Agua fría, templada o caliente: ¿cuál es la mejor opción para ducharse?
Los expertos aconsejan ducharnos con agua tibia o fresca, dejando la caliente para casos concretos: por ejemplo, alivio de contracturas
El agua fía supone múltiples beneficios: nos ayuda a generar endorfinas, relaja los músculos, tiene efecto analgésico...
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Pocos disfrutamos de una ducha helada o, al menos, tardamos unos segundos en aclimatarnos y comenzar a notar algún efecto positivo. No es raro que así sea: resulta más agradable exponernos a elementos que se encuentren a una temperatura similar a la que mantiene nuestro organismo y, si tenemos calor, probablemente disfrutemos de un agua un poco más fresca, así como de agua caliente si tenemos frío. Sin embargo, los extremos nos pueden hacer pasar un mal rato, a pesar de que en ocasiones pueden resultar muy beneficiosos. A la hora de elegir cómo ducharte cada día para mejorar tu salud al mismo tiempo, ¿qué es mejor, agua fría, tibia o caliente?
Agua fría, templada o caliente: ¿Cuál es la mejor para ducharse?
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Lo cierto es que existen distintas ventajas asociadas a ducharnos con agua fría y, en ocasiones, también con agua caliente. Todo depende de la zona del cuerpo que queramos tratar y de si existe algún problema que queramos mejorar a través de la exposición a agua a distinta temperatura a la corporal.
Por ejemplo, el agua caliente puede ayudarnos si tenemos una contractura en el cuello o en las lumbares y queremos aliviar y relajar la zona, si bien debe reservarse a tratar este tipo de dolencias, evitando el agua excesivamente cálida.
Al contrario, el agua fría es genial para mejorar la circulación y es bueno utilizarla para refrescar nuestras piernas, especialmente si tenemos varices o piernas hinchadas, así como en los meses de más calor, tras pasar largas horas sentados...
Como consejo general para tu día a día, es mejor evitar los extremos (especialmente si te gusta el agua muy caliente) y ducharte con agua tibia tirando a fresca. También es bueno ir cambiando la temperatura suavemente de fría a tibia, y terminar tu ducha con agua a menor temperatura, pero sin grandes variaciones.
Las ventajas de hacerlo son muchas: el agua fría calma, tiene efectos analgésicos, nos despierta y nos ayuda a generar endorfinas. Es una forma perfecta de empezar el día con vitalidad y de poner nuestro organismo a pleno rendimiento. También, curiosamente, nos ayuda a descansar mejor, ya que tienen un efecto relajante sobre nuestra musculatura.
Si te cuesta especialmente este tipo de ducha, un consejo consiste en comenzar por los pies e ir subiendo poco a poco, ya que la zona de las piernas es la que mejor suele soportar una temperatura por debajo de la corporal, y también el área de tu cuerpo que más se beneficiará de este contraste de temperatura.
No es casualidad que en muchos spas se combine agua fría y agua caliente, aunque es aconsejable tener cuidado, especialmente si sufres alguna enfermedad cardíaca o respiratoria. Es frecuente que en estos espacios se nos advierta de los riesgos y de cuáles son las mejores prácticas a seguir, por lo que es importante que los sigas.
Si no tienes ninguna dolencia previa, en general, estos contrastes resultan positivos porque 'sacuden' nuestro organismo y activan nuestra circulación, generando todo tipo de beneficio. Si tienes problemas en este área, mejor evita la exposición a agua muy caliente: puedes alternar agua fría y tibia.