Si hay algo que, desafortunadamente, define nuestro tiempo, es el estrés asociado a un ritmo de vida acelerado. Trabajamos más horas de las que deberíamos (aunque cada vez somos más conscientes de ello), mantenemos agendas muy apretadas y, en definitiva, nos vemos obligados a encajar demasiadas tareas dentro de cada jornada. El resultado es un incremento de prácticas poco saludables, como el sedentarismo o llevar una mala alimentación, basada en el impulso ansioso por obtener gratificaciones en forma de azúcares o productos altamente saciantes. ¿Por qué el estrés te puede hacer engordar y cómo puedes evitarlo?
Si eres uno de los millones de españoles que vive con el estrés como compañero inevitable, seguro que has experimentado ese hambre descontrolada que aparece cuando ha no podemos más y necesitamos premiarnos de algún modo. La mala noticia es que nuestras elecciones en esos momentos suelen tener poco de saludable: rara vez nos pide el cuerpo una ensalada o una pieza de fruta cuando el nerviosismo se apodera de nosotros.
Existe una explicación científica: el estrés genera más cortisol, y el cortisol genera mayor apetito por alimentos azucarados o grasos. Lógicamente, estos alimentos no son inocuos y suelen acumularse en forma de grasa, a lo que se suma el hecho de que su aporte nutricional suele ser escaso. También es cierto que, para algunas personas, el estrés se traduce en ausencia de apetito: a muchos se nos 'cierra' el estómago cuando nos enfrentamos a momentos especialmente demandantes.
Si quieres saber más sobre el cortisol, toma nota: se trata de la "hormona del estrés" y es producida por las glándulas suprarrenales, dos glándulas pequeñas que se encuentran encima de los riñones. Tal y como explica la web MedlinePlus, una glándula en el cerebro, llamada pituitaria, produce una hormona que indica a sus glándulas suprarrenales cuánto cortisol debe producir.
Además del estrés, los niveles de cortisol pueden verse alterados por otras situaciones, como el embarazo, el ejercicio, padecer una enfermedad grave, temperaturas cálidas o frías, algunas enfermedades de la tiroides, obesidad o uso de determinados medicamentos, como los anticonceptivos.
Si quieres evitar el hambre emocional, el mejor consejo que puedes seguir (y también el más difícil de seguir) es rebajar la intensidad de tu día a día y/o aprender a sobrellevar tu carga diaria de una forma más liviana. El ejercicio moderado (yoga, pilates, paseos...), pasar tiempo al aire libre, la meditación, la lectura... pueden ser tus grandes aliados. Del mismo modo, evitar las pantallas durante tu tiempo libre, así como los espacios y lugares ruidosos, cargados o excesivamente luminosos, puede ayudarte a crear un entono más amable y a descansar mejor.
Las rutinas también son de gran ayuda, especialmente las asociadas con el sueño: irte a la cama temprano (y sin móvil), elegir luces cálidas y tenues durante las últimas horas del día... son pequeños gestos que dulcificarán tu jornada y te harán vivir de una manera más positiva y saludable. Evita también saltarte comidas y comprar productos de comida rápida, dulces procesados... Si no están a mano, te será más sencillo evitarlos.