Todos sabemos que las infidelidades están mal, pero es muy común encontrar grupos de amigos en los que (casi) todos engañan a sus parejas. Puede que se te ocurra algún ejemplo cercano, pero sin irnos a lo personal, párate a pensar en el programa «La Isla de las Tentaciones». Da igual la edición, porque la mayoría acaban cayendo en la tentación engañando a sus parejas.
Antes de separarse de sus parejas, todos y todas dicen lo mismo: “jamás le engañaría”, “quiero que confíe en mí” o “estoy aquí para demostrarle que no caeré en la tentación”. Dos semanas más tarde, en las villas hay más cuernos que en la película de Bambi. ¿Por qué pasa esto? Pues en realidad, hay varias causas. La primera y más obvia es que algunas de las relaciones son tan tóxicas como Chernóbil, pero también influye un aspecto social: las infidelidades miméticas.
Las infidelidades miméticas tienen lugar cuando una persona comete una infidelidad y su grupo social reacciona normalizando o incluso idealizando su comportamiento. En otras palabras, cuando uno de tus amigos es infiel, pero en vez de decirle “tío, así no se hacen las cosas”, le dices “eres el puto amo”.
Aquí entran en juego varios aspectos. El primero y más importante es el doble rasero que tenemos hacia nuestros amigos, y es que tendemos a justificar todas sus cagadas porque hay un vínculo de amistad. Pensamos que decir frases como “tu pareja se ha buscado que le pongas los cuernos” es una forma de apoyar a un amigo o amiga, cuando en realidad estamos actuando de forma superficial e injusta.
Un amigo te dice que has cometido un error, pero que estará allí mientras lo afrontas. Un amigo es capaz de admitir que te has portado mal con tu pareja, aunque ésta le caiga fatal. Un amigo te ayuda a ser mejor persona, aunque eso suponga un conflicto.
En segundo lugar, influye la versión que conocemos de una historia: los amigos se animan entre ellos a cometer infidelidades porque solo conocen el punto de vista de una de las partes. Esto lo vemos muy frecuentemente en ‘La Isla de las Tentaciones’, y es que si un compañero te habla de su pareja como si fuese lo peor de lo peor, es muy fácil (e injusto) animarle a ponerle los cuernos. Lo difícil (y justo) es preguntarle “¿Y qué crees que diría tu pareja de ti?”.
En tercer lugar, entra en juego el refrán «mal de muchos, consuelo de tontos». Cuando tú has sido infiel, es común fomentar la infidelidad mimética para sentirte menos culpable y solo. En vez de buscar apoyo, empatía y autocrítica en tu círculo social, buscas que otros cometan tus mismos errores.
En cuarto y último lugar, entra en juego el concepto de relación tóxica. Hoy en día, parece que todo es tóxico y que cualquier conducta incómoda es una ‘red flag’. En consecuencia, muchas personas piensan que tienen vía libre para cometer una infidelidad porque, al ser su relación “tóxica”, está justificada.
Antes de responder a esa pregunta, quiero dejar claro que no hay personas tóxicas, sino comportamientos tóxicos. Éstos se basan en la asimetría en la relación –uno siempre manda y el otro siempre cede– y en las faltas de respeto.
Veamos algunos ejemplos de comportamientos tóxicos:
Si tienes una relación tóxica, a veces la infidelidad se convierte en una vía de escape, pero la opción más sana y justa siempre va a ser la sinceridad: una ruptura a tiempo es mejor que una infidelidad cuando la relación ya está del todo quemada. ¿Por qué? Porque aprendes a lidiar con el conflicto, a priorizar tus necesidades y a rechazar comportamientos tóxicos que no te hacen ningún bien.