La llegada del calor provoca la trashumancia masiva hacia las piscinas y los centros de ocio acuáticos. Ignorando, quizás, que las actividades recreativas en piscinas, spas, jacuzzis, lagos, ríos u océanos nos exponen a contraer diversas enfermedades infecciosas, que generalmente surgen al sistema digestivo, a la piel o al sistema respiratorio.
Solo en España hay más de 1,2 millones de piscinas privadas de uso unifamiliar o disfrutadas por una comunidad de propietarios cuyas aguas hay que vigilar para evitar que proliferen microorganismos patógenos. Una cifra a la que hay que añadir más de 70 000 piscinas de uso público.
Los organismos patógenos que podemos encontrar en aguas recreativas son diversos: pseudomonas, protozoos, estafilococos, estreptococos fecales, coliformes fecales como la famosa Escherichia coli, coliformes totales, norovirus o incluso legionela, que suelen aparecer en piscinas climatizadas o spas.
No hay datos globales de España, pero en los Estados Unidos, entre los años 2015 y 2019, más de 3 600 personas enfermaron por bañarse en agua mal desinfectada en piscinas, jacuzzis y parques acuáticos. Hubo 286 hospitalizaciones y trece personas fallecidas.
Los niños, las mujeres embarazadas y las personas inmunocomprometidas tienen un mayor riesgo de contraer una infección mientras nadan.
En concreto, la presencia de Escherichia coli es un indicador específico de contaminación fecal acuática y su detección acarrea el cierre inmediato de la piscina para desinfectar el agua.
Bastan alrededor de unos 0,14 gramos de materia fecal, una cantidad similar a unos pocos granos de arena, para contaminar una piscina. Por eso las personas enfermas con diarrea no deben bañarse.
Un estudio realizado en piscinas públicas estadounidenses durante la temporada de natación del verano garantiza que los nadadores introducidos heces en el agua de la piscina con frecuencia. En concreto, el análisis encontró que el 58 % de las muestras de filtros de piscina analizadas dieron positivo para Escherichia coli .
El mismo estudio detectó Pseudomonas aeruginosa en el 59 % de las muestras. Según los criterios técnicos-sanitarios, la presencia límite para esta bacteria en aguas de piscinas es de cero unidades formadoras de colonia por cada 100 mililitros de agua.
Pseudomonas aeruginosa supone un problema de salud pública grave, porque puede causar dos infecciones que son conocidas como foliculitis de la bañera y oído de nadador.
Los síntomas de la primera incluyen erupciones cutáneas y ronchas rojizas en la piel que causan mucho picor, además ampollas llenas de pus alrededor de los folículos pilosos. Quienes sufren oído de nadador experimentan picor, pus y dolor en el oído.
La bacteria Pseudomonas aeruginosa también puede causar infecciones en la córnea o en las vías urinarias y respiratorias. Incluso, ocasionalmente, dolores de cabeza y músculos, ardor en los ojos y fiebre.
Giardia duodenalis y Cryptosporidium son protozoos intestinales ubicuos que parasitan a los animales domésticos y salvajes, pero también a los seres humanos. Son los principales responsables de la mayoría de las enfermedades gastrointestinales transmitidas por agua contaminada y alimentos a nivel mundial. Ambas provocan ataques de diarrea acuosa, acompañada de cólicos en el caso de Giardia.
Las aguas potables y recreativas contaminadas representan la mayor parte de la exposición a Cryptosporidium spp. en países de altos ingresos. Los casos en Europa y Estados Unidos son frecuentes cada año. En los Estados Unidos, en el periodo 2015-2019, Cryptosporidium desarrolló 76 brotes por bañarse en agua mal desinfectada en piscinas, jacuzzis y parques acuáticos, lo que resultó en 2 492 casos. Los brotes más importantes ocurrieron en 1993 en Milwaukee (EE. UU.), con 400 000 casos, y en el año 2010 en Suecia, con 27 000 casos.
El cloro es el desinfectante más habitual utilizado en el agua de piscinas. Mata las bacterias atacando los lípidos de las paredes celulares y destruyendo las enzimas y estructuras dentro de la célula.
El cloro que queda en el agua tras acabar con toda la comunidad microbiana se llama cloro libre residual. Sus valores deben de estar entre 0,5 y 2 miligramos por litro, porque la ausencia de cloro o la superación de ese límite conlleva el cierre de la piscina.
El causante de la irritación de los ojos y de los malos olores en el agua es el cloro combinado residual, que resulta de la combinación del cloro libre con otras sustancias no patógenas presentes en el agua.
También se mide asiduamente el nivel de pH, que debe mantenerse en unos valores aproximados de entre 7,2 y 7,8.
Si el pH es ácido (valores por debajo de 7) los bañistas pueden sufrir daños en las mucosas, ojos, piel, etc. y los elementos y materiales que componen la piscina se deterioran con mayor rapidez.
Por el contrario, si el pH es excesivamente básico (valores por encima de 8), el desinfectante no actuará con eficacia, y los usuarios pueden sufrir problemas dérmicos y las algas y microorganismos proliferan con rapidez en el agua, que puede adquirir tonalidades verdosas.
La reciente detección de Cryptosporidium hominis y otras especies de criptosporidios en los zorros salvajes gallegos puede indicar la probable superposición de los ciclos selváticos y domésticos de este parásito en entornos rurales. Y si hay transmisión activa entre animales de granja y animales salvajes, se abre la posibilidad de transmisión a los seres humanos.
Ese es uno de los motivos por los que no es recomendable bañarse en zonas naturales, como ríos, lagos u arroyos no controlados. Del mismo modo, es peligroso que las mascotas naden en agua donde existe una destrucción de microalgas, diatomeas, cianobacterias o dinoflagelados, porque pueden intoxicarse. La presencia masiva de estos organismos puede teñir el agua de color verde o azul verdoso, e con tonos naranja/rojo o incluso amarillo/marrón. Solo las sustancias potencialmente producidas por los dinoflagelados marinos causan más de 60 000 incidentes de envenenamiento por año, con una tasa de mortalidad del 1,5 % en todo el mundo.
Volviendo a las piscinas, para esquivar todo lo posible a las infecciones debemos asegurarnos de que el agua donde nos bañamos se limpia y mantiene periódicamente, evitar tragar agua mientras nadamos y no bañarnos cuando estamos enfermos. Procurar no orinar en el agua, ni cambiar pañales junto a la piscina. Tomar una ducha rapida antes de entrar en el agua es otra medida preventiva importante, al igual que evitar que las mascotas entren en el agua. Al salir del agua, es prudente secarse los oídos para prevenir infecciones. Y si en algún momento presenciamos o detectamos un incidente fecal, conviene avisar inmediatamente al personal de la piscina.
Escrito por: Raúl Rivas González, miembro de la Sociedad Española de Microbiología. Catedrático de Microbiología, Universidad de Salamanca.