Paula, de 22 años, pasó un año esperando un trasplante de corazón: "Soy una persona nueva"


Paula nació con una cardiopatía congénita y ahora, gracias a un trasplante de corazón, se siente una persona nueva
El trasplante lo recibió la pasada Nochebuena, tras más de un año de espera viviendo junto al Hospital Gregorio Marañón
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Eran las 5:45 horas de la mañana del 24 de diciembre cuando sonó el teléfono de Paula. Se encontraba en un apartamento alquilado junto al Hospital General Universitario Gregorio Marañón, acompañada por su familia para celebrar la Navidad. "Sí, soy yo", respondió al escuchar la llamada. Su madre, Mónica, quien dormía a su lado, también se despertó alarmada. "¿Es del Gregorio? ¿Es de Gregorio?", preguntaba insistentemente. Y es que cada vez que ese teléfono sonaba, se encendía una luz de esperanza. ¿Sería el corazón de Paula?
Y sí, esta vez, tras un año y dos meses de espera, por fin eran "los del Gregorio"
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Paula recuerda lo nerviosa que se puso. "Era un flan", confiesa. "Tenía un temblor que no podía ni lavarse los dientes, el cepillo se le iba de las manos", rememora su madre. "Corrí a despertar a mis otros hijos: 'nenes levantáos, que por fin han llamado a vuestra hermana y nos vamos al hospital'". Llamaron a un Uber y con la urgencia, suplicaron al conductor: "Por favor, dese prisa, a mi hija le van a hacer un trasplante de corazón y tenemos que llegar rápido'", cuenta Mónica durante una entrevista con la web de Informativos Telecinco.
"Al llegar, nos despedimos de ella en la puerta del quirófano. Nos dijo que nos quería y que todo saldría bien. Siempre con esa fortaleza suya", relata Mónica. "Y ahora, tres meses después, la tengo perfecta a mi lado".
El camino hasta el trasplante de corazón
Mónica supo que su hija tenía una grave cardiopatía en el quinto mes de embarazo. "Los médicos me recomendaron abortar", cuenta, pero ella decidió seguir adelante. En el sexto mes la derivaron de Santander, su ciudad, a Madrid, donde estuvo ingresada en el Gregorio Marañón hasta el parto. Allí, nació Paula, hace casi 23 años, con una cardiopatía congénita compleja: ventrículo único, situs ambiguus, transposición de grandes vasos y estenosis pulmonar.
O dicho de otra manera, Paula nació con una compleja cardiopatía congénita que afectó la formación de su corazón durante el desarrollo fetal. En lugar de contar con dos ventrículos —uno para bombear sangre a los pulmones y otro para el resto del cuerpo— tenía un solo ventrículo que debía realizar ambas funciones. Además, sus órganos internos no estaban distribuidos de manera habitual dentro del tórax y el abdomen, y los vasos sanguíneos que parten del corazón tenían una disposición anómala, lo que dificultaba aún más su circulación sanguínea.
Desde los tres meses de vida enfrentó cirugías a corazón abierto. Con la primera, la operación de Glenn, la sangre de la parte superior de su cuerpo se redirigió a los pulmones para que su único ventrículo no tuviera que hacerlo. Con la segunda, la de Fontan, lo mismo sucedió con la sangre de la parte inferior. "Nos dijeron que si superaba esas dos operaciones, el siguiente paso sería un trasplante. Y hace un año nos comunicaron que ese momento había llegado", explica Mónica.
Siempre disponible
Para recibir un trasplante de corazón, el órgano debe provenir de una persona que esté clínicamente muerta, pero que permanezca con soporte vital. También, debe estar en condiciones óptimas y ser lo más compatible posible con su tipo de sangre y tejido para reducir la probabilidad de que su cuerpo lo vaya a rechazar. Además, el receptor debe estar a menos de una hora del hospital y disponible en cualquier momento. Nuca se sabe cuando el corazón llegará, ni a que hora, ni a que día.
Paula tuvo que trasladarse de Santander a Madrid. Durante la espera, se alojó en la Casa Menudos Corazones, de la Fundación Menudos Corazones, que ofrece alojamiento a pacientes con cardiopatías congénitas y sus familias y que durante 2024 ha facilitado un hogar a 340 personas cerca de los hospitales de referencia. "Alquilar en Madrid es carísimo. Esta ayuda fue fundamental", dice Paula, quien pasó su estancia rodeada de padres de bebés con cardiopatías.
La espera hasta que la llamada llegó
"La espera hasta el trasplante fue mala, muy mala. Desde el momento que te comunica el médico que necesitas un trasplante, convives con la incertidumbre de no saber cuándo cuándo te llamarán y con la ansiedad de tener el teléfono siempre en sonido...", asegura Paula. "Tuve que dejar mi vida en Cantabria sin saber por cuanto tiempo: los estudios, los amigos...todo".
Para sobrellevar la espera, creó una rutina: iba al gimnasio, nadaba para prepararse físicamente, paseaba por Madrid y asistía al psicólogo. "Ha sido un año dedicado a cuidarme".
Para Mónica, quien iba a visitarla cada 15 días, también fue bastante dura la espera. "Nosotros teníamos que seguir con nuestra vida para poder cubrir los gastos", señala. "Sobre todo los primeros meses lo pasé fatal, era unos nervios horrorosos. Recuerdo que cada vez que escuchaba que había un accidente, pensaba: 'Dios mío, ¿será para nosotros?'. Y justo nos llamaron un 24 de diciembre y pensé: 'Este es nuestro milagro de Navidad'".
Un corazón nuevo, una vida nueva
Han pasado tres meses del trasplante y Paula ya nota muchísimo la diferencia. . "Antes vivía con fatiga, la piel morada por la falta de oxígeno y los pies fríos. Ahora soy una persona nueva. He vuelto a mi tono de piel y no me fatigo para nada", expresa con alegría.
Aunque para llegar ahí la recuperación ha sido otro reto: dos meses y medio ingresada, mucho dolor y algún susto. A lo que se le suma el desafío emocional. "Cada día pienso que, mientras me salvaban la vida, otra persona la perdía", confiesa Paula. Su madre ya lo ve de otra forma: "Si alguien no puede vivir, qué mejor que su corazón lo utilice quien sí podrá hacerlo".
Ahora, Paula continúa alojada en la Casa Menudos Corazones debido a las numerosas revisiones que, por lo menos, le deben realizar hasta abril, para que "comprueben que todo va tan bien como hasta ahora". De momento, no puede retomar su actividad física hasta verano y toma 16 pastillas al día. También, está adaptándose a los nuevos cambios, como el de la alimentación o tener que acudir con mascarilla a lugares concurridos.
Sueña con el momento de volver a casa después de un año y medio y acabar los estudios de laboratorio. "Después quiero hacer la carrera de enfermería y trabajar en el Gregorio Marañón. Desde pequeña he tenido esta vocación porque he visto como me han tratado y yo quiero también hacerlo a quienes tengan que pasar por lo mismo".
La generosidad de donar
Mónica, tras presenciar en primera persona la mejoría de su hija después del trasplante, lo tiene claro: "Debemos donar órganos. Gracias a ellos, alguien puede seguir viviendo o mejorar su calidad de vida. Creo que aún no somos plenamente conscientes de la enorme importancia que tiene", subraya en el Día Nacional del Trasplante, que se conmemora cada último miércoles de marzo.
Y para quienes esperan: "Decirles que tengan esperanza y confianza. Aunque parezca que nunca llega, la luz vuelve a salir", concluye Mónica.
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