Se estima que en 2021 mil millones de niños y niñas en todo el planeta experimentaron algún tipo de violencia o de negligencia, desde abusos sexuales hasta maltratos físicos o emocionales. Este tipo de experiencias traumáticas durante la infancia representa un riesgo importante para la salud física y mental de los menores y recorta su esperanza de vida.
A pesar de ello y, tal y como apunta el Doctor Peter A.Levine en su libro Curar el trauma (2022) “Aunque los seres humanos han experimentado el trauma a lo largo de miles de años, solo en los últimos diez ha empezado a recibir una atención púbica y profesional generalizada. El trauma es ahora una palabra que nos resulta familiar, y los famosos lo confiesan abiertamente en las revistas del corazón. A pesar del creciente interés profesional, del sensacionalismo y de la saturación de los medios de comunicación, detectamos pocas evidencias de que el trauma se cure”, asegura.
En los últimos años han surgido numerosas iniciativas y propuestas para el tratamiento del trauma, como la terapia de desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares (EMDR): un método de psicoterapia efectivo y ampliamente investigado (recomendado por la OMS desde 2013) que ha demostrado ayudar en muchos casos a las personas a recuperarse de un trauma y otras experiencias vitales angustiosas asociadas a problemas de salud mental como el estrés postraumático (TEPT).
Otro ejemplo es Brainspotting una terapia psicológica innovadora que trata el sufrimiento humano de una manera profunda y transformadora aliviando el peso de las emociones excesivas y curando las heridas o traumas de la historia de la persona.
En lo que casi todos los expertos en salud mental están de acuerdo es en esta idea que tanto repite Levine en su libro de que “la curación del trauma es un proceso natural al que podemos acceder a través de la conciencia interna del cuerpo”. Es decir, en el cuerpo está la clave.
El psicólogo experto en trauma, Mario Salvador, entrevistado recientemente en NIUS, asegura que las experiencias traumáticas que hemos experimentado y que, por alguna razón hemos tenido que dejar de lado, no desaparecen, sino “que se han tenido que quedar retenidas en algún ‘almacen’ hasta que puedan ser atendidas y metabolizadas. Este almacén es nuestro cuerpo, que funciona como la ‘caja negra’ de los aviones que registra todo nuestro viaje por la vida”.
Si ese dolor provocado por un trauma ha quedado almacenado en el cuerpo y la única manera de sanarlo es acceder a él, como dice Mario Salvador, “con amabilidad, cuidado y sensibilidad”, tiene sentido que muchos expertos hayan puesto su atención en el mindfulness como posible vía de tratamiento del trauma.
En este contexto se ha realizado un importante estudio internacional con participación de la Universidad Oberta de Catalunya (UOC) que ha sido publicado en la revista Science Reports. Se trata de un trabajo que aporta por primera vez evidencia científica de que realizar una intervención con meditación de tipo mindfulness, combinada con actividades de expresión artística y terapia psicológica para trauma, comporta beneficios en adolescentes que hayan sufrido experiencias traumáticas.
Según explica a NIUS la Doctora Perla Kaliman, profesora colaboradora de la UOC y autora principal de este estudio, “Las experiencias adversas en la infancia representan una amenaza para la salud pública, muy descuidada en la actualidad. A pesar de su altísima prevalencia y riesgos, no existen verdaderas políticas de diagnóstico ni de prevención de traumas en la infancia. Este trabajo genera evidencia científica para ayudar a promover políticas de salud con el potencial de reducir el sufrimiento y trauma en menores, previniendo así importantes factores de riesgo para la salud a lo largo de la vida".
Experimentar violencia o negligencia durante la infancia y adolescencia se asocia a la adquisición de marcas en el ámbito epigenético que afectan la salud física y mental de las personas con consecuencias a largo plazo, dice el estudio. Los menores que experimentan cuatro o más de este tipo de eventos (violencia física, emocional o sexual, negligencia física o emocional, o crecimiento en un hogar disfuncional con padres con enfermedades mentales, adicciones, alcoholismo, violencia, miembros de la familia encarcelados o separación de los padres biológicos), tienen un riesgo incrementado de desarrollar enfermedades como diabetes tipo 2, cardiopatías, obesidad, cáncer, enfermedades respiratorias y mentales, además de ser más propensos al consumo de alcohol y de drogas.
Las experiencias traumáticas en la infancia, además, aumentan la susceptibilidad a sufrir mayor vulnerabilidad al estrés y a tener respuestas inflamatorias y conductas de riesgo. También se ha visto que esos cambios epigenéticos aceleran el proceso de envejecimiento biológico y pueden heredarse de padres a hijos durante varias generaciones.
