Desde que somos adolescentes, idealizamos la universidad. Las películas, los profesores y nuestros padres nos venden esta etapa como la mejor de nuestra vida, asegurándonos que será ahí donde conoceremos a los amigos de verdad, los de toda la vida, los que nos acompañarán para siempre. A veces, con suerte, esa profecía se cumple, pero otras muchas (quizá la mayoría) la realidad se aleja mucho de nuestras expectativas.
Llegas el primer año de carrera con muchas ilusiones, pero ves como empiezan a surgir grupos de amigos, como la gente queda para hacer planes fuera de la facultad y como hay una complicidad increíble entre compañeros de clase. Cada día te sientes un poco más desplazado porque parece que todos conectan menos tú. Déjame decirte que esto no es cierto porque hacer amigos en la universidad no es tan fácil como nos han vendido.
Precisamente el mayor obstáculo son las expectativas sobre la amistad, es decir, esa presión que cargamos sobre nuestros hombros y que nos hace pensar una y otra vez: “ahora es cuando tengo que conocer a los mejores amigos de mi vida”. Sin embargo, la conexión mágica no llega y a más tiempo pasa, más te agobias y más te culpabilizas.
El problema es que esperamos que las amistades surjan por arte de magia y aunque hay ocasiones en las que sí pasa, por norma general la conexión con otras personas se tiene que construir a base de esfuerzo. Es decir, toca superar nuestra ansiedad social y acercarnos a ese grupito que está hablando o buscar a personas que también estén solas y presentarnos. Aun así, nada nos asegura que se conviertan en “los amigos para toda la vida”.
Las amistades que hacemos cuando somos adultos no son ni mejores ni peores, simplemente diferentes. Es cierto que en la universidad somos más maduros y que, como explicaba antes, el vínculo no surge por arte de magia como en el colegio –de niños nos hacíamos amigos de una persona simplemente por sentarnos en la mesa de al lado, pero en la universidad buscamos personas con intereses parecidos o con unas creencias comunes–.
¿Compartir la vocación hace que la amistad sea mejor? No, simplemente tendréis más temas de conversación y la amistad se mantendrá como mínimo cuatro años, lo que tardéis en acabar la universidad. Al margen de eso, el vínculo afectivo dependerá del tiempo de calidad que dediques a esa persona, lo mismo que ocurre con las amistades del trabajo, con las amistades que conoces gracias a tu pareja o con las amistades que haces en el gimnasio/clases de cerámica/un voluntariado.