¿Necesitas ruido de fondo? Por qué algunas personas no pueden soportar el silencio
La psicóloga Marina Pinilla analiza qué es la intolerancia al silencio y cuáles son sus causas y riesgos
Hablamos con varios jóvenes que necesitan ruido de fondo: “Me tengo que poner música para quedarme dormida”
¿El silencio beneficia nuestra salud mental? En su justa medida sí, y te contamos cinco ejercicios para sacarle partido
Alicia tiene 19 años, estudia Ingeniería Química y es incapaz de estudiar sin una serie de fondo. “Me pongo Anatomía de Grey y me concentro mejor. Como me la he visto ya muchas veces, sé lo que va a pasar y no tengo que estar prestando atención, y estudio con eso de fondo”, comparte con Yasss.
Algo similar le ocurre a Carlos, de 28 años: “escucho podcasts en casa y cuando voy por la calle”, explica. Trabaja en una tienda y tal y como él reconoce, “el silencio es insoportable”.
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En el caso de Silvina, opositora de 25 años, la necesidad de un ruido de fondo le está provocando problemas. “Me cuesta estudiar porque me aburro si estoy callada y sin ningún sonido”, confiesa. Esto, adicionalmente, afecta a su sueño, “me tengo que poner música para quedarme dormida y luego tardo mucho en coger el sueño, así que al día siguiente estoy reventada”.
Todos estos testimonios tienen un problema en común: evitan el silencio.
Intolerancia al silencio: causas y riesgos
Mientras paseamos, limpiamos la casa, cocinamos, estudiamos, trabajamos o hacemos deporte, el ruido nos acompaña. A fin de cuentas, a día de hoy, prácticamente todas las personas estamos acostumbradas a convivir con sonidos, pero a veces son excesivos.
Nos hemos habituado a esta hiperestimulación sonora y cuando de repente ponemos el mundo en silencio, no lo soportamos. Seguro que te ha pasado cuando te has ido de vacaciones a un pueblo, cuando la radio de tu coche se ha estropeado o cuando te has olvidado los auriculares en casa.
Algo parecido ocurre en nuestras relaciones sociales. Necesitamos llenar los silencios con conversaciones que a veces no aportan absolutamente nada y es que aunque no tenemos nada que decir ni tampoco queremos escuchar a la otra persona, nos incomoda estar callados.
Esta intolerancia al silencio tiene un motivo: nos cuesta hacer introspección. ¿Y qué es la introspección? Pues algo tan sencillo como escuchar nuestros pensamientos sin juzgarlos y experimentar nuestras emociones sin reprimirlas.
A veces, al estar en silencio aparecen pensamientos muy desagradables como los conflictos con tus padres, las dudas sobre tu futuro, las carencias de tu relación de pareja, etc. Estos pensamientos derivan en emociones que tampoco son bonitas, no nos vamos a engañar: ansiedad, miedo, tristeza, etc.
¿La solución es callar estas emociones y pensamientos con ruido de fondo o con conversaciones banales? No. La solución es escuchar tus emociones y resolver la causa de tus preocupaciones. Y para ello, a veces necesitamos el silencio.
¿El silencio mejora la salud mental?
Para cuidar tu salud mental no necesitas mudarte a un monasterio con voto de silencio eterno ni mucho menos. Tampoco tienes que mandar a tus amigos, tu pareja o tu familia callar cada vez que intentan hablar contigo. Lo que sí necesitas es realizar ese trabajo de introspección o, en otras palabras, hablar de vez en cuando contigo mismo.
Algunos ejercicios que puedes hacer en silencio y que mejorarán tu salud mental son:
- Dedicar unos minutos a reflexionar sobre tu día. ¿Qué has hecho? ¿Cómo te has sentido? ¿Cambiarías algo? ¿Qué cosas buenas mantendrías?
- Anotar los pensamientos que te generan tanto malestar. Pregúntate si tus preocupaciones son realistas (por ejemplo, no saber si quieres seguir con tu pareja o no) o si son irracionales (por ejemplo, que tu baja autoestima te haya convencido de que a todo el mundo le caes mal).
- Afrontar las preocupaciones realistas. Descubre qué es lo que quieres y comunícalo con asertividad.
- Trabajar tu autoestima para reducir las preocupaciones irracionales. Para ello, anota todos los aspectos de tu vida que, de alguna manera, destruyen tu amor propio.
- Enfocarte en las sensaciones del presente de vez en cuando. Por ejemplo, cuando te estás duchando, céntrate en la sensación del agua sobre tu piel y en los cambios de temperatura. Cuando estás paseando, céntrate en los sonidos de la ciudad o de la naturaleza. Cuando estás haciendo ejercicio, céntrate en cómo reacciona tu cuerpo ante el esfuerzo. No tienes que dedicar todo el tiempo a este ejercicio, pero con cinco o diez minutos podrás ser un poco más consciente de ti y del mundo que te rodea.