La vida del español medio está llena de debates que casi nunca llevan al consenso y al abrazo fraterno entre contendientes; eternas y elásticas discusiones que encienden los ánimos. No nos ponemos de acuerdo ni en las mínimas cuestiones de gozo y bienestar. Un clásico con el que se puede llegar a las manos: Tortilla de patata, ¿con cebolla o sin cebolla?
Al calor, al verano, le gusta que ciertas filias vuelvan al redil y los españoles y españolas disfrutones se peleen cada año por las mismas cuestiones ontológicas. Para unos no hay duda: la playa, cuando el calor ahoga, es mucho mejor que cualquier otra opción de ocio. Otros prefieren los entornos cerrados de una piscina, el picor del cloro y la calma chicha de un espacio donde a menudo no hay una tan masificación exagerada como el de ciertas zonas costeras de nuestro país.
Pero ¿qué dice la salud sobre cuál de las dos opciones es mejor para nuestra salud?
Ir a la playa no es tan sencillo ni tan ecológico como parece. Muchas veces hay que coger el coche, buscar aparcamiento, dar con un sitio y un largo etcétera de pequeñas acciones que producen un cansancio mayor que, simplemente, buscar un sitio en la piscina y estirar la toalla en el césped. ¿El esfuerzo logístico suele ser mayor? Sí, sobre todo si tenemos que desplazarnos hasta allí.
A cambio, gozamos de un entorno natural y unas vistas más agradables que las de la piscina tradicional, algo que también tenemos que valorar. No olvidemos que, caminar por la arena, más allá de alguna pequeña rozadura, mejora la circulación venosa y es un consejo que muchos médicos ofrecen cuando llega la época estival. No contamos con ese beneficio en la piscina, donde la pisada en el césped es un poco más uniforme. Aun así, la arena de la playa podría ocultar ciertos peligros.
De hecho, son varios los factores que tenemos que valorar a la hora de decantarnos por esa opción: la localización de la playa (la masificación y la contaminación acústica también impactan en nuestra salud), la temperatura del mar (cuando es baja, como en las del norte de España, tonifica los músculos), la arena o la calidad ambiental del espacio elegido, con la salubridad del agua como primer dato interesante a valorar. Por suerte, España cuenta con muchísimas playas con una valoración excelente, tanto en limpieza como en servicios.
Otro punto a tener en cuenta son las condiciones climatológicas, el estado de la marea o los molestos ‘habitantes’ que a veces se presentan en el agua. Una plaga de medusas, por ejemplo, haría que nos expusiéramos más tiempo al sol y a la deshidratación del calor, al no poder bañarnos.
En este caso, tenemos un inconveniente similar al de la playa: la exposición al sol, tan peligrosa cuando nos echamos en la toalla y nos pasamos con el ‘tostado’. En ambos espacios, playa o piscina, podemos sufrir astenia, un cansancio muscular y desgana tan típico del cierre del día que suele presentarse cuando pasamos demasiado tiempo expuestos al sol.
Para muchos, la piscina gana la batalla en este punto, al ser un lugar que suele contar con más árboles y espacios de sombra que cualquier playa que se nos venga a la cabeza (salvo si es una natural, con su correspondiente zona de bosque).
Conviene matizar: no todas las piscinas están preparadas para dar cobijo en la sombra a los cientos de visitantes que se dejan caer por ahí, pero el hecho cierto es que tendremos más posibilidades de encontrar refugio que en una playa donde el espacio para clavar la sombrilla es más limitado. Como inconveniente, las piscinas están situadas en entornos urbanos y, lógicamente, el nivel de contaminación del aire puede ser mayor que el de una playa al aire libre. Es importante tenerlo en cuenta. Ir a la piscina no nos salva de esa molesta sensación de llegar a casa con la piel terrosa, tan característica de las ciudades altamente contaminadas.
La temperatura del agua es otro punto fundamental a valorar. Es más o menos constante en la piscina. No tenemos los extremos de agua muy fría, tan placentera para sus devotos, o la repugnante sensación del agua ‘caldosa’ que muchos mares empiezan a tener como consecuencia del cambio climático.
Sin embargo, el agua de mar o la propia arena son mucho más saludables para nuestra piel y nuestro pelo que el cloro de la piscina, como ya se ha demostrado.