Neumonía intersticial no específica. Estas cuatro palabras aparecieron hace tiempo en la vida de Manuel, un sevillano de 54 años que lleva dos semanas pegado a su móvil 24 horas al día, con una maleta con lo básico y el coche lleno de gasolina para salir corriendo en busca de los pulmones que le salvarán la vida.
Manuel Pérez Paniagua comenzó a sentir los primeros síntomas de que algo no iba bien en sus pulmones hace cinco años. Tras un rosario de visitas a médicos, “casi todas las semanas tenía que ir a uno”, el cáncer fue descartado, y los especialistas profundizaron más, hasta que su “enfermedad rara”, caracterizada por una inflamación “de las células mononucleares intersticiales y alveolares”, salió a la luz.
En esencia, a Manuel le falta el aire, pero los médicos van a trabajar para que le sobre vida. Como él, cientos de personas esperan en todo el mundo la llamada del hospital que les diga que han llegado los órganos que espera para su trasplante. Pero, ¿y si para que él pueda seguir viviendo tiene que morir alguien que merezca vivir más que él, alguien que no espera perder la vida y se va de un momento a otro dejando a una familia destrozada?
Con ayuda psicológica intenta afrontar como puede lo que se le ha venido encima: “Quiero vivir pero no quiero que nadie muera para que yo viva”, confiando en la labor coordinada del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla y el Reina Sofía de Córdoba. En el primero le detectaron la enfermedad y le ponen “en forma” para acudir a la mesa de operaciones, y el segundo será al que acuda para recibir nuevo aliento de vida de manos de las batas blancas.
Manuel habla con toda la tranquilidad que puede de lo que está sufriendo, pero quiere contarlo “para que sirva de terapia y para que las personas que están pasando por lo mismo sepan que no están solas”.
Explica que en la lista de espera “no hay puestos ni turnos” sino personas que esperan “que los médicos valoren el estado de los órganos que se donan y, una vez estudiados, realicen la esperada llamada telefónica”. No le han dado plazos: “Me han dicho que cuanto antes, si quiero llegar a viejo”.
“Si te llaman, tienes que dejar lo que estés haciendo y salir corriendo hacia Córdoba”, sea la hora que sea. Ya ha avisado a su familia de que todo el mundo siga haciendo lo que tenga que hacer sin alterar su vida.
Incluso le ha dicho a su esposa que, si le llaman en mitad de su jornada laboral, termine el trabajo y se vaya al hospital más tarde. Otra cosa es, evidentemente, que ella y sus dos hijos, de 11 y 13 años, le hagan caso.
Son las 14:30 horas. Manuel lleva una hora más o menos de entrevista y el móvil no ha sonado. Lo mira con disimulo, comprueba que hay cobertura en el restaurante del hotel donde se ha citado con EFE y sigue la charla.
“Genera mucha angustia pensar en que la muerte le tiene que llegar a alguien para que tú vivas”, vuelve a explicar, y espeta: “Si me dicen que se pueden comprar dos pulmones de plástico y nadie tiene que morir, los compro aunque me duren puestos dos o tres años”.
Las donaciones en España son anónimas. Solo una o dos personas conocen los nombres de donante y receptor, y los datos se destruyen a los 50 años.
Este sevillano no cree que ese anonimato sea “ni justo ni injusto”, pero sí dice que “puedes salir del hospital con la vida recuperada y no tienes ni idea de a quién se lo debes agradecer”. Afortunadamente, subraya, “hay familias con empatía que hacen esto posible, que aceptan que los órganos de la persona querida que se les acaba de morir vayan a alguien que evitará la muerte con su gesto”.
Para él hay varias claves que hacen que las donaciones sean un éxito, como “la implicación de los pacientes, que para los médicos es muy importante”, y cumplir sus instrucciones “para no coger ni un resfriado” porque al quirófano hay que llegar en plena forma para aguantar la operación.
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