“Si no me hubiera preocupado tanto en mi vida por todo, las cosas no me habrían salido bien; las preocupaciones me ayudan a solucionar problemas y a evitar el peligro porque me preparan para lo peor; estoy convencida de que gracias a que me preocupo demasiado no ocurren más desgracias; es una suerte para esta familia que yo me preocupe tanto”.
El párrafo anterior es un buen ejemplo de las creencias (distorsionadas) sobre el hecho de preocuparse con las que suelen llegar a consulta las personas con trastorno de ansiedad generalizada (TAG). Estas personas suelen sobrestimar la utilidad de sus preocupaciones y es precisamente esta creencia la que alimenta y va amplificando cada vez más esa bola de nieve de la ansiedad que según va rodando se va haciendo cada vez más y más gruesa.
Muchas veces las preocupaciones sí cumplen una función, sí nos ayudan. ¿Cuándo decimos que las preocupaciones se vuelven patológicas? cuando deja de cumplir esa función, cuando dejan de ser el preámbulo de una acción o la señal que nos indica que hay un asunto que debemos resolver y en vez de eso nos deja estancados, rumiando esos pensamientos y sin posibilidad de pasar a la acción.
La creencia sobre la utilidad de las preocupaciones aunque estas no nos llevan a la acción, es, según muchos expertos, una de las causas por las que la ansiedad se puede convertir en patológica…Porque ansiedad tenemos todos, no es una enfermedad, como insiste el psicólogo Rubén Casado en su libro El mapa de la ansiedad; es una reacción normal y natural ante situaciones estresantes…entonces ¿por qué hay personas que están de baja laboral por ansiedad si no es una enfermedad ni una psicopatología? Esta una pregunta que surge muy a menudo porque en el lenguaje cotidiano se suele confundir -o más bien se suelen tratar como sinónimo- los términos ansiedad y trastorno de ansiedad.
Como bien indica el concepto ‘trastorno de ansiedad’, este grupo de psicopatologías se refieren a ese punto en el que la ansiedad es tan enorme que deja de ser normal y se convierte en patológica porque afecta a la persona que la padece de tal manera que su vida se ve trastocada en prácticamente todas sus dimensiones (personal, social, laboral…).
La presencia de preocupaciones excesivas que aparecen de manera intrusiva e incontrolable es algo típico de las personas con trastorno de ansiedad generalizada. “En mi vida he tenido un montón de problemas, la mayoría de los cuales nunca sucedieron”, dijo Mark Twain, reflejando a la perfección la idea de vivir en este constante bucle de preocupaciones por cosas que nunca llegan a suceder y que nos hacen muy amargo el tránsito por esta vida. Sin embargo, la persona con trastorno de ansiedad generalizada no es consciente de esa amargura…más bien al revés; como acabamos de ver: cree que el hecho de preocuparse demasiado es su pasaporte para alcanzar el bienestar.
Pero la realidad es que ese bienestar nunca llega porque las soluciones intentadas (preocuparse) para resolver el problema (la vida está lleva de incertidumbre) se convierten en el verdadero problema clínico como consecuencia de la llamada causalidad circular. Como dice el lema de la Mental Research Institute (MRI) de Palo Alto, una de las grandes escuelas dentro de la psicología sistémica, “El problema es la solución” es decir: el problema que el terapeuta debe ayudar a resolver a su cliente es precisamente la solución (falsa) que el cliente lleva años infructuosamente aplicando. En el caso de un trastorno de ansiedad generalizada serían esas preocupaciones que el cliente creía útiles para manejar la incertidumbre.
No solo la persona que se preocupa demasiado no consigue ese ansiado bienestar…es que, con el tiempo, agrava su malestar. Cuando una persona se preocupa demasiado, a su alrededor genera cierto rechazo, la sociedad le devuelve comentarios como “pues no preocupes por eso, ¡qué tontería!, mejor piensa en lo positivo” etc, etc…estas frases, lejos de ayudar a la persona con exceso de preocupaciones, suelen provocar más frustración. Y ahora se encuentra con un problema añadido “¡vaya por Dios! Resulta que ahora también debería preocuparme por el hecho de estar preocupado”
Por esa razón, como señaló Adrian Wells, profesor de psicopatología de la Universidad de Manchester a mediados de los años 90, con el paso del tiempo las personas desarrollan creencias negativas sobre sus propias preocupaciones. Ahora la bola de nieve de la ansiedad se hace más gruesa todavía porque estas personas tienden a creer que preocuparse es algo incontrolable y peligroso.
