“Cuando Cristina llega al estudio siempre comienzo por preguntarle cómo se siente y cómo ha dormido esa noche, buscando entender su estado ese día y animándola a conectarse consigo misma. Me relata que el trabajo la estresa, que duerme mal, y que viene de una sesión de Crossfit. Observo su lenguaje corporal, erguida, con movimientos rápidos, entrecortados y en alerta, pero con una mirada que revela un agotamiento que parece no querer expresar. Cristina, una joven inteligente y dulce, se enfrenta a un trabajo exigente y viene de una relación abusiva. Empezamos a “sacudir” para liberar la energía acumulada…”. Quién explica este relato es María Macaya, experta en yoga sensible al trauma, con más de 20 años de experiencia, y creadora de Rādika, una fundación que desde 2016 se dedica a concienciar y entender la salud mental y el trauma.
No es casual que el trauma se relacione con el yoga, ya que esta práctica milenaria es una herramienta clave para tratar problemas de salud mental y corporal. Hay varios estudios, como el realizado por el Center for Trauma and Embodiment at JRI de Estados Unidos, que demuestra que personas con estrés postraumático han podido reducir síntomas gracias a esta práctica. También lo asegura María Macaya en su último libro Yoga Sensible al Trauma (Plataforma Editorial) y en una entrevista que concede a la web de Informativos Telecinco.
“El Yoga Sensible al Trauma (YST) surge hace aproximadamente dos décadas, impulsado por descubrimientos en psicología y neurociencia que demuestran cómo el trauma impacta profundamente tanto el cuerpo como el sistema nervioso. Estas investigaciones, que continúan avanzando, han revelado que el trauma no es solo una experiencia emocional, sino una vivencia física que requiere ser procesada a través del cuerpo para poder sanar de forma completa. Desde la creación de esta metodología, los estudios en psicología y neurociencia han reforzado aún más la necesidad de una sanación que integre cuerpo y mente”.
Para poder entenderlo mejor, ella nos explica que el trauma es como una “herida” a varios niveles: un trauma en mayúsculas serían accidentes, violencia, abuso o pérdidas significativas, que sobrepasan la capacidad de una persona para procesar lo vivido. Y el trauma con minúsculas, que abarca heridas emocionales más sutiles y, a veces, menos visibles, pero que pueden acumularse a lo largo de la vida. Situaciones como la falta de apoyo, el rechazo constante o la sensación de abandono en la infancia también pueden afectar profundamente. “Estas experiencias, aunque parezcan pequeñas, dejan huellas en nuestra percepción de nosotros mismos y del mundo, condicionando la forma en que respondemos a los desafíos cotidianos”, añade.
Hay ocasiones, en los que el trauma puede llegar a ser colectivo, como, por ejemplo, como está sucediendo con los efectos catastróficos de la DANA en Valencia. En ese caso, tal y como apunta, tienen una ventaja y es que el trauma colectivo permite que las personas puedan apoyarse entre ellas, entenderse. “En estos momentos por lo que he ido hablando con las personas que están ahí o cerca de personas que están, se encuentran en un estado de disociación. Por ello, es importante en estos momentos, enraizar, tomar unos minutos para poner los pies en la tierra y rebajar el estado de alerta en el que estamos a través de los sentidos (mirar el cielo, comprobar la temperatura de la piel pueden ser pequeños gestos que nos pueden ayudar mucho)”.
Sin embargo, la meditación en estos momentos en los que las personas están tan agitadas, no parece ser la mejor opción, por el contrario sí lo es el mindfulness, por ejemplo, caminar con presencia durante unos minutos. Pero, sobre todo, practicar la compasión hacia los demás y la autocompasión hacia nosotros mismos.
Es en estas situaciones cuando el YST funciona con buenos resultados. Pero, ¿qué tipo de yoga es y cómo se practica? Pues bien, tal y como explican los expertos, este tipo de yoga está específicamente diseñado para que personas que han experimentado un trauma puedan alcanzar la paz mental y el equilibrio, enfocándose en lo que realmente importa, trabajando la fluidez y la armonía de los movimientos, la postura corporal, y el sistema nervioso, pero, eso sí, siempre con la guía de un profesional.
“En Occidente, el yoga a menudo se ha adaptado con un enfoque más estético y competitivo, y su práctica puede haberse convertido en algo inaccesible para ciertos niveles socioeconómicos. Incluso, sin la especificidad de ser “sensible al trauma”, sería ideal que el yoga recuperase su esencia original, que es tan necesaria hoy en día”, explica María Macaya.
Por lo tanto, si el yoga tradicional busca principalmente una conexión espiritual, el YST se enfoca en desarrollar una base interna que aporte tranquilidad mental, autonomía, autocompasión y una sensación de seguridad. ¿Te ha pasado que un olor, una voz, una imagen o una sensación te ha llevado a un momento doloroso o ha despertado una herida?
