El verano es una de las épocas más disfrutables del año, pero también una de las que más nos agota a nivel físico. Con el aumento de las temperaturas vamos notando progresivamente un aumento de la fatiga. Necesitamos gastar más energía para las mismas tareas que antes realizábamos con total normalidad.
El calor no es solo sinónimo de cansancio, sino también de una cierta sensación de apatía que también impacta en nuestro humor. Dormimos mucho peor, lo que afecta a nuestro rendimiento cuando a lo largo de toda la jornada. ¿El efecto más directo? Podemos sentirnos más irritados de lo normal, además de la falta de concentración y la dificultad para coger el sueño, ya un clásico de estas fechas. Es importante tomar medidas para combatir esas noches sin sueño.
Este ‘estrés térmico’ impacta directamente en nuestro humor y nuestra capacidad para atravesar el día, y cuando llega la noche y nos cuesta más descansar, el ciclo se renueva acumulativamente: al cansancio que ya traíamos se suma a la carga de la nueva fatiga. Pero ¿por qué el calor produce cansancio?
Nuestro cuerpo es una máquina engrasada. Está diseñado para regular su calor interno en función de distintas variables. Cuando nos enfrentamos a las altas temperaturas típicas del verano, nuestro sistema se esfuerza para mantener la homeostasis, un proceso en el que interviene el hipotálamo y que es en parte responsable de termorregularnos.
El hipotálamo cumple además otra función imprescindible: envía señales a nuestros vasos sanguíneos para que se dilaten y la sangre fluya más cerca de la superficie de la piel. Con el sudor liberamos ese exceso de temperatura que ha tomado el cuerpo, pero también perdemos en proporción agua y electrolitos como cloruro, sodio y el magnesio. Este último interviene directamente en el metabolismo energético. De ahí que aparezcan los primeros signos de fatiga: la circulación de oxígeno y nutrientes disminuye en paralelo a la deshidratación. Nuestro organismo se ha autorregulado para soportar las altas temperaturas y mantenerse activo, y en ese proceso, ha perdido parte de su energía, la que no puede compensar de ninguna forma.
Otro de los efectos en el cansancio que notamos cuando hace mucho calor tiene que ver con nuestro sistema cardiovascular y respiratorio. Primero, por la bajada de la tensión arterial, tan típica de estas fechas estivales. Es la clásica sensación de funcionar a medio gas y no tener apenas energía. Lógicamente, esto tiene su espejo en nuestro organismo y en los procesos que sigue para adaptarse a las altas temperaturas típicas de estas fechas.
Este efecto se debe a la dilatación que sufren los vasos sanguíneos cuando liberan el exceso de calor y al trabajo más intenso del corazón para bombear la sangre y mantener la presión arterial en unos niveles aceptables. Además, cuando respiramos aire caliente le pedimos ‘más’ a nuestros pulmones. Se hace más difícil respirar. De nuevo, el organismo se autorregula para compensar el impacto global de las altas temperaturas. En ese proceso, estamos mucho más cansados y estresados.