Estas creencias negativas sobre el hecho de preocuparse estimularían lo que Wells denominó preocupaciones tipo 2 o preocupaciones sobre el hecho de preocuparse o metapreocupaciones, que pueden manifestarse en pensamientos como “me voy a volver loco si sigo preocupándome, no debería preocuparme tanto, preocuparme tanto me va a hace enfermar, no puedo hacer nada por controlar las preocupaciones” etc..
Estefanía, una mujer de 47 años, madre de tres adolescentes, acudió al psicólogo por petición de su marido. Se presentó enarbolando la bandera de ‘la preocupación es buena’: “Me dice mi marido que últimamente es muy incómoda la convivencia conmigo porque todo el tiempo estoy poniéndome en lo peor, que estoy dándole vueltas a todo, que me preocupo demasiado por los chicos cuando salen con los amigos, con sus estudios, con su futuro…pero mira, yo te digo una cosa: siempre he sido ‘preocuposa’ y hasta ahora no me ha causado ningún problema, más bien todo lo contrario”.
El psicólogo exploró con Estefanía ese discurso de “hasta ahora el ser ‘preocuposa’ no me ha causado ningún problema” y juntos descubrieron que no era así…en realidad, la ansiedad que tenía Estefanía alcazaba valores clínicos y estaba afectando a muchos ámbitos de su vida; por ejemplo, para evitar que sus hijos se quedaran solos en casa por si les pasaba algo, ella llevaba tiempo inventándose excusas para no irse un fin de semana de viaje con su marido a celebrar su 20 aniversario de boda. Estefanía comprendió que, en realidad, todas esas preocupaciones sobre cosas que podrían pasar le habían obstaculizado mucho en su vida y en sus proyectos. Además, ahondando un poco más, el psicólogo identificó que Estefanía empezaba a dar muestras de ese nuevo problema tan característico de las personas con trastorno de ansiedad generalizada: preocuparse sobre el hecho de preocuparse.
Las preocupaciones de tipo 2 o metapreocupaciones son como la ‘bestia negra’ de los trastornos de ansiedad generalizada…una vez que una persona cae en la espiral de las metapreocupaciones, la ansiedad se multiplica; se entra en un bucle del que cada vez es más difícil salir.
La persona, que ahora se preocupa por estar preocupada, tratará de controlar y evitar esas preocupaciones y, al no lograrlo, verá reafirmadas sus creencias de que son peligrosos e incontrolables. El resultado es una retroalimentación continua de la preocupación. Por eso, acabar son esas creencias negativas sobre el hecho de preocuparse, se convierte en el principal objetivo terapéutico. Hasta el momento la terapia cognitivo conductual (TCC) ha resultado ser la más efectiva para tratar este problema.
Las metapreocupaciones tienen una serie de efectos negativos, como los intentos de controlar los pensamientos no deseados mediante conductas de seguridad cognitivas, (distraerse, pensar en otra cosa) o conductas de seguridad motoras (por ejemplo, llamar por teléfono 15 veces al día a tus hijos para comprobar que están bien) todas ellas son estrategias dirigidas a buscar la tranquilización, pero en verdad solo contribuyen a mantener las preocupaciones y las interpretaciones de amenaza.
Una vuelta de tuerca más se produce cuando aparecen otros síntomas derivados de la ansiedad, como la falta de concentración o las alteraciones del sueño ya que la persona suele interpretar estos síntomas como el mejor ejemplo de que es malísimo preocuparse…lo cual, como hemos visto, solo contribuiré a hacer más gruesa esa bola de nieve del malestar ya que todo ello exacerba los pensamientos intrusivos, mantiene las interpretaciones de amenaza y contribuyen al mantenimiento de las metapreocupaciones. Por todo ello es altamente recomendable pedir ayuda profesional cuando las preocupaciones alcanzan ese grado de disfuncionalidad en nuestra vida. Preocuparse está bien, sí…pero solo hasta cierto punto.