El término ‘ecoansiedad’ cada vez resuena con más fuerza y es una referencia directa a la angustia que provoca en las personas el deterioro del planeta, el calentamiento global y el cambio climático; una palabra surgida para “reunir las respuestas emocionales frente a la crisis ambiental” y poner en conciencia la necesidad de luchar por revertir y paliar sus efectos a todos los niveles.
Recientemente, una encuesta publicada en The Lancet recogía el término para concluir que un 45% de la población afirma sufrir la citada ‘ecoansiedad’ o ansiedad climática, con un significativo 83% de los encuestados considerando que la gente no ha sabido cuidar del planeta.
En ese contexto, los expertos inciden en la necesidad de no quedarse paralizados y tomar acciones; dar pasos no solo hacia la protección del planeta, sino también hacia nosotros mismos, sumando fuerzas para conseguir un verdadero impacto.
Así lo refleja en una entrevista con ‘Europa Press Infosalus’ Teresa Franquesa Codinach, doctora en Ciencias Biológicas y máster en Psicología Social, cuya trayectoria profesional se desarrolla en torno a la interrelación entre las personas y el medio ambiente.
La autora de ‘Cambio climático y ecoansiedad. De la preocupación a la acción' define la ‘ecoansiedad’ como una "palabra práctica", que resume "emociones difíciles que muchas personas sienten", frente a la situación que atraviesa nuestro planeta.
"Pasa como con esas palabras que vienen del inglés y juntan 'eco', de ecología, y 'ansiedad', como término muy general de algo que nos molesta. Pero no hablamos de un trastorno de ansiedad, ni de una enfermedad, ni de una patología, sino que es una palabra cajón de sastre para reunir las respuestas emocionales frente a la crisis ambiental, especialmente frente al cambio climático", explica.
Esas respuestas, precisa, son sensatas porque surgen de la inquietud frente a cosas que nos perturban, como el estado del planeta, algo que, dice, debe entenderse "como un aviso para pasar a la acción y no quedarnos asustados".
Según detalla, son muchas las emociones que se relacionan con la ecoansiedad. Entre ellas, una frecuente y primitiva es el miedo: temor a lo que pueda suceder en el futuro, por nuestros seres queridos…
Junto a ello está también el duelo y la tristeza, como la que provoca ver un entorno completamente modificado o un paisaje destruido por la sequía u otros efectos que impulsamos por la explotación del medio.
Más allá, también está la rabia. Rabia “porque no se hace todo lo que se debería y esto nos enfada, y hace tomemos medidas importantes hacia la acción”, pero también la culpa, emoción que surge a veces al pensar que no estamos haciendo todo lo necesario.
"Todas estas emociones, aunque sean molestas, nos dan información que nos conviene incorporar de manera útil a nuestro razonamiento, y no podemos dejar que nos lleven como un tronco a la deriva, sino que justamente es clave entenderlas para usarlas de manera inteligente", dice Codinach en su entrevista con Europa Press Infosalus.
Ante todo ese cúmulo de emociones, la doctora llama a experimentar un proceso que nos lleve a la acción. Para eso, en primer lugar señala la importancia de permitirnos experimentar todas esas emociones, para a continuación no caer en la sensación de que no se puede hacer nada, lo que sería, en sus palabras, “un gran error”.
No obstante, para convertir esas preocupaciones en acción, llama a seguir primero las recomendaciones para cuidar nuestro planeta a nivel individual, para después juntarse con otros para lograr su consecución y conseguir impactar realmente.
Para ello, no duda en destacar la importancia de ese conjunto para influir sobre gobiernos o grandes corporaciones y que hagan su parte, o bien poner en marcha proyectos comunitarios que mejoren nuestra vida y entorno.
Entre estas acciones caben múltiples aplicaciones llamadas a evitar dañar al entorno, alimentarnos mejor, aprovechar los alimentos, reaprovechar todo al máximo, organizar grupos de limpieza o mejorar la gestión general para reducir las emisiones que producimos. En definitiva, crear contextos alternativos porque, a la vez que mejoran el entorno, facilitan que a nivel individual se desarrollen buenas prácticas.
Así, justamente en ese camino, otra de las medidas por las que aboga es la de enseñar a los más pequeños a amar su entorno desde muy pronto; a disfrutar de que en familia podamos salir y desarrollar ese amor por el entorno, lo que afirma que hará que probablemente esto repercuta en una responsabilidad a la hora de cuidarlo. Ello, incide, puede ser más efectivo que hablar simplemente de estos problemas, dado que pueden ser demasiado pequeños para comprenderlos.
"Sí es una medida de prevención el poder hablarlo cuando ellos presenten dudas o preocupaciones, acompañarles y hacerles entender que somos muchos los que trabajan para que las cosas no vayan a peor, y dar un sentido de esperanza y tranquilizarles porque ellos no podrán abordar ninguna solución desde la angustia. Vale la pena asegurarles que somos muchos los que hacemos todo lo que podemos", señala.
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