Reivindicar las diferencias como reflejo de la diversidad humana es una práctica social deseable. Reivindicar las diferencias obviando los riesgos para la salud podría calificarse de práctica temeraria.
Basta pasear por las calles de una ciudad para darnos cuenta del peso que tiene la estética en nuestra forma de vida. Por todos lados nos encontramos imágenes de modelos con cuerpos delgados que, en muchas ocasiones, ni tan siquiera son reales. La sociedad nos empuja, especialmente a las mujeres, a cumplir con este canon estético que promete éxito social.
Al preguntarnos cuál es esa regla estética, encontramos que no está escrita. Se basa en una imagen corporal delgada que apenas admite margen para la diferencia. De hecho, una ligera desviación se penaliza duramente, tal y como han podido comprobar muchos personajes populares objeto de acoso en redes sociales.
El concepto de gordofobia recoge este comportamiento. El Instituto Canario de Igualdad la define como el odio, rechazo y violencia que sufren las personas gordas por el hecho de serlo. En la práctica, es objeto de gordofobia cualquier persona que se sale de esos estrictos cánones estéticos no escritos.
Una de las consecuencias de este culto a la delgadez son los denominados Trastornos del Comportamiento Alimentario (TCA). Estos incluyen, entre otros, anorexia nerviosa, bulimia nerviosa y atracones.
La población más afectada por los trastornos del comportamiento alimentario son los jóvenes y adolescentes, mayoritariamente mujeres. Según estudios en diferentes países, entre el 5.5 y el 17.9 % de las mujeres y entre el 0.6 y el 2.4 % de los hombre ha sufrido TCA antes de los 30 años.
Una persona con TCA tiene un riesgo de mortalidad entre 2 y 5 veces mayor que sus congéneres. El suicidio es una de las causas principales. También supone una pérdida de calidad de vida y de años con buena salud.
En los últimos años estamos asistiendo a un movimiento reivindicativo de la diversidad corporal en respuesta a toda esta presión estética. Reclamar respeto frente a la “gordura”, aunque loable, no debe hacernos olvidar el riesgo para la salud que esta supone.
La Organización Mundial de la Salud define el sobrepeso y la obesidad como “una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud”. La herramienta que se suele utilizar para determinar ese exceso es el Índice de Masa Corporal (IMC). Un IMC por encima de 25 se considera sobrepeso y por encima de 30, obesidad.
IMC= Peso (kg) / Altura 2 (m)
Aunque ampliamente utilizado en estudios de poblaciones, el IMC tiene un uso limitado en personas individuales. No debe utilizarse en deportistas, niños, mujeres embarazadas o personas enfermas. Si se sospecha sobrepeso u obesidad debe acudirse a un nutricionista.
En estudios poblacionales se ha visto que el riesgo de mortalidad depende del IMC. Este riesgo es mínimo entre valores de 20 y 24 en personas no fumadoras. Valores mayores y menores están asociados a un aumento en el riesgo de mortalidad.
El último análisis del estudio epidemiológico observacional más completo del mundo, el Global Burden Disease (GBD), fue publicado en 2020. En él se muestra que un IMC mayor o igual a 25 causó 2.4 millones de muertes en el mundo en 2017 y 70.7 millones de DALYs.
na DALY (Disability Adjusted Life Years por sus siglas en inglés) representa la pérdida del equivalente a un año de salud completa debido a enfermedad, discapacidad o muerte prematura. Las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de pérdida de años de salud (DALYs) relacionada con un IMC elevado. Le siguen la diabetes y las enfermedades renales.
Un IMC alto también está relacionado con más de 450.000 muertes por cáncer en el mundo en 2019. De hecho, se considera que la obesidad es una de las causas de al menos 13 tipos diferentes de cáncer.
Otras patologías asociadas a la obesidad son resistencia a la insulina, hipertensión, fallo cardíaco, infarto, cardiopatía isquémica, alteraciones del aparato muscular y esquelético o alteraciones de los niveles de colesterol sanguíneo.
Por todo esto, la Organización Mundial de la Salud recoge el sobrepeso y la obesidad como una enfermedad en su Clasificación Internacional de Enfermedades.
Según los rangos de IMC con mínimo riesgo de mortalidad (20 a 24), una mujer de 1.62 metros de estatura podría pesar entre 52.5 y 63 kg. Para un hombre de 1.76 metros, el intervalo sería de 62 a 74.3 Kg.
Estos amplios rangos de peso son difícilmente aceptables desde el punto de vista estético. Incluso el mínimo de los valores, que corresponde a un IMC de 20, podría no ser considerado como adecuado.
Por lo tanto, estamos sometidos a una enorme presión social para adecuar nuestra imagen corporal a la de unos cánones estéticos arbitrarios que han variado a lo largo de los siglos. Estos no tienen en cuenta el criterio más importante: el de la salud.
El dilema entre estética y salud, fuertemente influido por la sociedad y la industria, debe resolverse. Debemos abogar por la promoción de modelos estéticos asociados a la salud que favorezcan la motivación por estar sanos.
Las autoras del presente artículo suscribimos la aceptación de la diversidad humana en cualquiera de sus formas. Sin embargo, nuestra responsabilidad social nos impele a recordar que el sobrepeso y la obesidad son una enfermedad. Que sea difícil de tratar no la convierte en una enfermedad que haya que abrazar y olvidar.