Me horroriza la idea de que alguien que acaba de pasar por la muerte de un ser querido se quede sin recibir una palabra de apoyo y cariño de otra persona solo porque esta no sepa qué decir en ese momento o porque considere que “qué más da lo que yo diga, si no hay consuelo en este momento, si diga lo que diga yo no voy a quitarle su sufrimiento, si ya tiene personas más allegadas que le están apoyando en este momento”.
En una situación similar a esta nos hemos encontrado recientemente en la redacción de NIUS. ¿Qué decir y qué no decir a un compañero que acaba de perder a su hijo?, ¿qué puede estar necesitando esta persona en este momento?, ¿sirve de algo un whatsapp con un simple “mucho ánimo, te mando un abrazo fuerte”? ¿o para decir semejante simpleza es mejor no decir nada?, ¿debemos decir siempre algo, aunque no tengamos ninguna relación personal con el doliente?, ¿y si le sienta mal?, ¿y si le agobia recibir tantos mensajes?
Por supuesto que nadie es culpable de que tengamos todas estas dudas. Somos una sociedad tanatofóbica, eso está claro: vivimos de espaldas a la muerte y al dolor, y por eso nos cuesta tanto sostenerlo. ¿Cómo vamos a sostener el dolor de otros si ni siquiera somos capaces de sostener el nuestro? A veces es más fácil mirar hacia otro lado, como si nada pasara.
Que esto haya sido así durante mucho tiempo no significa que debamos seguir en este analfabetismo emocional. Tenemos que aprender nuevas formas de comunicarnos porque no puede ser que un doliente se quede sin ese pequeño consuelo -que desde luego no le va a quitar su dolor, pero sí le va a ayudar a sentirse arropado y querido- solo porque las otras personas no saben qué decir… ¡pues aprendamos, señores y señoras, aprendamos!
No se me ocurren mejores maestros para esto que personas que se han enfrentado recientemente a la muerte de un hijo, hija, madre, padre, pareja, hermano o hermana. ¿Qué les ayudó y qué no les ayudó en esos momentos? Tal vez de todos estos testimonios podamos sacar algunas conclusiones y aprender algo: ese es el propósito de este artículo escrito a coro por múltiples voces para las que yo solo he facilitado una estructura a modo de andamio. ¡Que hablen los dolientes!
“Creo que la gente en esas situaciones no sabe qué decir y se pone nerviosa”, me cuenta Fabiola, que perdió a su madre hace unos meses. A ella, lo que más le llamó la atención fue alguien que le dijo: “Uf, menudo día llevo, que se me ha estropeado el coche... ¿qué tal estás?”
Fabiola achaca estos comentarios desafortunados a que “siempre habrá personas que piensan que lo suyo es lo primero”, aunque a quien tenga en frente acabe de perder a una madre. “Creo que todo se resume que el yo, yo y después tú”.
En esa línea, cuenta S.R, que, tras la muerte de su padre una prima suya “llegó al tanatorio y estuvo veinte minutos dándome la turra sobre cómo había ella superado la muerte de su madre y la había visto como una bendición y una oportunidad para crecer espiritualmente. Veinte minutos. Sin parar. Hablando de ella, de ella y de ella”.
Estas cosas no hay que tomárselas a mal, apunta Fabiola. “Al final esto ocurre porque la gente está nerviosa”...
“Sentirte nervioso delante de una persona a la que vas a ver porque ha perdido a un ser querido ya es una señal de lo centrado en ti mismo que estás. No se trata de ti, no vas a dar el discurso de aceptación del Oscar, no tienes que decir nada ni hacer nada más que estar, escuchar y empatizar”, apunta S.R. que, si pudiera dar una recomendación a alguien que va a encontrarse con una persona en situación de duelo, sería: “No hables de ti, no vayas de saberlo todo y empieces a dar consejos y a organizarle la vida al doliente, y mucho menos a asumir lo que el fallecido habría querido. Limítate a estar ahí y mostrar tu apoyo y tu cariño con discreción”.
Entramos aquí en el espinoso mundo de los consejos, trending topic en todos los tanatorios ¿Por qué nos empeñamos muchas veces en decir a los dolientes lo que tienen que hacer?, ¿qué piensan los dolientes de esto?, ¿cómo lo escuchan?
María perdió a su hijo de cinco años, hace un poco más de un año. Dicen que la muerte de un hijo es el peor duelo por el que uno puede pasar…
“Por mi experiencia, explica, veo que cuando fallece un hijo todo el mundo sabe lo que sería bueno para ti… menos tú misma”.
A María le bombardearon con todo tipo de consejos como “Ponte a trabajar y así te despejas”…consejos que aún siguen llegando, incluso un año después de perder a su niño: “Ya ha pasado un año, es momento de pasar página”. También recuerda frases un tanto desafortunadas, como: “¡Menos mal que tienes otros hijos!”; “aunque pienses que no está, él sigue a tu lado”. Esto no consuela en absoluto porque el dolor es por la ausencia física, explica María. “Con tiempo lo vas a superar”, es otra de las frases que no ayudan nada y que María escuchó muchas veces…
¿Es que acaso había algo que sirviera en ese momento a esta madre? Pues afortunadamente sí. “Lo mejor que me han dicho es: ‘no sé qué decirte’ y darme un abrazo, iconos de besos por whatsapp… con eso, durante muchos meses, me han trasladado una empatía impresionante”. A María también le ayudó la frase ‘no hay palabras de consuelo’. “Creo que en el duelo de alguien lo fundamental es simplemente ‘estar’ después de días, meses: el duelo se acompaña. Y, a pesar de los comentarios inoportunos de mucha gente, es impresionante la capacidad de muchas personas de estar pendiente de un amigo, de una persona cuando está sufriendo”.
