La mayoría de los veinteañeros y treintañeros tenemos una cosa en común: nuestros padres (y la sociedad) nos vendieron la idea de que, si trabajábamos, tendríamos un futuro asegurado. Les hicimos caso y tras una carrera, uno o varios másteres y cursos sin descanso, nos topamos con algo que no esperábamos… La precariedad.
En mercado laboral es, por norma general, inestable. Nos aferramos a contratos temporales, prácticas no remuneradas, jornadas de infinitas horas (horas que, por supuesto, no cuentan legalmente como ‘extra’ y nadie nos paga) y, por si todo esto fuera poco, a veces el ambiente es más tóxico que los restos de Chernóbil. ¿Las consecuencias? Vivir para trabajar a costa de nuestra salud mental.
Desde hace unos cuantos años, se ha hablado del síndrome de burnout o del trabajador quemado: personas que están completamente saturadas en el trabajo y que llega un punto en el que se sienten poco valoradas, cansadas emocionalmente e incluso despersonalizadas, como si fuesen un robot o un número más para la empresa. Esto pasa sobre todo en empleos vocacionales: sanitarios, periodistas, profesores, abogados, etc.
¿Es culpa de la persona por tener unas expectativas demasiado altas sobre el trabajo? Quizá un poquito, pero también de un mercado laboral que nos explota y exprime hasta que no queda ni una sola gota.
Antes de quemar la oficina o mudarnos a una isla desierta, hay ciertas recomendaciones que como psicóloga te quiero hacer.
Que tu única vocación sea el trabajo no es sano, y aunque es fantástico ser ambicioso en lo laboral, también necesitas ser ambicioso en lo personal. Cuidar tus plantas, convertirte en un crack haciendo figuras de cerámica, invertir tiempo de calidad en tus amistades, mejorar tu autoconocimiento… Todos estos son ejemplos de aspiraciones que te pueden aportar salud mental cuando el trabajo te la hunde.
El síndrome del impostor es esa voz en la cabeza que te dice “no eres suficiente”, “todos notan tus inseguridades”, “tu compañero lo hace mucho mejor y sin esfuerzo”, “pide perdón por todo”, “lo que has logrado ha sido por suerte y en cualquier momento puede desvanecerse”, “deberías ser más amable en el trabajo o pensarán que eres un imbécil”, “deberías ser más serio en el trabajo o pensarán que eres débil”… ¿Te suenan estas frases?
Si de por si tu situación laboral es mala, las inseguridades y la culpabilidad características del síndrome del impostor la empeorarán todavía más.
Necesitas poner límites en el trabajo o tu salud mental se destruirá lentamente a costa de complacer a todos los demás. ¿Cómo empezar a ser asertivo? Dejando de pedir perdón por todo, respetando tu horario laboral con rigor, archivando el chat de WhatsApp de la empresa (o saliéndote de él si te consume la energía) o respondiendo de forma tajante a ese compañero imbécil que siempre abusa de las confianzas.
No vas a heredar la empresa, siento ser yo quien te lo diga. Y sí, está genial que tu jefe te diga que has hecho un buen trabajo, que tus compañeros te den las gracias por un favor o que tus clientes te recomienden a otras personas, pero el reconocimiento social no puede estar por encima de tu estabilidad psicológica.
Si tienes que hacer menos horas, negar un favor o ampliar el plazo de entrega a un cliente, hazlo. Deja de darlo todo 24/7 y dedica ese extra de energía a cuidar tu salud mental.
La baja por salud mental un apoyo que puedes solicitar si estás sufriendo un problema psicológico ya sea a causa del trabajo o por otros motivos que repercuten en tu desempeño laboral. La causa más común suele ser la depresión o la ansiedad generalizada, pero sea cual sea tu caso, pide ayuda y tomate un tiempo si lo necesitas.
Recuerda que esta baja es completamente anónima y que, para solicitarla, tienes que hablar con tu médico (puedes pedir previamente un informe a tu psicólogo).