En este estudio de colaboración entre la investigadora de la UOC, Perla Kaliman, la ONG colombiana Inocencia en Peligro Colombia, dirigida por Susana Roque, el psiquiatra Elkin Llanes Anaya de la Universidad de Santander (Colombia) y el Center for Healthy Minds, dirigido por Richard Davidson, se reclutaron 44 niñas de entre 13 y 16 años que habían padecido cuatro o más eventos adversos y que estaban viviendo en centros para menores.
"Cuando una persona experimenta este nivel de experiencias adversas acumuladas, aumenta catorce veces el riesgo de suicidio, once veces el riesgo de consumo de drogas intravenosas, más de cuatro veces el riesgo de sufrir depresión y de tener comportamientos de riesgo, además, se relaciona con más de cuarenta condiciones de salud. Este tipo de experiencias son la mayor amenaza de salud pública a escala global que continúa infratratada", destaca Kaliman.
Loa autores del estudio dividieron a las menores en dos grupos: el primero siguió con sus actividades habituales. El segundo, en cambio, participó durante una semana en un programa de terapia multimodal desarrollado por Susana Roque López, que incluye sesiones de treinta minutos de yoga, así como prácticas de meditación mindfulness guiadas, además de actividades de expresión artística, como baile, música, dibujo o teatro. Los dos últimos días las niñas recibieron sesiones grupales de EMDR (terapia de desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares) . Los investigadores tomaron muestras de saliva de las participantes, antes y después de la intervención, de donde se aisló ADN para realizar estudios epigenéticos.
En un primer trabajo, los investigadores ya habían demostrado cómo el hecho de seguir este programa reducía de manera sustancial el riesgo de padecer problemas de salud mental asociados al trauma. Ahora, en este estudio de continuación que acaban de publicar, han comprobado que se producen cambios epigenéticos en algunos genes implicados en los efectos del trauma, como la vulnerabilidad al estrés, las respuestas inflamatorias o la tendencia a comportamientos de riesgo. Así, los científicos hallaron cientos de cambios epigenéticos asociados a la mejora de la salud mental como respuesta al programa.
"Hemos visto en la puntuación de cuestionarios de estrés postraumático una reducción muy significativa, por debajo del diagnóstico de estrés postraumático. Y esos beneficios se han mantenido al menos dos meses después de terminar el programa", afirma Kaliman, que explica que la reducción del estrés a través de la meditación y de las actividades artísticas desencadena una cascada de neurotransmisores y hormonas que actúan en el cerebro y modifican la expresión génica y epigenética.
"Esta investigación también es alentadora con respecto a las generaciones futuras, ya que sabemos que hay un riesgo significativo de transmisión multigeneracional de comportamientos de abuso y maltrato; nuestro estudio sugiere una posible forma de interrumpir los ciclos intergeneracionales de sufrimiento", explica Kaliman.
Los autores de este trabajo concluyen que este tipo de programas puede ayudar a regular las emociones de forma más efectiva y a fomentar la resiliencia en personas afectadas por un trauma durante la infancia.
"El uso de la atención plena y prácticas meditativas relacionadas, junto con otras estrategias para ayudar a los jóvenes con trauma, es un tema de gran importancia en la investigación científica actual sobre la meditación", explica Richard Davidson, fundador y director del Center for Healthy Minds de la Universidad de Wisconsin Madison y coautor del estudio. "Estas prácticas ofrecen el potencial de alterar los sistemas epigenéticos y cerebrales que pueden haber sido afectados por el trauma, entrenando el cerebro para mejorar la regulación emocional y la resiliencia".
Es importante también recalcar en este punto el trabajo de pedagogía que muchos expertos en salud mental y mindfulness vienen haciendo en los últimos años sobre la práctica de mindfulness en personas con experiencias de trauma.
David A. Trevelean ha dedicado muchos años de su vida a estudiar lo que él llama el mindfulness sensible al trauma, consciente de que, efectivamente, el mindfulness puede facilitarnos el proceso de recuperación del trauma, pero ¡ojo! también puede complicarlo.
“Practicar mindfulness sin una conciencia del trauma puede exacerbar los síntomas del estrés traumático” asegura en su libro Minfulness sensible al trauma (2020) en el que insiste en que la práctica básica del mindfulness solo es más segura y eficaz cuando se combina con una comprensión profunda del trauma.