Carolina se enfrentó a la muerte de su pareja con una gran sabiduría ya sobre el duelo. Un tiempo antes, cuando su madre fue diagnosticada de una terrible enfermedad, un psiquiatra de cuidados paliativos, especialista en duelo, le había hecho una interesante recomendación en forma de metáfora: “En estos momentos tan desgarradores, es como estar dentro de un pozo vacío, al fondo del todo, desde donde no alcanzas a ver la luz. Cada gesto, cada palabra, cada caricia que recibas de otras personas en estos momentos, debes transformarlos en un corazón e imaginar que ese corazón va a ir llenando tu pozo poco a poco y te va a permitir ir saliendo a flote hacia la luz”.
Esos 'corazones' -aunque sean desafortunados- ayudan siempre y cuando nos fijemos en la intención del otro, no en la forma de expresar su cariño. “La gente va con toda la buena intención del mundo, porque vienen a darte calor y amor y eso es lo que tienes que coger”, explica.
A Carolina, esa mirada le permitió convertir en 'corazones' algunos de los comentarios inapropiados que escuchó en el tanatorio. Todavía con el féretro delante, más de una persona le dijo: “Nada, tú no te preocupes, que en nada has encontrado a alguien, te casas, tienes hijos y te olvidas de todo”.
Otra cosa que impactó mucho a Carolina fue la necesidad de comparar duelos. “Varias personas me dijeron que era mucho peor lo que estaba pasando mi suegra, porque no hay nada peor que perder a un hijo. Esto también lo he visto mucho. La gente enseguida cataloga el duelo: dura un año, te dicen. La gente encasilla el duelo, lo mete en una hoja de excel: en un año estás mucho mejor y lo has superado, verás”.
Carolina tiene claro que todo esto es consecuencia de que las personas no saben escuchar cuando otro le pone palabras a su propio dolor. “Esto lo vemos muy bien cuando la gente nos dice ‘¿cómo estás?, estás bien ¿no?’...es que es increíble, la gente ya ni te pregunta… directamente ellos te dicen cómo estás porque realmente no quieren sentir, no quieren ver tu dolor”.
Otro de los errores más habituales que la gente suele cometer al dar el pésame a un doliente es tratar de hacerle ver el lado positivo de la situación con frases como “Al menos por fin descansa”, “después de esta larga enfermedad ahora vas a poder descansar tú”.
¿Y qué me dicen del ‘no llores, venga anímate que a él no le gustaría verte así’? Esto es una forma realmente agresiva de invalidar el dolor de los demás y desautorizar el duelo.
Asumir que el doliente ya tiene suficiente gente alrededor que le está apoyando y que lo mejor es alejarse y no decir nada para no molestar, es otro de los errores. A mí personalmente, como doliente por la muerte de mi padre hace casi dos años, una de las cosas que más me reconfortó en ese momento fue recibir el cariño en forma de mensajes o visitas al tanatorio de personas que ni me esperaba. No hacen falta cosas extraordinarias: simplemente sentirme querida y apoyada me alivió mucho, me hizo sentir esa humanidad compartida. Después de hablar con Carolina he comprendido que fueron 'corazones' que me ayudaron a salir a flote... Así que solo puedo decir ¡gracias! porque todo suma en esos momentos.
Muchos dolientes insisten en la importancia de agradecer y valorar a la gente que se acerca, que ha invertido su tiempo en ir a darles un abrazo aunque no usen las palabras más adecuadas. Pero no todo el mundo tiene esta capacidad de conectar con la buena intención de las personas y transformar en ‘corazones’ los mensajes de apoyo más desafortunados.
Por ello, una buena recomendación es: si no encuentras las palabras adecuadas, si no sabes qué decir porque te bloqueas, ante la mínima duda, mejor no digas nada, simplemente abraza a la persona que está sufriendo. Si la única opción que tienes es mandar un mensaje, envía un texto sencillo que sustituya ese abrazo ‘Desde la distancia, te mando un fortísimo abrazo en este momento tan doloroso’.
Como hemos visto, cada doliente es diferente, sin embargo, este es uno de los pocos casos en los que no podemos decir eso de “no hay receta ni fórmula mágica para esto” porque ¡sí la hay!, ¡claro que la hay! Sí hay una manera de tratar a un doliente con la que no vamos a equivocarnos nunca: acompañar, sostener a la persona que sufre validando su dolor, permitiéndole estar con su dolor sin querer quitárselo ni aliviarlo porque nos incomode a nosotros... Confiemos, porque desde ese acompañamiento sincero y auténtico, nada desafortunado puede salir de nuestra boca. Por eso, lo que debemos trabajarnos no es tanto qué palabras exactas decir o qué gestos hacer ante un doliente, sino desde dónde lo decimos y lo hacemos. Y claro; trabajar esta autenticidad es difícil porque implica aprender a validar y sostener primero nuestro propio dolor. Todo un reto en la cultura Mr Wonderful.