El experimento de retrasar media hora la entrada en el instituto: mejoró las notas y redujo la conflictividad
Con los horarios actuales, las consecuencias son apreciables: los adolescentes acaban padeciendo un letargo permanente y bajan su rendimiento
Distintas experiencias han certificado que retrasar media hora el inicio de las clases aumenta el tiempo en el que los adolescentes están durmiendo y, por tanto, incrementa el rendimiento escolar y baja la conflictividad dentro el aula
En los días lectivos, el 87% de los alumnos de secundaria duermen menos de nueve horas diarias, el mínimo de horas de sueño recomendado para adolescentes, según una investigación llevada a cabo en Seattle (Estados Unidos)
La mayoría de institutos de secundaria comienza en España las clases entre las 8.00 y las 8.30 de la mañana. Y a esa hora, los chavales están somnolientos. Muchos se han acostado tarde y no pueden con su cuerpo. A primera hora, algunos no son capaces de atender en clase porque concentrarse les cuesta la misma vida. Muchos expertos en el tema del sueño llevan años advirtiendo del tema: los horarios escolares no siguen el patrón del reloj biológico de los adolescentes. Y las consecuencias son apreciables: acaban padeciendo un letargo permanente y bajan su rendimiento.
“Los horarios escolares están hechos justo en contra del reloj biológico. Los preadolescentes están más espabilados a primera hora de la mañana y entran más tarde, y, sin embargo, los adolescentes, que necesitarían entrar más tarde, les hacemos entrar antes”, asegura Gonzalo Pin, jefe de equipo de la Unidad del Sueño y coordinador del servicio de Pediatría del Hospital Quirónsalud Valencia y autor de numerosos artículos relacionados con los trastornos del sueño en pediatría.
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La ciudad de Seattle, en el estado de Washington, en Estados Unidos, tomó una decisión drástica en el curso 2016-2017: que los alumnos de 11 a 17 años comenzasen las clases una hora más tarde. Es decir, en vez de a las 7.50, a las 8.45 de la mañana. Con esta medida, según un estudio publicado en la revista científica Science, los alumnos consiguieron dormir de media 34 minutos más.
La iniciativa tuvo, además, un efecto directo sobre las calificaciones académicas de los chavales, que mejoraron un 4,5% de media. Además, las faltas de puntualidad y absentismo se redujeron. “Cuando un adolescente padece déficit crónico de sueño, no se entera de lo que le explican. Al retrasar media hora la entrada en el centro, el adolescente lo utiliza para dormir, no porque se acueste más pronto, sino porque, siguiendo su ritmo biológico, se levanta un poco más tarde y su organismo está más preparado para el aprendizaje”, señala Pin.
Replantear horarios escolares
¿Deberían, entonces, los colegios acomodar su horario al ritmo biológico de los adolescentes? Si nos atenemos a la experiencia de lo que observan en el día a día algunos profesores de institutos, la respuesta sería no. “Nosotros no vemos que haya una repercusión negativa ni extraña en los biorritmos de los alumnos”, asegura Toni González Picornell, presidente de la Federación de directores de secundaria de toda España. “De hecho, la sensación que tenemos los docentes es que la captación del alumno a las ocho de la mañana es superior que a la una o a las dos de la tarde, cuando ya llevan cuatro o cinco sesiones lectivas y están más dispersos cognitivamente. De entrada, no cambiaríamos la hora de entrada a las ocho, pero, si científicamente se demuestra lo que indican estos estudios, habría que hacer un análisis”, señala.
Pin, sin embargo, sí defiende que exista un replanteamiento de estos horarios en los centros escolares. “Hay experiencias, no solo en Estados Unidos, sino también en Alemania y en Israel, en donde se ha demostrado que retrasar media hora el inicio de las clases aumenta el tiempo en el que los adolescentes están durmiendo y, por tanto, incrementa el rendimiento escolar y baja la conflictividad dentro el aula”, asegura.
Retraso fisiológico del reloj biológico
Lo que es innegable es que en la pubertad se produce un retraso fisiológico del reloj biológico. De tal manera que los adolescentes tienen tendencia biológica a acostarse más tarde y a levantarse más tarde. Además, en esta etapa se produce un incremento de las necesidades de sueño. Es decir, si un preadolescente con ocho horas de sueño tiene suficiente, un adolescente necesita alrededor de nueve. “Con este retraso de fase, unido al retraso de horarios que tenemos, en el que los adolescentes acaban de entrenar deportes competitivos bastante tarde, más el uso de las tecnologías, que todavía retrasa más el reloj biológico, cuando se levantan a las 7.00 de la mañana para empezar a las 8.00 en el instituto, su cuerpo está despierto pero su cerebro sigue durmiendo hasta aproximadamente las 9.30 o las 10.00, que es cuando empieza el rendimiento escolar”, señala Pin.
Por norma general, los adolescentes comienzan a tener sueño dos horas más tarde de lo que solían tener en la niñez, según la Academia Americana de Pediatría. Y esto significa que madrugar para ir al colegio o instituto les supone una privación crónica de horas de sueño.
“Todos lo hemos visto. Un adolescente que de día esta plano y de repente, a medida que llega la noche, se activa cuando llega el momento de irse a dormir. Entra en alerta y el sueño no viene hasta más tarde”, asegura Óscar Sans Capdevila, coordinador de la Unidad del Sueño del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona. “Los padres se preocupan porque por la mañana les cuesta un mundo que sus hijos se levanten. Pero es que, cuando van a despertarles, a las 6.00 o 7.00 de la mañana, todavía están en plena fase de sueño profundo, porque se han dormido muy tarde. Ni siquiera oyen la alarma del despertador”, añade.
En los días lectivos, el 87% de los alumnos de secundaria duermen menos de nueve horas diarias, según la investigación de Seattle. Todo esto incrementa el riesgo de obesidad, depresión y accidentes de tráfico. “El problema aún se agrava más con la jornada continua. Muchos adolescentes llegan a comer a casa a las 15.30 e incluso a las 16.00 y eso coincide con el ritmo circadiano de la glucosa y la insulina, de tal manera que favorece mayor sobrepeso y obesidad y mayor tendencia a la diabetes tipo 2. Y, además, retrasa la hora de la cena y el inicio del sueño”, asegura Pin.