No es lo mismo amar que sentirnos atraídos física o psicológicamente, y diferenciar ambos procesos es clave para cuidar nuestra salud mental. Además, entra en juego un estado psicológico desconocido, pero habitual: la limerencia. ¿Te obsesionas cuando te encaprichas de alguien? ¿Tu estado emocional depende de que te responda a WhatsApp o te dé like en Instagram? Quizá lo que sientes con tanta intensidad no puede llamarse amor.
El amor es un estado psicológico complejo y susceptible a cambio. En otras palabras, el amor cambia a medida que evoluciona una relación. Hay rachas en las que prima la pasión y la idealización, y otras en las que ponemos los pies en la tierra y priorizamos la sinceridad, la intimidad o el compromiso. Sea como sea, podemos definir el amor como el sentimiento de afecto y la sensación de conexión psicológica que surge con una persona y que nos motiva a compartir nuestro tiempo y alegrías con ella.
La forma de amar varía en función de la persona. Hay quienes viven el amor con total devoción y quienes nunca idealizan a la otra persona. También hay personas que conectan y se enamoran más fácilmente, y quienes necesitan ir poco a poco. Del mismo modo, algunas relaciones están marcadas por la pasión desde el principio y otras veces surge más adelante. Con esto quiero decir que no pasa nada si la pasión tarda en aparecer, si das más importancia a la intimidad o si desde el principio os comprometéis ciegamente, porque no hay una forma única de amar.
Otro aspecto clave del amor es que se ve influenciado por nuestro contexto, es decir, a lo largo de nuestra vida, la forma de amar cambia. ¿Por qué? Por las experiencias que vivimos. Las relaciones sanas –con nuestros padres, con amigos o con las primeras parejas– nos hacen más proclives a vivir el amor de una forma respetuosa, comprensiva, comunicativa y asertiva. En cambio, las relaciones tóxicas pueden originar creencias y conductas dañinas sobre el amor como la manipulación, la invalidación emocional, la codependencia o el complejo del cuidador, también llamado síndrome de Peter Pan y Wendy.
La atracción es, por definirla de forma sencilla, una versión low cost del amor. Hay pasión, a veces hay un poquito de idealización, hay una conexión (que puede ser psicológica y/o física), y también tenemos la necesidad de compartir nuestro tiempo con esa persona. Sin embargo, todavía no se ha formado el compromiso ni la intimidad.
Algo importante que debemos saber es que la atracción no va necesariamente ligada a un interés romántico o sexual. Puedes conectar con alguien y eso no significa que te excite sexualmente o que te vayas a acabar enamorando. ¿Por qué digo esto? Porque a muchas personas con pareja les agobia sentir atracción por alguien ajeno a la relación, o sienten celos si su pareja siente esa atracción. Puedes sentirte atraído por alguien que no es tu pareja y no pasa nada.
Centrándonos en la atracción romántica o sexual, hay un estado psicológico que muchas veces confundimos con amor: la limerencia.
La limerencia es una atracción tan fuerte que roza lo obsesivo. Todo te recuerda a la otra persona, tienes pensamientos intrusivos relacionados con ella –“¿Qué estará haciendo?”, “¿Estará pensando en mí?”, “¿Querrá quedar?”– y tu estado de ánimo depende de cómo te trata: si te responde a una historia de Instagram, sientes una alegría desbordante, pero si te dice que no puede quedar, tienes un mal día.
Esta limerencia nos predispone a perder nuestra independencia. Quieres pasar todo el tiempo con la otra persona y puedes dejar de lado a amistades, tus estudios, tu trabajo y tu autocuidado. Esto es muy peligroso a nivel psicológico.
Por otro lado, la limerencia es muy difícil de identificar para quienes la sufren porque se confunde con amor. La necesidad de amar y ser amados les nubla la vista y no se dan cuenta de que, como dice la canción, lo que sienten se llama obsesión.
Diferenciar el amor de la atracción es sencillo. ¿Deseas un compromiso con esa persona? En otras palabras, cuando hay amor, eres capaz de imaginarte un futuro compartido sin agobiarte. Por otro lado, ¿te sientes a gusto con la intimidad? Y no hablo de sexo, sino de sentirte cómodo hablando de tus emociones, compartiendo tus vulnerabilidades o exponiéndote psicológicamente a esa persona. Si la respuesta a ambas preguntas es sí, podemos hablar de amor.
¡Ojo! Antes decía que la atracción no siempre es sexual o romántica. Con el amor pasa lo mismo. Podemos sentir afecto y conexión incondicional hacia amigos y eso no significa que queramos una relación de pareja.
Ahora llega lo más difícil… Diferenciar el amor de la limerencia. Para ello, hay dos preguntas clave que debes hacerte: ¿Estás sufriendo? Si la respuesta es sí, déjame decirte que o la idea que tienes del amor es un poquito tóxica, o estás sufriendo limerencia. Finalmente, ¿estás obsesionándote con la otra persona? Si tu estado de ánimo depende de que te responda a WhatsApp y tienes ganas de dejar todo de lado por él o ella, quizá sufres limerencia.
Para superar la limerencia es fundamental identificar tus conductas obsesivas, dedicar tiempo al autocuidado –queda con tus amigos, practica tus hobbies, haz planes a solas…– y pedir ayuda profesional en algunos casos. Si la necesidad de amar o de que te amen te está torturando, busca asesoramiento psicológico.