A Marta Castillo y Cruz Álvaro la prevención les salvó la vida. Ambas, en 2019 y 2022 respectivamente, supieron que tenían cáncer de mama. Ninguna había experimentado síntomas físicos ni detectado un bulto al palparse.
Desde que cumplió los 40, Marta acudía anualmente a una clínica privada para hacerse revisiones. En 2017, le extirparon un pequeño tumor en el pecho derecho porque los resultados de una punción no fueron concluyentes. Tras analizarlo, el tumor resultó benigno, sin embargo, los médicos decidieron mantener revisiones cada seis meses. “Cada vez que iba encontraban algo, pero nunca estaba claro. Intentaba no pensar mucho, pero la incertidumbre era muy difícil de sobrellevar”, confiesa Marta en una entrevista para Informativos Telecinco.
Finalmente, tras dos años de seguimiento, llegó el diagnóstico definitivo. Aunque Marta le sirvieron para mentalizarse de que esto podía pasar, la noticia cayó como un jarro de agua fría. A dos días de cumplir los 45 y con tres hijos, ya no era algo que simplemente pasaba por su cabeza, sino que el temor se había hecho real.
“El diagnóstico fue demoledor, sentí que mi vida se ponía del revés", reconoce. Durante todo este tiempo no había experimentado ningún síntoma que le hiciera saltar las alarmas, sin embargo, el tumor estaba ahí. "Yo me sentía sana, pero tenía un cáncer por dentro".
Marta recuerda cada segundo del día en que recibió la noticia. Su ginecólogo le había pedido que acudiera a la consulta acompañada, pero ella prefirió no preocupar a su familia hasta tener certeza. “Cuando me lo dijeron, necesité caminar una hora para asimilarlo antes de poder llamar a los míos”, explica. Lo más duro fue comunicarlo a sus hijos, entonces de 16, 14 y 12 años: “Tenía que decirles que su madre estaba enferma”.
Aquel día, además del diagnóstico, Marta supo que le esperaban un batallón de pruebas. "Sabía lo que tenía, pero no su alcance. El tiempo hasta que le pusieron los apellidos fue muy complicado". ¿Habrá metástasis, necesitaré quimioterapia? Eran algunas de las preguntas que poco a poco se fueron resolviendo.
En el caso de Cruz Álvaro, la situación fue similar. Acudía a revisiones anuales en una clínica privada y, en septiembre de 2021, cuando le realizaron el control que no pudieron llevar a cabo el año anterior por la pandemia, todo parecía estar en orden. Pero, tan solo tres meses después, en la revisión rutinaria que sí le pertenecía a ese año, localizaron el tumor.
Era 28 de diciembre, en plena Navidad, y Cruz estaba esquiando en los Pirineos cuando vio el informe en el portal del paciente y leyó: “Carcinoma”. Ella tampoco había sentido ningún síntoma ni signos externos, no había nada que le hiciera sospechar de que el cáncer podría llegar a su vida.
Tras leer el documento, contactó con su ginecóloga, quién le pidió que volviera de urgencia a Madrid. "En consulta apareció la palabra cáncer y me contaron el plan de actuación. Fueron días complicados y busqué refugio en el mar", relata.
Cruz tuvo que pasar por siete cirugías en solo un año. "La segunda fue la más aterradora, porque dependiendo del resultado iba a necesitar un tratamiento u otro". Afortunadamente, los resultados fueron positivos y no requirió quimioterapia. Al mes, propuso a su oncólogo someterse a una mastectomía bilateral con una reconstrucción a posterior para minimizar las posibilidades de una recaída. "Escuché todo tipo de opiniones: eres una loca, una exagerada, pero para mí era la mejor opción. Además, con esto también evité la radioterapia", afirma Cruz.
Ambas mujeres enfrentaron el peso emocional de sus diagnósticos. Durante toda esta etapa inicial, Cruz sintió inquietud e incertidumbre, hasta que pasado medio año su mente se desmoronó. "Rompí anímicamente. Es como si mi cuerpo hubiera estado en guardia todo ese tiempo, y cuando parecía que el proceso había terminado, perdí toda la fuerza. No hacía planes de futuro porque sentía que iba a morir al día siguiente. La tristeza y el miedo te invaden”, confiesa.
Marta, por su parte, tuvo que someterse a ocho sesiones de quimioterapia y 20 de radioterapia durante diez meses. “La quimioterapia fue lo más duro. Al principio intentaba entrar con una sonrisa, pero acababa siendo imposible. Sin embargo, sabía que era el paso necesario para sobrevivir”, reflexiona. “Pasé noches muy duras. Vivimos de espaldas a la muerte, y el cáncer te la pone delante”.
Tanto Marta como Cruz coinciden en la importancia del deporte y el mar para su recuperación. Marta ha sido deportista desde siempre, y, aunque en los momentos más duros apenas podía, intentaba salir a pasear con su perrita. Para Cruz, competir en tenis había sido una constante en su vida, y cuando su oncólogo le dio luz verde para seguir haciendo ejercicio, fue un motivo de alegría.
Ahora, ambas han sido seleccionadas entre 500 candidatas para un reto deportivo que les cambiará la vida: la X Edición del Reto Pelayo Vida, una expedición en barco de vela a la Antártida. Este proyecto, impulsado por Pelayo Seguros y el programa Universo Mujer del Consejo Superior de Deportes, busca transmitir un mensaje de esperanza a todas las mujeres que actualmente tienen cáncer.
Marta y Cruz han entrenado intensamente durante meses para esta expedición, que durará 20 días a bordo de la goleta El Doblón. Para Marta, este reto también le unirá a su padre, quien le transmitió la pasión por navegar, y ya no está en este mundo. "Él hizo esta misma expedición y cuando me anunciaron que era una de las seleccionadas no podía parar de llorar", dice con emoción.
"Después de casi un año sin ver el futuro, este reto me ha ayudado a ver la evolución de mi enfermedad", reflexiona Cruz, que puede poner distancia, mirar atrás, y ser consciente de todo lo que se puede conseguir tras el cáncer. “Este reto transmite esperanza. Durante el tratamiento, todo está patas arriba, pero la vida se puede recuperar”, concluye Marta, enviando un mensaje de aliento a todas las personas que ahora están pasando por un cáncer.
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