas sexuales no sean debidos a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (por ejemplo, a una droga, un medicamento) ni a episodios maníacos.