Jaume convive con las secuelas que le dejó un ictus hace siete años: "Tuve que aprender a andar de nuevo"

Cada seis minutos una persona sufre un ictus en España. A Jaume Nicola le sucedió a sus 53 años. Todo empezó con una sensación de mareo, que intentó aliviar echándose al suelo y elevando las piernas. No se imaginaba lo que reamente ocurría ni lo que le esperaba. "Ya no me levanté", recuerda.

La circulación en su cerebro se había interrumpido, privando al lado derecho de oxígeno y nutrientes esenciales. Aunque la rápida atención médica le salvó la vida, nada pudo evitar que, de un momento a otro, su vida diera un vuelco completo. El ictus no avisa, no toca la puerta, sino que la abre con tanta fuerza que arrasa con todo, dejando daños que pueden ser irreparables.

Jaume pasó tres meses ingresado en varios hospitales de Barcelona, los cinco primeros días en la UCI, un periodo del que no recuerda nada. "Fue muy fuerte. Te quedas hecho un trapo. Cuando estaba sentado en la cama necesitaba una persona a cada lado para poder mantenerme. Tampoco podía ducharme o andar", recuerda durante una entrevista con la web de Informativos Telecinco.

Él es uno de los 90.000 casos anuales de ictus en España, una cifra alarmante que pone en perspectiva el impacto de esta enfermedad, responsable de la muerte de más de 23.000 personas en 2023, según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN).

Secuelas tras el ictus: la espasticidad

El 40% de las personas que sobreviven al ictus sufren importantes secuelas y más del 30% están actualmente en una situación de dependencia, siendo el ictus la primera causa de discapacidad en España. Jaume es uno de ellos. Durante su proceso de recuperación apareció la espasticidad. La secuela que nadie espera y, a la vez una, una de las más comunes: se desarrolla de forma gradual y produce contracciones permanentes de ciertos músculos.

"Se manifiesta con rigidez, dolor, espasmos y resistencia al estiramiento muscular, lo que afecta significativamente la calidad de vida del paciente", explica Juan Vicente Lozano, jefe del Servicio de Rehabilitación del Hospital General Universitario Morales Meseguer de Murcia. "Dificulta actividades diarias como la higiene, el vestido y la alimentación". 

Para Jaume llegar a casa fue un trago. "Pasas días en la negación", admite. Sin embargo, pronto entendió que esta actitud no le ayudaría. "Comienzas a espabilarte. Es un proceso para el que se necesita mucha paciencia", recalca. "Paciencia en mayúsculas". Hay que "aceptar que no vas a volver a hacer muchas cosas de la misma manera". 

El día a día con espasticidad

La espasticidad afectó a su brazo y pierna del lado derecho. "Tuve que aprender a andar de nuevo. La arrastraba y durante unos años necesité una férula para poder mantenerme estable", explica. Además, se sometió a tres operaciones y rehabilitación para recuperar parte de la movilidad. "Ha sido fundamental. Sin esto estaría tirado en una cama", relata.

Ahora, han pasado siete años desde que sufrió el ictus, y aunque necesita una muleta para caminar, ha ganado independencia. "Puedo ir algo más rápido y hacer distancias largas, aunque situaciones como subir escaleras se me resisten".

Sin embargo, el avance que ha experimentado en la pierna no ha sucedido en el brazo que "está a un 30%". "Al principio, tenía que moverlo con el otro al girarme en la cama, porque se me quedaba atrás”, relata. Aunque ha mejorado, acciones como beber de una taza sigue siendo imposible. La espasticidad le ha obligado a adaptarse: usa una pinza extensible para alcanzar objetos en casa, una tabla con pinchos para cortar alimentos o una silla para poder ducharse.

Además, necesita medicación diaria, en concreto diez pastillas al día, y el frío es su peor enemigo. "Cuando las temperaturas se acercan o descienden por debajo de los 20ºC noto el brazo mucho más rígido y se pone en ángulo recto”, explica. “Cada cinco o seis meses me realizan infiltraciones musculares e intentamos adaptar su aplicación a los cambios de tiempo”. 

Reaprender y aceptar

Mantenerse motivado ha sido clave para Jaume. “Mi sueño era poder volver a viajar”, confiesa. Antes del ictus, tenía una agencia de viajes, y su pasión era descubrir el mundo. Con paciencia, ha logrado cumplirlo. “Este verano, estuve en Mongolia”.

Ahora, Jaume tiene 60 años y es un ejemplo de cómo el ictus puede llegar sin previo aviso y quedarse para siempre. Pero también demuestra que, aunque la vida cambie, adaptarse es posible. “Para quienes han pasado por esto, les diría que se puede seguir adelante. La vida no vuelve a ser igual, pero aún se pueden hacer muchas cosas. He aprendido a ir a otro ritmo y, que si no puedo subir a un castillo, lo disfruto desde abajo”, concluye.

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