Qué es peor: ¿pasarse con la sal o con el azúcar?
Sal y azúcar no tienen por qué resultar nocivas si se consumen en su justa medida: evitar los precocinados es un gran paso para controlar su ingesta
La cantidad de sal o azúcar que resulta perjudicial para cada persona dependerá, entre otras cosas, de sus patologías previas
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La práctica totalidad de los alimentos y nutrientes que consumimos a diario, por muy saludables que sean, pueden llegar a convertirse en perjudiciales si abusamos de ellos. Ni qué decir tiene que si nos pasamos con sustancias como la sal o el azúcar, no le estaremos haciendo ningún favor a nuestro organismo. Las estadísticas y estudios nos dicen que el consumo excesivo de al y de azúcar se relacionan directamente con una mayor incidencia de distintas enfermedades, agravando otras. Por eso es importante controlar la cantidad diaria que consumimos. Pero, ¿cuál de ellas es más perjudicial para nuestro organismo? ¿Qué es peor para la salud, la sal o el azúcar?
Qué es peor: ¿pasarse con la sal o con el azúcar?
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La realidad es que es difícil contestar a esta pregunta porque cada una de estas sustancias se relaciona con diferentes enfermedades y, además, su consumo por encima de la cantidad diaria recomendada no afectará a todos por igual. Es importante conocer el estado de salud de cada persona y sus patologías preexistentes.
Si, por ejemplo, tenemos tendencia a sufrir hipertensión, la sal será especialmente perjudicial para nosotros, pero puede que ese exceso no resulte tan nocivo si nuestra tensión arterial es normal o con tendencia a baja. En cualquier caso, siempre será mejor evitar un consumo fuera de lo normal.
En el caso de la sal, su consumo es necesario, aunque debe controlarse. Esto significa que no debemos erradicarla de nuestra alimentación, ya que existen determinadas funciones vitales que no pueden realizarse correctamente sin ella. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), un consumo de sal inferior a 5 gramos diarios en el adulto contribuye a disminuir la tensión arterial y el riesgo de enfermedad cardiovascular, accidente cerebrovascular e infarto de miocardio. La OMS también estima que podrían evitarse hasta 2.5 millones de muertes al año si el consumo se ajustara a los niveles recomendados.
Afortunadamente, los riñones nos permiten controlar en cierta medida la cantidad de sal en nuestro cuerpo, aunque, si la consumimos en exceso, es posible que este órgano no consiga eliminar el sobrante, de forma que se acumulará en la sangre. El resultado será una mayor retención de líquidos y mayores riesgos relacionados con el corazón y la circulación, entre otras cosas.
Algo similar ocurre en el caso del azúcar: nuestro organismo la necesita para determinadas funciones, si bien es capaz de sintetizar glucosa por sí solo a partir de proteínas y ácidos grasos. Por tanto, el azúcar añadida es completamente prescindible de nuestra dieta. Su consumo se relaciona con el sobrepeso y la obesidad, entre otras muchas enfermedades, incluyendo distintos tipos de cáncer. También se relaciona su consumo con la diabetes, la osteoporosis, la aparición de caries, la erosión dental, periodontopatías y enfermedades cardiovasculares.
Si bien la sal no debe erradicarse completamente de nuestra dieta, no ocurre lo mismo con el azúcar: existen numerosos estudios que garantizan que reducir la ingesta de azúcar e incluso eliminarla por completo trae de la mano grandes beneficios para nuestra salud, algo difícil de conseguir en un contexto en el que muchísimos productos incluyen azúcares añadidos de forma sistemática. Ante la duda, siempre será mejor consumir azúcar 'natural', por ejemplo, procedente de la fruta fresca. La OMS recomienda no sobrepasar el 10 por ciento de nuestra ingesta energética a base de azúcares, pero la realidad es bien distinta: las calorías que consumimos vienen en forma de azúcares entre un 16 y un 36 por ciento.
La buena noticia es que, tanto en el caso del azúcar como en el de la sal, la mejor forma de reducir su consumo es la misma: evitar a toda costa los productos procesados, incluyendo la comida precocinada, los refrescos, la bollería industrial y, en definitiva, cualquier alimento que pase por manos de la industria alimentaria para ser alterado de algún modo. Es también la forma perfecta de ahorrar dinero, ya que comprar productos naturales y de temporada es, en general, más barato que comprar platos procesados, casi siempre menos saludables.