Sara tuvo trastorno por atracón: "Desconocía que las personas gordas podían padecer un TCA"

  • Sara convivió durante muchos años con el trastorno por atracón sin saberlo: "Solo conocía la anorexia y bulimia con infrapeso"

  • Creía que tenía que encajar en los estándares impuestos por la sociedad para ser válida

  • Durante los atracones era el único momento en el que sentía que decidía algo por su vida y tenía el control

Sara Fernández tenía 38 años cuando acababa de descubrir una de las emociones más transformadoras de la vida: ser madre. Sin imaginarlo en ese momento, el nacimiento de su hija sería el punto de partida para descubrir algo que llevaba años oculto: un trastorno de la conducta alimentaria (TCA), concretamente trastorno por atracón

"Si pudieras regalarle cualquier cosa a tu hija, ¿qué le regalarías?", le preguntaron. Sin pensarlo demasiado, Sara respondió: "Que sea libre para vivir su vida". Sus propias palabras la dejaron desconcertada y ese momento se le clavó en su retina. Hoy, seis años después, sus ojos se siguen poniendo cristalinos tras recordarlo.

¿Por qué le deseaba esa libertad a su hija? Porque ella había olvidado la sensación de ser libre, a pesar de creer experimentarla a través de sus atracones.

El baile entre los atracones y una anorexia atípica

Todo empezó tras su entrada en universidad. "Comencé a estudiar una carrera que no me gustaba, pero es lo que tocaba", recuerda. A partir de ahí, dejó de verbalizar absolutamente todo lo que le pasaba, y el deporte era su forma de regular las emociones. Sentía que tenía que encajar en unas normas sociales con las que ella no se identificaba. Hasta que llegó el primer atracón. "La culpa era tan grande que intenté vomitar, pero no lo conseguí y me quedé hecha un ovillo en la cama".

Desde entonces, los atracones cada vez fueron a más. "Si me pillaba en el supermercado compraba de forma compulsiva alimentos ultraprocesados y comía sin parar durante un tiempo prologando. Si no, arrasaba con lo que hubiera en casa. Llegué a darme atracones con zanahorias y latas de conservas porque era lo único que tenía. Luego recogía todo y escondía los envoltorios para que nadie se diera cuenta".

Tras un tiempo así, comienzo a hacer diferentes dietas muy restrictivas.  Pasaba de comer una vez al día durante un tiempo, a atracones por encima de los límites de la saciedad.  "Era un baile entre el trastorno por atracón y una anorexia atípica, que se da en personas que tienen todos los síntomas de la anorexia, excepto que no hay un peso bajo", explica.

"Comía desde la rabia por una acumulación de estrés y ansiedad no detectada, ni gestionada", relata durante una entrevista con la web de Informativos Telecinco. "Mi sistema nervioso dejó de avisarme cuando tenía hambre, comía únicamente de forma emocional".

Perfeccionismo y autoexigencias marcadas por unas normas sociales

Sara pasó años intentando encajar en los estándares impuestos por la sociedad. "Aunque esos ideales no iban conmigo, sentía que para ser válida debía adaptarme a ellos. Creía que, si no, nadie me iba a querer". Esa presión constante la llevó a convertirse en alguien obsesionada con alcanzar un perfeccionismo imposible.

La autoexigencia marcaba su día a día, haciéndola sentir que debía cumplir con todo: llevar una alimentación impecable, estar delgada, hacer ejercicio, lucir bien, destacar en el trabajo, mantener la casa en orden, cuidar de sus amigos y familia, y, además, encontrar tiempo para el ocio.

"Me faltaban horas al día. Hasta el ocio se volvió en una obligación. Cuando una de las cosas no estaba sucediendo como yo había imaginado que debía ser, la ansiedad se disparaba, y entonces venían los atracones", admite Sara.

Sentía que cuando comía era el único momento en el que tenía el control sobre mi vida

Atrapada en esos estándares inalcanzables, la comida se convirtió en su única vía de escape. "Sentía que cuando comía era el único momento en el que tenía el control sobre mi vida", confiesa. Para ella, comer era un acto de rebeldía, una forma de experimentar una libertad que le resultaba esquiva en otros aspectos de su existencia. Los atracones eran como un interruptor de la sociedad, el perfeccionismo y la autoexigencia. "La única forma de sentir que conectaba conmigo misma".

Por eso, ahora desea algo distinto para su hija: que encuentre esa libertad que ella buscó durante años en la comida, pero que, en realidad, solo la llevó a sentirse más atrapada.

Descubrir que tienes un TCA

La pregunta sobre su hija le dio un empujoncito para reflexionar. Y el definitivo sucedió tras encontrar un perfil en redes sociales, "@entretallas", en el que se visibilizaba sobre el trastorno de la conducta alimentaria por atracón. "Me di cuenta de que sus palabras me molestaban. ¿Por qué?", pensaba. Además, "desconocía que las personas gordas podían padecer un TCA, solo conocía la anorexia y bulimia con infrapeso".

Gracias a ella y a otra amiga, acudió a una psicóloga, aunque por entonces todavía pensaba que no tenía ningún tipo de problema con la comida. "Le dije que acudía a ella porque necesitaba trabajar mi fuerza de voluntad para conseguir adelgazar y seguir la dieta".

Fue a lo largo de las terapias, cuando Sara descubrió que realmente sí había un problema y los dos trastornos que le llevan acompañando muchos años. "Por fin le puse nombre a lo que me pasa y supe que, no era defectuosa, sino que había mucho más detrás".

El arte como salvación

En ese momento en el que acude a terapia, también comienza una formación de interpretación sobre la técnica Meisner. "Me ha permitido vivir bajo circunstancias imaginarias sin que el cuerpo importase, que fuera únicamente un instrumento. Me di cuenta de que mi cuerpo es válido sea como sea gracias al arte".

Su vivencia le llevó a escribir e interpretar la obra teatral "El Viaje de Paula", donde el personaje muestra su relación con el trastorno por atracón. "Es la historia de una elección entre sobrevivir y vivir, entre encajar y el hambre voraz de libertad". Con ella, "muchas personas no solo se han sentido identificada con el trastorno, sino también con el sentimiento de no encajar en la sociedad"

La recuperación

"Ahora mismo estoy recuperada, aunque el vértigo siempre sigue, por ejemplo, ahora en fechas como Navidades. Aun así tengo confianza en mí. Ahora puedo comer alimentos que en algún momento fueron prohibidos porque eran detonantes, como el jamón serrano o las patatas fritas. En navidades hace años que no pruebo polvorones porque no me apetecen, antes únicamente los comía para sentir que tenía el control sobre algo", expresa.

Sus puntos claves han sido aceptar lo que le ocurría y pedir ayuda, encontrar un entorno en el que poder expresarse y ser tal como es sin juicios, como la Asociación Contra la Anorexia y la Bulimia (ACAB) y el arte. Además de aprender a gestionar la autoexigencia, poner límites y amar su cuerpo.

Pero sin duda, lo que más la ha transformado ha sido darse el permiso de no encajar.

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