Las personas que padecen dolor de forma permanente necesitan adoptar medidas para lograr el mayor nivel de autonomía y de calidad de vida. La nutrición tiene una importancia capital en nuestra salud. A través de ella, nuestro organismo absorbe, transforma y utiliza los nutrientes de los alimentos para obtener la energía necesaria para vivir.
Muchos problemas de salud están relacionados con una alimentación inadecuada. En el caso del dolor crónico, un 26% de la población española padece esta dolencia, según el Barómetro del dolor crónico en España 2022. Aunque el dolor se debe a diferentes patologías, la dieta puede hacer mucho para mitigarlo, sabiendo, al mismo tiempo, qué no es recomendable.
La dieta es importante, pero lo microbiota, el conjunto de microorganismos intestinales, lo es aún más. Sin una microbiota variada y sana no podremos absorber bien los nutrientes. Por tanto, dejarán de tener su efecto beneficioso. La microbiota, además, se relaciona con el cerebro a través del nervio vago. Por tanto, cualquier alteración intestinal impacta en la actividad cerebral y emocional.
La microbiota es única en cada individuo. Nuestro código genético la configura, pero es el estilo de vida el que la mantiene en mejor o peor estado. Para cuidar la microbiota intestinal es necesario consumir alimentos ricos en probióticos, como el yogur natural, el chucrut y alimentos fermentados como el chucrut, la soja, la kombucha, el pan de masa madre o los encurtidos. Los probióticos actúan contra la inflamación y contribuyen a reducir el dolor en el síndrome del intestino irritable.
Hay otros ingredientes que ayudan a bajar los procesos inflamatorios que se esconden tras el dolor. Los polifenoles tienen propiedades antioxidantes, efectos vasodilatadores y ayudan al control del colesterol y los triglicéridos. Una nutrición rica en estos compuestos puede mejorar la salud y disminuir el dolor crónico y la incidencia de otras enfermedades. ¿Dónde se encuentran? En la piel de las frutas, verduras, legumbres cereales y en bebidas como el té y el aceite de oliva virgen.
Por su parte, los ácidos omega 3 ayudan a reducir la inflamación y mejoran el sistema inmunológico. Podemos econtrarlos en salmón, sardinas y resto de pescado azul, así como en las nueces y en los aguacates.
Las vitaminas son otros potentes aliados contra el dolor crónico. La vitamina D, liposoluble tiene un papel importante en el sistema nervioso, muscular e inmunitario, y es fundamental en la mineralización de los huesos en todas las edades. Además, es antioxidante y su déficit se asocia con la fatiga muscular. El hígado de ganado vacuno, la yema de huevo y el queso contienen cantidades pequeñas de vitamina D, aunque se metaboliza mayoritariamente no a través de los alimentos, sino de la luz del sol.
La vitamina B12 interviene en procesos neurológicos relacionados con el dolor. Podemos hallarla en alimentos como carne, hígado vacuno, carne de ave, huevos, pescado y almejas y leche y productos lácteos. Por último, en el campo de los minerales, el magnesio es el micronutriente más importante para el dolor crónico. Su carencia está relacionada con las neuropatías, espasmos musculares y la inflamación.