La historia de Begoña Barragán es la de una larga superviviente de cáncer marcada por la incertidumbre. Sus síntomas eran tan corrientes que durante un año los confundió con los de una enfermedad común. Hablamos de fiebre ocasional, cansancio, pérdida de peso, inflamación en los ganglios y sudoración nocturna. Lo que desconocía es que estas señas de malestar le estaban avisando de que sufría un linfoma no Hodgkin: "No lo supe reconocer. Con tres hijos y una reciente mudanza, las molestias parecían justificables y no le di importancia".
No fue hasta que sus pies se hincharon cuando decidió acudir al médico. Una analítica hizo saltar las alarmas. "Los resultados eran tan preocupantes que me ingresaron". Rápidamente, una biopsia confirmaría lo que Begoña menos esperaba.
No se trataba de ninguna enfermedad sin más, sino todo lo contrario: un tipo de cáncer de sangre que afecta al sistema linfático, una de las parte del sistema inmunitario que ayuda a proteger el cuerpo de infecciones y enfermedades. El suyo fue un linfoma folicular, que se caracteriza por su crecimiento muy lento, ser de difícil curación y acompañarse de recaídas. "Cuando llegué al hospital la enfermedad estaba muy avanzada", cuenta a la web de Informativos Telecinco con motivo del Día Mundial del Linfoma.
Lo que le siguió fueron seis ciclos de quimioterapia y la extirpación de su bazo -porque la enfermedad persistía-. Además, fue necesario un autotrasplante de médula para administrar dosis más fuertes de quimio, que "son tan altas e intensivas que pueden acabar con tu vida". Es una terapia que se usa en los pacientes de linfoma que se encuentran en remisión, es decir, que aunque han desaparecido algunos o todos los síntomas, el cáncer puede estar todavía en el cuerpo.
Durante un periodo de un año y medio, la vida de Begoña se basó en ir del hospital a casa. "Tenía infecciones frecuentes y las defensas muy bajas. Mi vida social era cero. Pasé de ser la cuidadora a la cuidada", relata. Lo que tuvo un impacto emocional en Begoña, aunque en su momento no se quería dar cuenta: "Me negué a recibir atención psicológica. Quería hacerme la fuerte, pero fue un error".
El camino hacia la recuperación no fue fácil. "Hubo momentos en los que me encontraba tan mal, sentía que no podía conmigo misma y me preguntaba si todo esto merecía la pena. Y ahora te aseguro que sí, que valió. Tengo muy buena calidad de vida".
En apenas unos días, se cumplirán 23 años desde el diagnóstico de Begoña y puede celebrar que no ha tenido ninguna recaída. "Durante mucho tiempo tuve miedo de volver a pasar por lo mismo y no poder ver a mis hijos mayores, pero ahora a mis 63 años puedo decir que lo he conseguido y estoy tranquila", expresa. "Me alivia, en caso de que volviera a ocurrir, todos los avances médicos que han surgido en el campo de la hematología".
"Se pasa mal, pero se pasa", en la frase que Begoña lleva por bandera desde que una superviviente al cáncer se la dijo en el hospital. Ahora, inspira con ella a quienes hoy inician el mismo camino, a través de su puesto como presidenta en la Asociación Española de Afectados por Linfoma, Mieloma y Leucemia (AEAL). "Invito a cualquier persona a contactar con nosotros. De todo se puede salir, confiar en la ciencia es lo mejor que podemos hacer", concluye.
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