"No recordaba la sensación de poder respirar por mí misma", reconoce Yolanda Rodríguez seis años después del trasplante de sus dos pulmones. Con un mes de vida le diagnosticaron fibrosis quística, una enfermedad degenerativa que causa graves problemas de riñón y pulmones. Estuvo a punto de apagarse. Pero gracias a una donación de órganos, ahora, a sus 45 años, puede celebrar la vida por partida doble.
Su realidad siempre fue todo lo normal que le permitía su enfermedad. De hecho, no fue hasta que superó la barrera de la treintena cuando la cosa se complicó. De un día para otro empezó a tener infecciones. Los ingresos eran una constante. Y una neumonía fue el punto de inflexión. "Salí del hospital necesitando una botella de oxígeno las 24 horas del día”, relata. No podría trabajar nunca más. "Cuando me lo dijeron lloraba y lloraba", recuerda.
La opción sencilla era rendirse y escuchar a su cuerpo. No podía más. Pero tampoco quería quedarse en casa encerrada de por vida, así que su primer paso para avanzar fue comprarse una scooter eléctrica. Con ella, Yolanda era imparable, tanto en lo literal como en lo figurado. Sin embargo, por mucho ímpetu que le pusiese, su capacidad pulmonar cada vez era menor.
"Cuando comencé con mi mujer hace 17 años, era una flor. Fue superdoloroso ver cómo con los años se iba marchitando, cómo se consumía", recuerda su marido. "Ver que casi no podía andar ni hablar fue demoledor". Hasta que un día, cuando parecía que todo iba en picado, su médico le anunció que "entraba en la lista de espera de trasplantes".
Desde esa tarde, Yolanda no podía moverse a más de dos horas del centro donde le trasplantarían. Su vida era esperar una llamada que tardó un año y dos meses en llegar. "Estaba obsesionada con el móvil, no paraba de mirarlo", narra. Se había ido a echar la siesta cuando la voz del coordinador de trasplantes del Hospital 12 de Octubre sonó al otro lado. "Tenemos a un posible donante, vente ya". No se lo podía creer. Hasta llegó a preguntarle "si era una broma".
Su madre rezó por primera vez en su vida. Su padre estaba tan nervioso que no era capaz de atarse los cordones de los zapatos. Se dirigían a sustituir sus pulmones, los cuales tenían una capacidad pulmonar del 11%. Pero iban a llegar a tiempo antes de que se apagaran. "Me hicieron pruebas porque no siempre es seguro que seas compatible. Conozco compañeros que han llegado a ir tres y cuatro veces y después le han dicho que no es posible". Ella sí tuvo suerte.
Era 21 de mayo, y cuando creía que no podía más, la primavera florecía con ella. El reloj marcaba las 22:30 horas de la noche cuando escuchó un "son para ti". "Me llevaron al quirófano en minutos, no me dio tiempo ni a despedirme", tiene grabado. Debido a su enfermedad, el trasplante debía ser de los dos pulmones a la vez, por lo que los riesgos eran grandes. “Cuando me preguntaban si tenía miedo por la operación, contestaba que no tenía otra opción. Las ganas de vivir eran más grandes que el miedo”.
A las 7:30 horas de la mañana se despertó llena de cables. Nueve horas después tenía dos pulmones nuevos que respiraban sin parar. Lo primero que pensó fue: "Estoy viva, lo he superado". Lo segundo: "Se me había olvidado la sensación de respirar". Al recordarlo, la voz se le quiebra. No puede evitarlo.
Pasó veinte días en el hospital. Cuatro de ellos en la UCI. En cuanto la llevaron a planta anduvo por primera vez por los pasillos. Su cuerpo había perdido toda la musculatura y le costaba cada paso. “No puedo expresas el dolor que sentía, tenía una cicatriz de axila a axila”. Pero nada comparado con lo que había sufrido anteriormente. “Gracias a los profesionales y a la rehabilitación tuve una recuperación muy rápida. Cada día me veía mejor y más fuerte”.
Cuando le dieron el alta y llegó a casa, se tuvo que despedir, después de casi dos años, de la máquina que le había permitido respirar. Lloró mientras la recogían de su casa. "Había sucedido un milagro", cuenta. Ya no necesitaba aquello a lo que había sido totalmente dependiente.
Su cicatriz es el recuerdo marcado en su piel de lo que ocurrió. “Me emoción al ver que esto ya pasó, que ya estoy bien”, dice seis años después de su intervención. Ahora tiene una vida “normal”, define. “Salgo a la calle, bailo y valoro la vida mucho más que antes. Ahora sé lo que es no tener vida”.
Actualmente respira al 100%, y solo tiene que tomar de por vida inmunosupresores para que su cuerpo no cree rechazo hacía el órgano, “que puede ocurrir en cualquier momento” y va a revisión médica cada 4 meses.
A los nueve meses de la operación, ya estaba corriendo una carrera de 5 kilómetros, a pesar de no haberlo hecho en su vida. Pero Yolanda ya no iba a permitir que la vida se le fuera. Siempre la había agarrado con fuerza, pero ahora más.
Pasó la meta agarrada de la mano de su marido, pilar fundamental durante cada una de las etapas. “Si no me dejó cuando yo casi no estaba, ya no lo va a hacer”, dice entre risas. Jaime, la persona que le ha enseñado lo que es el amor y la fidelidad, también ganó vida desde hace 6 años: “Es muy duro ver cómo quien quieres se está yendo hagas lo que hagas. Tenía que mantener una fortaleza delante de ella aunque por dentro estaba roto. Es un machaque psicológico”, expresa. “Después del trasplante todo cambió”.
Jaime, la acompañó durante lo peor, y ahora también durante lo mejor. Juntos disfrutan del segundo cumpleaños de Yolanda, y celebran con toda su gente que volvió a nacer. Aunque nunca se olvida de la familia que accedió a donar los órganos de su familiar en el seguramente momento más duro de su vida. “El mismo día que celebro mi vuelta al mundo, sé que hay otros que recuerdan al familiar que ya no tienen”, cuenta entre lagrimas. Cuando su voz se recompone añade: “ojalá conocerlos para agradecerle su generosidad y decirle que al menos su muerte ha servido para darle vida a otra persona”.
“Confía en tí y tu fuerza. Estamos rodeados de profesionales que no nos van a dejar caer”, aconseja la ahora presidenta de la Asociación Madrileña Trasplantados de Pulmón a otras personas que estén esperando la llamada de la nueva vida. Pero, sobre todo: “gracias a los donantes”.
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