“Lo que despierta nuestras heridas del pasado son lo que llamamos gatillos o desencadenantes. Estos desencadenantes dependen de cómo nuestra memoria implícita conecta esas sensaciones con experiencias pasadas. Muchas veces, ni siquiera podemos identificar explícitamente por qué algo nos causa miedo, rabia o rechazo, pero aun así, reaccionamos sin comprender la raíz”.
En este sentido, el Yoga Sensible al Trauma (YST) ayuda a “resetear” esa memoria implícita, permitiéndonos darle un nuevo significado a los estímulos. Por ejemplo, ¿realmente es un peligro el grito de una persona como lo fue cuando éramos pequeños y no podíamos salir de esa situación?
¿La intimidad con esta persona es la misma que en una relación tóxica pasada, o puedo verla de otra manera? “La atención plena que cultivamos en el YST nos permite tomar distancia para diferenciar y reconocer el estímulo por lo que representa en el presente y no solo basado en nuestras experiencias pasadas”, señala María Macaya.
Para conseguir este nivel de trabajo, hay un paso previo que es el de escuchar y atender a nuestro cuerpo. ¿Qué nos dice el dolor, la incomodidad? “Vivimos a un ritmo que nos lleva a ignorarlo: trabajamos demasiado, dormimos poco, intentamos que nuestro cuerpo cumpla con expectativas externas, evitamos el dolor por considerarlo una debilidad y priorizamos la lógica y los pensamientos sobre las emociones o la intuición. Esta desconexión nos lleva a ignorar las señales que nos envía el cuerpo. Lo vemos como algo externo en vez de como un compañero sabio que también experimenta y registra la vida”, subraya María Macaya.
Para empezar a reconectar, podemos observar nuestra respiración: reconocer su capacidad para mantenernos vivos y para regular nuestra energía, relajándonos o activándonos según lo necesitamos. Nuestros movimientos intuitivos también son grandes maestros para aprender a escuchar al cuerpo. Ella lo explica de la siguiente forma: “Por ejemplo, cuando nos asustamos, inhalamos profundamente, lo que activa nuestra concentración y alerta, ayudándonos a entender lo que está ocurriendo.
Nos llevamos las manos a la cara o al pecho, y ese contacto físico calma automáticamente el sistema nervioso. Incluso al retener la respiración por un momento, estamos creando espacio para que la amígdala —el centro de alarmas de nuestro cerebro— se organice y entienda la situación. Finalmente, si el susto ha pasado, exhalamos con un suspiro, lo cual ayuda al sistema nervioso a relajarse y recuperar el equilibrio”.
¿Qué papel juega la respiración en el tratamiento de un trauma? ¿Es eficaz? La respiración es una herramienta muy poderosa, de hecho, la mayoría de expertos en salud física y mental recomiendan utilizarla para rebajar los síntomas del estrés o la ansiedad en el día a día, sin embargo, hay que saber cómo utilizarla. En el contexto del trauma, por ejemplo, la respiración puede ser un desencadenante.
“He trabajado con mujeres que han sufrido agresiones sexuales y que encuentran el sonido de la respiración activador porque les recuerda la respiración de su agresor. También he trabajado con supervivientes de COVID-19 que, después de estar en la UCI y haber sido intubados, desarrollaron temor hacia su propia respiración”, explica la fundadora de Radika, María Macaya.
Y añade: “Además, cuando estamos bajo estrés, ya sea en un contexto de trauma o en la vida diaria, el diafragma —nuestro principal músculo respiratorio— tiende a bloquearse, impidiendo una respiración profunda y fluida. Si en este estado de tensión alguien recibe la indicación de “respira más profundo”, esto puede resultar contraproducente y generar aún más estrés, ya que se enfrenta con un diafragma rígido”.
Por lo tanto, aprender a reintegrar la respiración como un aliado nos brinda un recurso fundamental para mejorar nuestra concentración, equilibrio emocional y descanso. Con el tiempo, la respiración puede convertirse en una vía para reconocer el estado del resto de nuestro cuerpo, guiándonos hacia una mayor calma y conexión.
“Estos gestos reflejan cómo el cuerpo tiene sus propias maneras de regularse. Podemos aprender de su intuición y de sus reacciones reflejas si le damos el espacio y el reconocimiento que merece como nuestro vehículo de vida e identificar explícitamente por qué algo nos causa miedo, rabia o rechazo, pero aun así, reaccionamos sin comprender la raíz”. En definitiva, el YST nos enseña a hablarnos y tratarnos desde una perspectiva humana y compasiva, recordándonos que todos necesitamos ser felices y amados.